ORÁCULO DAS BURGAS
Horóscopo del día: domingo, 21 de diciembre
El municipio de Valga, se sitúa al norte de la provincia de Pontevedra en el límite con la de A Coruña. Tiene en la actualidad casi seis mil habitantes y se caracteriza por su perfil ribereño y montañoso, un notable patrimonio arquitectónico y un armónico paisaje con las esencias de la Galicia interior conviviendo con su condición costera a orillas de la desembocadura del río que da nombre al propio municipio en la comarca del Ulla, cuyas aguas desembocan en la ría de Arousa. Valga es un lugar tranquilo y apacible, modesto y esencialmente agrícola y ganadero que, en pleno siglo XXI, ofrece bondades y alicientes bastantes para recibir visitas continuas de quienes gustan del senderismo, el paseo, la tranquilidad de un paisaje tradicional con bosque, montaña y zonas de recreo cercanas al cauce del río y donde se come muy bien, muy tradicional y muy casero. Pero a mediados del siglo XIX, el lugar donde nació Agustina de cuyo nacimiento se cumplen estos días 157 años, no era en absoluto un lugar ni amable, ni cariñoso, especialmente para las familias sin recursos que eran casi todas. Agustina Carolina del Carmen Otero Iglesias que, al paso del tiempo se convertiría en una de las figuras más admiradas y deseadas de los dorados años de la Belle Epoque, nació en Valga el 4 de noviembre de 1868 y en la pila del bautismo recibió los dos apellidos de su madre, Carmen Otero Iglesias, porque nadie sabía a ciencia cierta quién era su padre. La cadena de invenciones y patrañas que marcaron la vida de esta gallega singular cuya belleza y sensualidad enamoró a medio mundo, dificulta tener una visión certera de su existencia, pero su propio interés por ocultar pasajes profundamente dolorosos en una vida itinerante, la leyenda que se fue tejiendo en torno a ella y a la que contribuyeron muchos de los hombres que compartieron sus amores y que se entregaron de pies y manos a aquella hermosa figura, las muchas publicaciones que glosaron su persona y contribuyeron a idealizarla convirtiéndola en una diosa, y la propia condición de misterio y glamur que la acompañó hasta el fin de sus días, no facilitan en absoluto la tarea de desentrañar una existencia con varias facetas, algunas de ellas de dramatismo sobrecogedor, que marcaron la existencia de esta criatura espléndida ante cuya presencia se derrumbaban todas las defensas y los hombres caían desarmados.
No era hija de una reina gitana y un aristócrata griego, nació en Valga y tuvo una infancia infeliz
Carolina Otero, acabó siendo la Bella Otero, pero al contrario de lo que contaban las biografías apócrifas que confundían sus ancestros imaginándola hija de una reina gitana y un aristócrata griego y fijaban su lugar de nacimiento en Andalucía, era en realidad una niña de una recóndita aldea gallega con una niñez infeliz y un ámbito de necesidad extrema, violada salvajemente por uno de sus paisanos y huida del lugar de su nacimiento cansada de miseria, padecimiento e incluso calumnias que la obligaron a dejar su casa y su pueblo natal deseosa de emprender una vida nueva lejos de un entorno opresivo que la juzgó con injustificada dureza y cuyo recuerdo solo traía sombras y padecimientos.
Nadie sabe quién era el padre no solo de Agustina como la llamaban habitualmente, sino de sus cuatro hermanos pues en ninguno de estos casos hubo progenitor alguno que los reconociere. Tres de ellos eran hombres y la cuarta, una hermana gemela llamada Francisca, y si hay que hacer caso a los rumores que circularon por el pueblo en torno a la personalidad de su posible padre, las sospechan apuntaban al párroco de la localidad. Agustina era, según cuentan algunos testimonios, una niña lista y muy activa que se forjó sola y sin los más elementales estudios hasta que, a los once años, fue víctima de un suceso horrible que quebró en dos su vida y dejó en su alma una huella imborrable no solo física sino anímica de cuya influencia no pudo liberarse. El zapatero del pueblo conocido por “Conainas”, la violó un atardecer en una ruta rural y el ataque fue tan salvaje que la niña hubo de ser trasladada a un hospital –se desconoce el centro al que fue llevada probablemente en brazos o en parihuelas a través de campo y senderos rurales- inconsciente, desangrándose y con la pelvis rota. El hecho fue desgarrador, pero las consecuencias fueron aún más dolorosas porque Agustina quedó estigmatizada por haber perdido la virginidad en semejantes circunstancia y fue además culpada del hecho, acusada por el vecindario de mostrarse provocativa con su agresor.
