DERROTA EN EL PAZO
El Gipuzkoa es tóxico para el COB (77-89)
LA CONTRACRÓNICA
Olvidadas (toquen madera) aquellas derrotas sonrojantes cuando ejercía como visitante, el COB cae ahora de forma diferente ante los equipos que tiene por delante en la clasificación. La viaja fórmula enfadaba y avergonzaba. La nueva, da una rabia diferente. Esa que se resume en “lo que pudo ser y no fue”. Ahora el cuadro cobista compite, palabra llevada a los altares por técnicos, jugadores y periodistas en la actualidad. Luego, le llega hasta donde le llega. Antes, lo que enfadaba al parroquiano medio era esa sensación de desconexión, de bajar los brazos. Parece haberse quedado en el pasado, y menos mal. Ahora el problema es que falta ese puntito para doblegar a los adversarios con mejor récord. Un día es un puntito en la defensa, otro en la dirección, en más ocasiones en el talento ofensivo. Un casi pero no. Pasó ante el Tizona, con dos minutos para el olvido permanente, y ante el Lleida, donde los ourensanos pusieron sobre la mesa lo que tenían.
El duelo en Pisuerga fue otro ejemplo. El COB jugó un buen partido. Al menos, durante buena parte de los minutos. Y cuando no lo hizo, fue porque esa falta de acierto ante el aro contrario llevó a tomar malas decisiones. Pero no se debería ir el cobista enfadado o decepcionado con los suyos. Pusieron sobre el parquet lo que hay. Y también lo que no hay. Porque faltan puntos. Y, a estas alturas, no parece que vayan a llegar desde la línea de personal. Esta temporada, los tiros libres en el COB deberían llamarse tiros privados de libertad. Radic es la punta de lanza, pero el mal se extiende sin entender posiciones. En encuentros donde picar piedra y cuidar los detalles es esencial, es un lastre considerable. También faltó un actor secundario que sumase puntos, aunque lo intentó Félix Alonso con un irregular Palazuelos y un notable Mendikote.
Y luego está el rival, que juega. Venían tocados de la derrota en Menorca y hubo charla y mensajes “made in Paco García”. Pero la clave estuvo en el número 0, que, en realidad, estuvo de 10. Devind Schmidt jugó. El estadounidense era duda. Se hablaba de que no iba a forzar, de que jugaría limitado… Nada de nada. Fue la diferencia.
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