EURO

El ciclón suizo irrumpió por el ángulo muerto

Ancient street Augustinergasse in Zurich decorated with swiss flags
photo_camera Suiza.

El pasado jueves 15 de enero de 2015 un fuerte e inesperado ciclón procedente del centro de Europa entró por el ángulo muerto que para los mercados de divisas internacionales suponía el franco suizo

El pasado jueves 15 de enero de 2015 un fuerte e inesperado ciclón procedente del centro de Europa entró por el ángulo muerto que para los mercados de divisas internacionales suponía el franco suizo, intensificando la ciclogénesis explosiva que azotaba a la economía mundial como consecuencia de la combinación de la crisis rusa, la caída de los precios del petróleo, las elecciones griegas, la debilidad de las economías de la eurozona y Japón, las dudas sobre las medidas de relajación cuantitativa por parte del Banco Central Europeo a través de la compra de bonos de los estados miembros del área euro, la ralentización del crecimiento de China y la previsible subida de tipos de interés en Estados Unidos a finales del primer semestre del presente año.

Todos sabemos que los espejos retrovisores de los coches – tanto el del interior como los exteriores – dejan libre de nuestra visión un pequeño espacio en el que nos resulta imposible ver cualquier objeto, lo que puede convertirse en un grave problema para nuestra seguridad cuando, por la razón que sea, estamos cambiando de carril, pudiendo provocar un choque cuyas consecuencias dependen tanto de la velocidad acumulada por los vehículos, como de la pericia y capacidad de reflejos de los conductores involucrados, además de otros factores relacionados con el pavimento, la existencia y tipo de  guardarrailes existentes en la calzada o la posición del resto de vehículos que circulan en ese momento.

Sin embargo, al objeto de nuestro análisis, el “ángulo muerto” que queremos utilizar como parábola de lo acontecido con la decisión del Banco Central Suizo (SNB) de dejar flotar libremente el tipo de cambio del franco, es otro menos conocido y que se produce en el fútbol americano (que guarda importantes semejanzas a la par que significativas diferencias con el rugby que se practica en el resto de los continentes) y que hace referencia al espacio sin visión por el que equipo contrario trata de atacar la posesión de la pelota cuando esta se encuentra en poder del quarteback - auténtico cerebro estratégico y organizador del juego de su equipo – que por esta razón debe confiar ciegamente en que será protegido por su defensa  de los intentos de interceptación de sus rivales, con especial mención de la labor defensiva  que, para cubrir ese ángulo muerto le corresponde realizar al ”left tackle”, cuya posición en el campo se reserva para el mejor bloqueador, principal encargado de proteger al quarterback para que este pase el balón a sus delanteros u opte por hacer una carrera para ganar metros o anotar un “touch down”para su equipo.

Siguiendo con esta parábola, lo acontecido el jueves 15 y, con una intensidad más atenuada, también el viernes 16 de enero pasados, fue un ataque en toda regla a los mercados de divisas, con repercusiones inmediatas y dispares en las bolsas internacionales de capitales y en los mercados de bonos soberanos. El Scheweizerische Nationalbank entró por el “ángulo muerto” de las expectativas de los expertos y pilló completamente desprevenidos a la práctica totalidad de los analistas  de los principales operadores en dichos mercados, así como a los Bancos Centrales del resto de los países - con especial mención del Banco Central Europeo – en su papel de “left tackle” de los mismos, en lo que fue una maestra jugada de diversión de la institución presidida por Thomas Jordan que, menos de un mes antes, el 18 de diciembre de 2014, tras anunciar la imposición de un tipo de interés del 0,25% para los depósitos de los Bancos que quisiesen mantener los mismos en el SNB, había transmitido a la vez, explícita e inequívocamente, la idea de que el Banco Central Helvético continuaría comprando divisas sin límites al objeto de preservar la apreciación del franco suizo frente al euro en el nivel máximo (o “suelo”) de 1,20 francos por euro que había fijado tres años y cuatro meses antes  (en septiembre de 2011), en plena efervescencia compradora de la divisa suiza por parte de unos inversores ávidos por encontrar en la misma el refugio a sus temores por los adversos efectos derivados de un posible derrumbamiento del euro y con él de la arduamente conseguida integración monetaria de la mayoría de los países de la Unión Europea.