Fue un año después cuando una compañía de teatro ambulante portuguesa recaló en Valga y uno de sus componentes, un muchacho catalán dos años mayor que ella llamado Paco –solo eso se sabe- no solo la conquistó sino que la convenció para que se fugara con él. Agustina no lo pensó dos veces, se subió al carro de los cómicos y dejó atrás el hambre, la miseria, la falta de cariño, la injusticia y el desprecio y no volvió a pisar su pueblo en todos los días de su vida.
Paco no duró mucho. En realidad y además de enseñarla a cantar y bailar, la usó como mercancía para ganar dinero prostituyéndola. De hecho, la situación fue denunciada, el proxeneta fue detenido y la joven, que había optado por utilizar su segundo nombre de Carolina en lugar de Agustina, se vio obligada por ley a retornar a su casa pero ni quiso ni pudo hacerlo. Su madre la rechazó apelando a que su hija estaba embarazada y ella volvió a convivir con Paco quien la llevó a una curandera que le sometió a tal carnicería para abortar que Carolina quedó estéril para siempre.
Dos años más tarde, era una de las chicas que bailaba y alternaba con los clientes en una recinto barcelonés llamado “El teatro de cristal” donde no solo se ejercía la prostitución encubierta sino que se jugaba y muy fuerte, un casino en el que Carolina comenzó a cultivar la afición por el juego que acabó comiéndose su robusto patrimonio. La Bella Otero fue, a partir de esa incursión como cabaretera, una ludópata empedernida que se jugó lo que tenía y lo que no tenía en las mesas de naipes o ruleta, pero que también aprendió a convivir y enamorar a los hombres más ricos del momento. Uno de ellos se la llevó a Marsella para hacerla suya y promocionar su carrera de bailarina exótica.
La joven española no era bailarina profesional ni siquiera había recibido lección alguna de danza. Por tanto, se inventó una vibrante manera de hacerlo apelando a sus múltiples encantos, un hermoso cuerpo, una mirada profunda y una apariencia exótica que se transmitía a su manera de proceder en el escenario, una mezcla de estilo flamenco y baile oriental que conmocionó a los espectadores. Uno de ellos, un millonario norteamericano llamado Ernest Jurgers, se enamoró perdidamente de ella y puso a su disposición un inmenso patrimonio para hacer de la joven española una auténtica estrella universal, formándola como artista, residiendo en un palacete de ensueño y rompiendo incluso con su familia para dedicarle todo su tiempo. Jurgens puso a su disposición periodistas, publicistas e instructores que la formaron, le enseñaron idiomas, le dieron lecciones de canto, interpretación, piano y danza y construyeron una personalidad ficticia de la joven para que se convirtiera en una estrella con embrujo y cierto misterio que la convertía en mucho más fascinante. Cuando ella y su ludopatía acabaron arruinando a aquel pobre señor, otro ocupó su lugar. El norteamericano, completamente arruinado y en la más absoluta desesperación cuando la bella lo dejó tirado en una pensión de Montmartre, se quitó la vida valiéndose de la espita de gas pero, para entonces, Carolina ya se había buscado un nuevo chevalier servant. Con veintidós años era estrella en París, y en 1890 actuó durante varios meses en Nueva York y en su corte de amantes convivían desde el político Aristede Briand a Alberto de Mónaco, del príncipe de Gales Eduardo Mountbaten, heredero de la corona británica, a Leopoldo de Bélgica, o del Káiser Guillermo de Prusia al rey Alfonso XIII de España. Si bien la leyenda cuenta que más de cinco hombres se quitaron la vida destruidos por su abandono, en sus complicadas memorias ella afirma que ninguno de los hombres con los que compartió lecho le dejó huella alguna. La realidad es que, desde el episodio de su atroz violación, era frígida y no encontró placer alguno en el sexo a pesar de los disparates cometidos por todos sus enamorados para conquistarla. Fortunas, pieles, joyas de incalculable valor, palacetes, automóviles… las cúpulas del Hotel Carlton de Cannes por ejemplo, están inspiradas en sus pechos según confesó Charles Dalmas uno de los arquitectos que lo construyeron junto a Marcellin Meyeré para el magnate Henry Ruhl, y que estaba loco por ella. Toulousse Lautrec la pintó y también Romero de Torres. Y José Martí le dedicó sus estrofas.
Sin embargo y por sorpresa, en 1910 y recién cumplidos los 46 años, la estrella anunció su retirada. Se avecindó en Niza y se convirtió en cliente habitual de su casino y del de Montecarlo.
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