CON LOS PROTAGONISTAS DE LA HISTORIA

El sueño degollado de Ahmed Ben Bella

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photo_camera Alfonso S. Palomares, con el líder argelino, en un momento de su encuentro.

En la primavera de 1963 viajé a Argelia para recorrer los escenarios donde el malogrado premio Nobel Albert Camus, muerto en accidente  de automóvil tres años antes, había situado sus obras más importantes.

En la primavera de 1963 viajé a Argelia para recorrer los escenarios donde el malogrado premio Nobel Albert Camus, muerto en accidente  de automóvil tres años antes, había situado sus obras más importantes. Quería pasear por las playas donde el escritor nos describe un sol infatigable cayendo sobre el mar en el silencio enorme del mediodía, mientras una juventud dorada caminaba al encuentro del amor y del deseo. Fuera del sol, de los besos y de los perfumes agrestes, todo les parece fútil. El gran libertinaje de la naturaleza y el mar los acapara por completo. En esa belleza sensual y cegadora, estrechar un cuerpo de mujer supone retener la extraña alegría que desciende del cielo hacia el mar. 

Recorrí deslumbrado el fastuoso mundo de Camus, pero al pasear por Argel me di cuenta de que ese mundo ya no existía, las calles eran un hervidero de gentes fascinadas por la libertad recién conquistada  en una guerra terrible. El presidente Ben Bella era el líder indiscutible de la revolución, su imagen sonreía desde todas las paredes y escaparates. A principios de los 60, Ben Bella era junto a Fidel Castro el líder revolucionario más famoso del planeta. Antiimperialismo era la palabra que definía el eje de la revolución cubana, anticolonialismo era la marca de la revolución argelina. La guerra de liberación había sido despiadada y trágica. En la Casbah de Argel donde los militares franceses quemaban vivos a los argelinos, los argelinos les respondían degollándoles sin compasión en las laberínticas curvas de las estrechas calles. Ninguna de las partes tuvo compasión, ni sentimientos de piedad. Ben Bella era el líder y el mártir a la vez, ya que había pasado siete años en las cárceles francesas.
 
La entrevista

Pensé que entrevistar a Ben Bella le daría un nuevo sentido a mi viaje y a mi vida profesional, me estaba estrenando en el oficio de periodista. Entrevistar a Ben Bella, sería un buen golpe, eso sin duda, pero ¿cómo? Decidí buscar ayuda en el embajador de España en Argelia, Felipe de Alcocer. Fui. Error. Me trató con amabilidad y se apiadó de mi inocencia diciendo: aquí hay más de 200 periodistas tratando de entrevistar a Ben Bella y el presidente concede muy pocas y sólo a periodistas importantes de grandes medios. No era mi caso, evidentemente no cumplía ninguna de las dos condiciones. Salí del encuentro con la esperanza derrotada. 

Por la tarde acudí al Café des Facultés, situado en el centro de la ciudad frente a la universidad, frecuentado por españoles. Nada más entrar veo acomodado en la barra al embajador Alcocer, que sin más preámbulos me dice: Periodista, como no estás en la conferencia de prensa que está dando Ben Bella. ¿Dónde?, pregunto. En el Palais du Peuble, responde. Sin darle las gracias, ni pedirle más explicaciones corro al asalto de un taxi que me lleve al Palais du Peuble, la antigua residencia de los gobernadores franceses. Custodiaban la entrada varios policías de uniforme.


La mayor parte de la conversación discurrió sobre el futuro de Argelia. Tenían petróleo y gas que revertirían en mejorar la condición de vida del pueblo


Entré con paso decidido y vi que me saludaban cuadrándose. El palacio estaba a un centenar de metros, avancé entre arboles y guardias que me seguían saludando al modo militar. Era un palacio de estilo morisco con modernos retoques coloniales. Subí por la soberbia escalinata de mármol hasta la larga galería del primer piso; había varios ujieres y vi una puerta abierta. Me asomé y reconocí al inconfundible Ben Bella vestido con la esquemática casaca Mao, sentado  y rodeado por varias personas alrededor de una gran mesa redonda. “La rueda de prensa”, pensé. Había una silla libre y me senté. Los asistentes giraron la cabeza para mirarme. Sorprendidos. El que estaba a mi lado me preguntó: ¿quién es usted? Soy un periodista español que vengo a la conferencia de prensa del presidente Ben Bella. Todos rieron al escucharme, el presidente también. Fue cuando el que estaba a mi lado me dijo: “Aquí no hay ninguna conferencia de prensa. Es una reunión del buró político del FLN”. Me invitaron amablemente a salir. Al encontrarme solo en la enorme galería decidí quedarme si los ujieres no lo impedían, esperaría a que terminara la reunión para abordar a Ben Bella cuando saliera por la puerta. Me senté en el sillón de un tresillo. Un ujier muy amable me preguntó si quería tomar alguna infusión, “un té”, respondí. 