Para comprender en toda su extensión el por qué de dicha decisión y las repercusiones de la misma tanto en la propia Suiza como en el resto de los países de su entorno, conviene reflexionar primero sobre la importancia que los tipos de cambio, su fijación, y su evolución, tienen sobre la economía mundial, y los efectos que una “guerra de divisas”, por pequeña y limitada que sea, puede tener sobre el comercio internacional y sobre la eficiente asignación del capital financiero entre las diferentes economías de los países que continuamente interactúan en los mercados de bienes y servicios, así como en los de capitales y divisas existentes en el escenario mundial.

Y a este respecto hay que significar, en primer lugar, que los tipos de cambio juegan un papel fundamental en la fijación de los precios de las mercancías y de los servicios que integran el sector exportador-importador alrededor del que se nuclean las transacciones comerciales internacionales, repercutiendo, de este modo, en la competitividad de las producciones doméstica de los distintos ámbitos de la actividad de cada país, a la par que resultan también determinantes a la hora de relocalizar y redirigir los movimientos de capitales necesarios para realizar directamente nuevas inversiones en el sector real de la economía y en las bolsas de valores, incidiendo así en los aumentos y disminuciones  de la riqueza de las  naciones a nivel agregado y de los agentes económicos individualmente considerados, sean éstos familias o empresas.

Para subrayar la importancia del mercado de divisas, basta considerar el dato de que su tamaño se ha expandido en los últimos siete años desde los 3,3 billones de dólares que se movían en el mismo en el año 2007, hasta los aproximadamente 5,5 billones de dólares que en la actualidad circulan a través del mismo, lo que representa aproximadamente un 60% del PIB de toda la eurozona.
El tipo de cambio no es más que el precio de la moneda de un país expresada en términos de la moneda o monedas de otro país o países, y se utiliza para que los residentes de cualquiera de ellos puedan calcular el coste de adquirir los bienes y/o servicios producidos en el exterior. En condiciones normales, asimilando, con sus peculiaridades distintivas, la moneda a una mercancía, y como le ocurre al precio de cualquiera de ellas, el tipo de cambio se determina, en la mayoría de las economías de mercado, con arreglo a las reglas de la oferta y de la demanda, de modo que cuando hay una escasez de una determinada moneda o divisa en el mercado su precio sube y decimos que la misma se aprecia, y cuando hay una sobreabundancia de la misma su precio disminuye, por lo que decimos que se deprecia.

A pesar de que hoy en día, en la práctica totalidad de las economías de mercado impera la libre flotación de las divisas en los mercados internacionales, conformándose su precio por la confluencia de la oferta y la demanda, lo cierto es que entre el final de la II Guerra Mundial, como consecuencia de los acuerdos internacionales de Bretton Woods, y hasta principios de los años 70´s, lo que regía en la economía mundial eran los tipos de cambio fijos. De esta forma, había un tipo de cambio fijo al que el gobierno de los Estados Unidos se comprometía a mantener el valor del dólar frente al oro, y unos tipos de cambio también fijos del resto de las monedas de los países más desarrollados frente al dólar. Este sistema  obligaba a continuas intervenciones de los Bancos Centrales, los cuales inundaban los mercados de moneda  propia - recurriendo a la “fabricación” de nuevas emisiones de la misma si fuese necesario - cuando había un exceso de demanda de la misma en los mercados de divisas al objeto de prevenir su potencial apreciación, y que la recompraban cuando se detectaban excesos de oferta que podían devaluarla, manteniéndose de este modo el mercado siempre en equilibrio a los tipos de cambio fijos inicialmente determinados.

