Dos iglesias ourensanas unidas por una mano

PATRIMONIO RENACENTISTA

Ourense es la única provincia gallega donde permanece un exponente doble del Bajo Renacimiento. Se trata de las iconografías de Santa Baia de Banga (Carballiño) y Santa María de Mugares (Toén), ambas ejecutadas por un mismo artista.

La bóveda de Santa Baia de Banga y la bóveda de Santa María de Mugares
La bóveda de Santa Baia de Banga y la bóveda de Santa María de Mugares | Martiño Pinal

En una orilla y otra del río Miño, dos iglesias fueron decoradas por la mano del mismo artista. Santa Baia de Banga (O Carballiño), entre 1555 y 1560, y Santa María de Mugares, entre 1570 y 1575.

La simbología encriptada en sus bóvedas maravilla por igual al público sin experiencia artística que al historiador del arte.

Lo curioso es que ambas tienen en común un nexo humano: la figura intrépida de Bartolomé García de Bahamonde, un hombre que concentró en sí una expresión moderna de la imaginería religiosa nunca antes vista en Ourense. El profesor José Manuel García Iglesias, en un pormenorizado estudio académico de su pintura en 1982, lo llamó el “Pintor de Banga” cuando aún no había constatado que se trataba del mismo pintor que en su juventud había ejecutado los murales de la bóveda de Santa Baia.

Se trata, en el caso de las bóvedas de ambas iglesias, del único vestigio del arte renacentista en el Ourense de mediados y fines del siglo XVI, con una inspiración claramente “miguelangelesca”, que escapa de las perspectivas planas y poco elocuentes del arte medieval, para instalar al espectador en una poética visual donde las figuras ejercen sobre el espacio la fuerza de un carisma aleccionador.

Una historia de poder y arte

Bartolomé García de Baamonde vino al mundo en 1519, entre el poder y el lujo de la Casa de Regodeigón, en la villa de Ribadavia. En 1546 se le destinó a estudiar Teología en la universidad de Salamanca, con el fin de que allí se recibiese como clérigo, y la previsión de que más tarde se convirtiese en el administrador de las cuantiosas rentas familiares, repartidas en amplios terrenos agroganaderos y una veintena de pazos diseminados por la comarca del Ribeiro.

Allí, entre otras disciplinas académicas de gran peso en su formación como clérigo, aprendió el joven Bartolomé el arte de la pintura. Entonces comprendió el poder propagandístico de las imágenes en el ámbito religioso. A su regreso, hacia 1547, trajo incorporadas destrezas técnicas que se convertirían en aliadas capitales de su proyecto personal y familiar.

Hacia finales de la década de 1550, el clérigo-pintor, que había comenzado a ejercer como rector de la parroquia de San Cristóbal de Regodeigón, fue acumulando un poder intolerable para las órdenes religiosas vecinas, el cual se consolidó con su nombramiento como abad rector de la iglesia de Santa María de Oliveira en Ribadavia (1557-1560). Pero hubo un hecho que desató una auténtica guerra: la donación de 1.000 ducados por el V Conde de Rivadavia para la ampliación de Santa María de Oliveira en una Colegiata, bajo la advocación de Santa María la Mayor.

A este hecho se opusieron las órdenes religiosas de Oseira y Celanova, al punto de instruir un proceso ante el papado en 1564, en el que se solicitaba su excomunión. Aunque la causa se archivó en su momento por falta de pruebas, el hidalgo artista decidió fundar su propia Santa María en Mugares, con el beneplácito y autorización del obispo de Ourense. Es así que en 1570, García de Baamonde renunció a sus cargos eclesiásticos en Rivadavia, y fundó la que hoy conocemos como Iglesia de Santa María de Mugares, una parroquia marcada por la identidad y el mayorazgo intelectual de su fundador.

Bartolomé García de Baamonde murió en Ourense en 1583, a los 64 años. Resultó para unos, una figura incómoda, y para otros un hombre providencial que apostó por el desarrollo de las pequeñas parroquias y corrió a cargo con la educación superior de sus convecinos. En una pintura mural de Santa María de Mugares, corroída por la humedad y el abandono, aún se observa el San Bartolomé en el que se autorretrató. En el cuchillo del santo aparece la “F” de Fecit, que era en aquella época la abreviatura latina de: “Yo lo hice”.

Bóveda de Santa Baia de Banga, pintada entre 1550 y 1560

Detalle de la bóveda de Santa Baia de Banga.
Detalle de la bóveda de Santa Baia de Banga. | Martiño Pinal

La iglesia de Santa Baia de Banga, fundada en el periodo románico, muestra en su bóveda un discurso pictórico basado en la Emblemata de Alciato, una serie de 30 figuras alusivas a la naturaleza del pecado, que veinte años después aparecerán en Santa María de Mugares.

Santa Baia, de inspiración neoplatónica y copernicana, muestra el trabajo de un artista con un programa discursivo propio del manierismo italiano: figuras musculadas de gran fuerza como los profetas Isaías y Jeremías, pero también estampas del imaginario grecolatino: sirenas, arpías y serpientes, simbolizando la lucha del ser humano contra las pasiones terrenales.

El historiador Pablo Sabucedo ha observado un elemento de conexión entre Banga y Mugares: la imagen de “Baco con tambor y flauta” en la primera, es prácticamente idéntico al que aparece en la segunda, coincidiendo en la distribución del espacio en que aparece, tanto en un sitio como en otro, lo cual se asocia a una intención de autoría encriptada por parte de su autor, Bartolomé García de Bahamonde.

Bóveda de Santa María de Mugares, pintada de 1570 a 1575

Vista general de la bóveda estrellada de Santa María de Mugares
Vista general de la bóveda estrellada de Santa María de Mugares | Martiño Pinal

La iglesia de Santa María de Mugares es una continuidad estilizada de la imaginería estampada en Santa Baia de Banga.

A ello apuntan la proporción de las figuras humanas, cuernos de la abundancia, la repetición del Emblema de Alciato con profetas idénticos a los de Banga, además del enorme panteón de figuras mitológicas del mundo grecolatino (Júpiter, Marte, Venus, Baco) que no deben interpretarse como simples “alusiones paganas” de carácter gratuito, sino como imágenes con un propósito moralizante.

La bóveda de Mugares es la obra de madurez de Bartolomé García de Bahamonde, que traspuso en este templo la misma paleta de óxidos rojos, ocres amarillos y grises, destacando en ambos casos, el privilegio de la línea sobre el color. Santa María de Mugares y Santa Baia de Banga comparten ADN técnico: el tipo de pigmento y la deformación manierista de las figuras. Lamentablemente, en un caso y otro, se observa el deterioro acelerado de un patrimonio artístico y cultural único, pero bajo un riesgo inminente.

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