La invitación

Mientras tomaba el té pensaba que podía decirle a Ben Bella para atraer su atención. Al cabo de unas dos horas apareció un fotógrafo de la agencia Algérie Presse Service para fotografiar la reunión que según me dijo estaba terminando. Entró y estuvo un buen rato haciendo fotos. Salió y me dijo que la reunión había terminado. Se abrió de nuevo la puerta y apareció Ben Bella. Me acerqué, “Pero aún aquí”, exclamó con cierto regocijo. En un francés nervioso y atropellado le fui diciendo que me apasionaba la revolución argelina, que  era antifranquista, invoqué al Che, a Fidel y a todo el santoral revolucionario del momento, y que para mí sería muy importante hacerle una entrevista. Al cabo de veinte minutos de charla coloquial me preguntó si tenía la cena libre, ya que en ese caso me invitaría a cenar. Fue como si el cielo se abriera sobre mi cabeza. Estuve a punto de gritar, tengo libres todas las cenas del mundo, todas las cenas de mi vida, pero me contuve. Bajamos las escaleras de mármol, yo levitaba pisando el vapor de la niebla.

Tres coches negros esperaban junto a la puerta y varios motoristas. El vivía en Villa Joly, a unos tres kilómetros del Palais du Peuple. A bordo del coche presidencial y al lado de un líder de las dimensiones mundiales de Ben Bella, pensaba: ¿Cómo les cuento esto a Julio Jimeno, a Julito Losada, a don Vicente y a Failde mis amigos de la tertulia del Cortijo en Orense?  Sufría un desbordado ataque de vanidad, pero tenía que controlarme como si lo que me estaba ocurriendo fuera la cosa más natural del mundo. 

20180303204100574_resultAntes de la cena

En Villa Joly subimos al tercer piso y entramos en la biblioteca y me contó que en una ocasión que estuvo clandestinamente en Madrid para comprar armas le impresionó la cantaora Antoñita Moreno y la arrebatada interpretación de flamenco de Rafael Farina. Sonó el teléfono, lo cogió y empezó a hablar en árabe, la conversación duró una media hora y al terminar me pidió disculpas, pero que comprendiera, era Nasser, Gamal Abdel Nasser, el presidente egipcio y líder del panarabismo. Hablaron del problema palestino-israelí y por primera vez oí el nombre de Yasser Arafat, al que calificó de brillante joven líder del movimiento de liberación de Palestina. 

Muchos de los libros que estaban en la biblioteca le habían acompañado en la cárcel, cogió "La Incógnita del hombre" de Alexis Carrel, un ejemplar encuadernado en piel. Los márgenes estaban llenos de anotaciones y en letra tan pequeña que resultaban difíciles de leer incluso para él. Un ayudante nos anunció que ya estaba la cena. El comedor era pequeño. Un primero a base de pimientos, calabacín y no sé qué salsas. El segundo plato arroz con cordero. Me habló del gran Di Stefano y de que le gustaría asistir a un partido entre el Barsa y el Real Madrid, pero no pisaría España mientras Franco estuviera vivo. 

La conversación fue muy viva, saltábamos del despertar del pueblo árabe a las revoluciones de América Latina. Con los franceses terminarían mucho en cerrarse las heridas, ya que seguían sangrando. Estaba dispuesto a apoyar y fortalecer a un grupo de izquierdas que luchara contra Franco. Era consciente de que sería difícil derrocarle porque tenía todos los resortes del poder y los usaría todos sin la menor piedad. La mayor parte de la conversación discurrió hablándome del futuro de Argelia. Tenían petróleo y gas que revertirían en mejorar la condición de vida del pueblo. El 80% de la población era analfabeta por eso habían diseñado grandes campañas de alfabetización. Era muy tarde. Me despidió en la puerta del ascensor y antes de despedirme me reveló que los policías me saludaban porque me parecía mucho a un comandante de la revolución. 

Un año después

Un año más tarde volví a verlo y la entrevista fue portada de la revista Triunfo. Un mes  después, en la noche del 19 de junio de 1975, el coronel Bumedián le dio un golpe de estado degollando con él los sueños de un país que tenía la esperanza de ser feliz. Un sudario de silencio cubrió su nombre y su historia durante los 14 años que Bumedián permaneció en la presidencia. Nunca supe la razón por la que el embajador Alcocer me habló de una conferencia de prensa de Ben Bella en el Plais du Peuple.
 

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