Sin embargo, a principios de los años 70´s el gobierno Nixon comprobó que, ante la inestabilidad económica internacional provocada por lo que posteriormente se consideraría un shock de la oferta agregada, avivada por la subida de los precios del petróleo acordada por la OPEP, algunos países, acogiéndose a lo acordado en Bretton Woods, empezaban a demandar de los Estados Unidos la conversión de sus propias monedas primero en dólares y después el cambio de estos por oro al tipo de cambio fijo acordado. En ese momento los norteamericanos decidieron unilateralmente romper con el sistema de tipos de cambio fijos imperantes  hasta la fecha y dejar flotar libremente al dólar frente al oro ante el temor a ver desaparecer sus reservas de metal amarillo, que la leyenda ubica erróneamente en Fort Knox, y que todo el mundo quería tener por considerarlo el mejor activo refugio para preservar su propia riqueza, dando lugar a una era de tipos de cambio flexibles que hoy sigue vigente, si bien los Bancos Centrales se reservan la posibilidad de intervenir, más o menos abiertamente, en los mercados para mitigar las fluctuaciones de sus monedas cuando consideran que las oscilaciones en el tipo de cambio, pueden afectar gravemente a sus economías nacionales, aunque la cuantía de dichas intervenciones rara vez se hacen públicas permaneciendo ocultas a los ojos del mercado.
Y esto es lo que ha estado haciendo Suiza desde septiembre del año 2007, como consecuencia de la fuerte y continuada apreciación que estaba sufriendo el franco suizo al ser considerado por los inversores particulares e institucionales una moneda refugio que les protegería de pérdidas en sus niveles de riqueza ante la crisis financiera internacional que, en oleadas sucesivas e ininterrumpidas, estaban sacudiendo a los mercados de capitales y de bonos, con las primas de los países periféricos disparadas incluso a cifras de dos dígitos en países como Grecia, Portugal o Irlanda y, en menor medida, también España e Italia.

Antes de la crisis financiera los operadores de los mercados de divisas, simplemente buscaban obtener ganancias con el franco suizo (al igual que con otras divisas) a través de las operaciones denominadas de “carry trade”, que no son más que operaciones de carácter especulativo, donde mediante una financiación barata, a corto plazo y fuertemente apalancada, los “traders” de divisas consiguen comprar importantes cantidades de una determinada moneda a un precio, para venderla inmediatamente después de que dicho precio suba marginalmente (a lo que ayuda el mismo proceso de compra realizado por el “trader”), obteniendo así un margen por la operación, que se convierte en millones de euros o dólares cuando la misma se repite continuadamente involucrando millonarias transacciones de divisas.

Sin embargo, después del estallido de la crisis financiera, sobre todo a partir del año 2008, los operadores y otros inversiones particulares e institucionales, lo que buscaban era  la seguridad y la consecución de conservadores rendimientos reales, ante las incertidumbres acerca de la resolución de los rescates bancarios que se estaban realizando en Estados Unidos y en gran parte de los países de la Unión Europea empezando por los considerados “centrales “ (Alemania, Gran Bretaña, Francia, Bélgica y Holanda), la incipiente crisis soberana de los países periféricos, y los riesgos de una indeseada ruptura del euro, ocasionando importantísimos flujos de capitales hacia el oro y las monedas consideradas refugio, entre las que destacaban el franco suizo, la corona noruega, la corona sueca, el dólar canadiense y el dólar australiano.

Para la economía mundial, Suiza es un pequeño y próspero país, de 1.724 años de antigüedad, situado entre montañas, que abarca una superficie de tan solo 41.285 kilómetros cuadrados, que cuenta con una estructura de estado federal agrupado en 26 cantones, que acogen a tres comunidades sociales y lingüísticamente diferentes – la alemana, la francesa y la italiana - que conviven pacíficamente con más de 1,6 millones de extranjeros, equivalentes al 22% de su población de 8 millones de personas, la mayor parte de los cuales – en torno al 60% - proceden de otros países europeos, y donde las dos principales religiones son la católica y la protestante.

Suiza es también uno de los principales centros financieros del mundo, siendo también la sede de importantes organismos internacionales como la Organización Mundial del Comercio, la Cruz Roja, la Oficina de la ONU para Europa, la FIFA, la UEFA, el COI, etc.,  y que pese a no contar con recursos naturales, tiene algunas de las multinacionales más importantes del mundo en industrias como la de alimentación (Nestlé), la financiera (UBS y Credit Suisse), de seguros Nationale Suisse, la farmacéutica (Roche y Novartis), la química DKSH, la de servicios de búsqueda de empleo (Adecco), la relojera (Swatch y Ritchmond), la de fabricación de maquinaria con alto valor añadido (Liebherr), etc. Destaca también el elevado protagonismo de la economía del conocimiento y de las nuevas tecnologías, siendo interesante señalar que el CERN – Laboratorio Europeo de Partículas – se ubique en Suiza, así como el fuerte desarrollo de su sector inmobiliario como activo hacia el que se dirige una importante parte del capital de los inversores institucionales dado que menos de un tercio de la población suiza es propietaria de su propia vivienda, presentando la tasa de propiedad familiar más reducida de Europa, en un contexto económico donde el mayor protagonismo corresponde al sector de los servicios avanzados, nucleados en torno al turismo de calidad y la industria de servicios financieros y de seguros, que representa el 70% del PIB, seguida de la industria de elevado valor añadido con una aportación del 25% del PIB, y donde el sector primario solo representa un exiguo 3% del PIB, no obstante lo cual es un sector fuertemente protegido de la competencia exterior y altamente subvencionado por el gobierno.

Aunque Suiza tiene una moneda propia, el franco suizo, y disfruta de una plena soberanía fiscal y monetaria, su elevada dependencia económica del exterior, puesta de relieve a través del dato de que sus exportaciones representan alrededor del 60% de su PIB que se dirigen primordialmente a los países de la eurozona que recibe el 50% de todos los bienes y servicios que Suiza exporta, hacen que siga muchas de las prácticas económicas de la Unión Europea, caracterizándose por la elevada cualificación de sus trabajadores apoyada en el hecho de que casi un tercio de la población ha completado estudios universitarios, con una renta per cápita anual situada alrededor de los 61.100 euros que duplica la media de la eurozona.

A pesar de su envidiable posición y de ser la segunda economía más competitiva del mundo, la crisis financiera de 2007/2008 ocasionó que Suiza entrase en recesión en el año 2009, motivando que el Banco Central Suizo pusiese en práctica una política de tipos de interés cero para impulsar la recuperación, que se inició ya en el año 2010, aunque los subsiguientes efectos de la crisis del euro y la huída de capitales hacia el franco suizo motivaron la fuerte apreciación del mismo que llegó a ser del 20% frente al euro y del 18% frente al dólar, amenazando al sector exportador, estimándose que podría afectar a 100.000 puestos de trabajo, y creando deflación como consecuencia del abaratamiento de los bienes importados por su economía.

En esta tesitura, en septiembre de 2011 el SNB decidió poner un tope a la apreciación del franco frente al euro, estableciéndolo en 1,20 francos por euro y comprometiéndose a comprar todos los euros que fuesen necesarios para mantener la cotización máxima del franco en el entorno de dicho valor.

Sin embargo, a diferencia de lo ocurrido ahora, en aquel entonces los mercados interpretaron positivamente las señales enviadas por Banco central Helvético, sin considerar que el límite máximo establecido entre los movimientos al alza del franco frente al euro pudiesen suponer una “guerra de divisas”, al considerarlas como una simple media defensiva de su economía que podría verse fuertemente desequilibrada ante ulteriores subidas de la cotización.

En todo caso, hay que señalar que en el  año 2011 las oscilaciones del euro frente al dólar resultaron significativamente menos dolorosas que las que se están registrando en la actualidad, moviéndose la misma entre 1,35 y 1,42 euros por dólar en septiembre de 2011, para unos tipos de cambio entre ambas monedas que registraron sus mínimos en ese año en el mes de enero donde la cotización de la moneda europea frente a la norteamericana fue de 1,29 euros por dólar, siendo abril con una cotización de 1,48 euros por dólar, la cota máxima  de apreciación del euro frente al dólar.

En este escenario de estabilidad, las empresas suizas vivieron más de tres años de plácida certidumbre, tanto para tener garantizado que el valor de sus exportaciones no se incrementaría provocando una caída de la demanda de las mismas, como para realizar sus inversiones en el exterior, en base a las expectativas de que el valor de los beneficios retornados no disminuirían al convertirlos a un franco cuya revaluación no excedería del límite del 1,20 fijado por SNB. Al tiempo que la contención de la posible disminución del precio de las importaciones, se preveía que actuaría como freno para atemperar los síntomas de “desinflación” que empezaban a detectarse en la economía suiza. Todo ello a costa de renunciar parcialmente a la independencia de la política monetaria del Banco Central Suizo y a crear una peligrosa burbuja en el mercado inmobiliario doméstico, alimentada por una sobreabundancia de liquidez y por unos tipos de interés extremadamente reducidos, hasta que el pasado jueves 15 de septiembre, las enormes reservas acumuladas por Suiza desde el año 2008, la hicieron desistir de su política de tipo de cambio intervenido al alza, suscitando dos jornadas de pánico en los mercados internacionales de divisas.

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