COSTUMBRISMO

Nos vamos de esmorga por Ourense

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photo_camera Descubrir la ciudad a golpe de miércoles. (CenizasEnElAire)

Recorremos tascas, tabernas y cantinas de la ciudad en recuerdo de la mítica borrachera del Bocas, Milhomes y Cibrán (sin violencia ni prostíbulos)

Vale, A Esmorga es un dramón, una novela tremendista que agobia al lector con su relato de miseria y destrucción. Pero haciendo un ejercicio mental, uno puede optar por el plano superficial (y lúdico) de ver esta novela como la historia de una buena parranda con tus colegas. Tenemos alcoholes variados para satisfacer al paladar más exigente, deliciosa comida, risas, divertidas imitaciones, visita a locales (entiendo) de referencia en el Ourense del siglo XIX e incluso la clásica vomitona que funciona como paradinha antes de seguir refrescando el gaznate. Si borrásemos los actos vandálicos y cambiásemos el final por una hamburguesa completa del Beker; Bocas, Milhomes y Cibrán habrían protagonizado una noche casi envidiable. De esas de las que dan para hablar días y que exigen documentar bien en el Instagram, antes de despertarse al día siguiente con las lentillas puestas, la cartera vacía y exudando ron cual destilería cubana.

Siguiendo esa línea de pensamiento, y reivindicando la función de cicerones de los primigenios esmorgantes de Blanco Amor; Os Amigos dos Músicos Druso y Arcadio accedieron a continuar mi educación ourensana, guíandome por tascas y tabernas de la ciudad con sabor añejo y encanto, construyendo una interesante parranda a golpe de miércoles.

1. A Palloza

Omeprazol antes de salir de casa: Javi 1-0 Cibrán. Además, no tengo hijos, mi novia tiene una salud de hierro y no frecuento a 'Costilleta', aunque eso sí, si no fuera por mis compañeros algún día también me esperaría una larga caminata hasta el trabajo. En el balance, no me puedo quejar. Ya en la calle, la carretera a Ervedelo donde se juntan los tres esmorgantes aquí se transformó en el Torgal a eso de las 19.15 horas. Bocas, Milhomes e O Castizo no tenían fotográfo, pero nosotros sí: el estupendo Fredi, que se encargará de documentar la noche, y de aguantarnos. Después de que Druso acabase su segunda 1906 (nótese su audacia), subimos Celso Emilio Ferreiro hasta la Avenida de Buenos

Aires. Ahí esperaba, entre su extensísimo catálogo de tascas, nuestra primera parada: A taberna da tía Esquilacha, transformada en A Palloza. Pedimos unos vinos (Fredi también bebe y beberá, situado como fotógrafo omnipresente), nos zampamos religiosamente la tapa de fabada y pasamos a decidir cuales serán nuestros motes de esmorga.Una breve deliberación  llevará a O Filósofo -Arcadio-, O Solteiro -Druso- y O Becario. Mientras se apreciaba la decoración de la tasca, O Solteiro percibe la presencia de una tragaperras. En unos diez segundos tendrá tiempo de perder dos euros. 

2. Sin nombre

También en la Avenida de Buenos Aires nos paramos en un ultramarinos espectacular. Sin nombre aparente, el local está decorado como recién salido de los años 70, con sus dependientes con bata, estanterías blancas y productos como vinagre Procer o vino Sansón estratégicamente situados en ellas. Druso recordaba ir de niño a tomar bocatas, así que pedimos jamón serrano para todos. Siguiendo las enseñanzas de Cibrán ("¿Como iamos a comer a secas? Bebéronse uns netos"), pedimos unos vinos: combinación ganadora. Mientras terminábamos el ágape, anunciaron en la radio (el transitor reinaba, para nuestra delicia, en el local), la renuncia de Ana Mato como ministra de Sanidad. ¿Dimitir por corrupción? ¿En España? La aventura ya había conseguido pinceladas surrealistas.

3. Archanda

Sin rastro de la lluvia de la novela, pero con mucho frío, agradecimos entrar en el estupendo Archanda, que protagonizó la tercera parada del recorrido. Vino y una perrita de aguardiente, para certificar nuestro compromiso con la obra. Mientras debatíamos, y aprendíamos con Arcadio (uno de los mejores conversadores que puede haber), sobre "la perra vida del trabajador", nos obsequiaron con unos bocaditos de jamón y queso, que ayudaron a unos estómagos que ya empezaban a notar el sincero calorcito de nuestra esmorga.

4. Bar Gómez

La sensación de que íbamos por el buen camino se confirmó mientras comenzábamos a andar hacia O Couto. La conversación empezó a girar hacia temas de calado, instalándose un interesante debate acerca de la notable calidad del pelo que suelen poseer los individuos situados en una escala socioeconómica alta. ¿Buena alimentación? ¿Champús caros? ¿Transplantes? Entremedias llegamos al Bar Jácome, que estaba cerrado. Una decepción, teniendo en cuenta la maravillosa decoración que luce en sus paredes. Como premio de consolación, nos refugiamos en el Bar Gómez. Un mural de estilo 'goyesco' nos saludó, junto a una porción de empanada que recordó que deberíamos empezar a pensar en buscar un sitio para comer algo. En la tele jugaba el Madrid un partido de la Copa de Europa, y en una mesa tomaban castañas mientras Cristiano Ronaldo (lo más anacrónico de la escena) reclamaba un penalti. Muy guay.

5. Bar El Rojo

Ya habíamos llegado al momento de exaltación. ¡Esto habría que hacerlo todos los sábados! Ni botellón, ni copas: chatos y cañas por las tascas. Coger un buen pedal, muy accesible económicamente, mientras que conoces mejor tu ciudad e incluso realizas un ejercicio sociológico. El subidón ascendió un nivel en las escaleras de piedra que conectan la Plaza de Abastos con la rúa do Progreso: ¡Se movían! Estuvimos cinco minutos extasiados ante lo que en ese momento nos pareció un prodigio (nuestro particular Xardín dos Andradas). Recuperamos el pulso con más licor café, en el Rojo. Era la hora del telediario, y mientras la familia media española se arremolinaba en torno a la mesa del salón, para nosotros fue cojonuten ver a Piedras Piqueras mientras le dábamos al alpiste, declarando la rebeldía a esas jodidas tiranías sociales que marcan que, tras terminar los estudios, uno solo puede beber viernes y sábado. Antes de irnos, Druso volvería a probar suerte en las tragaperras... con cuatro euros de premio. Lástima que se olvidase la cartera apoyada en un taburete.

6. O Compagno

El tema de llenar el estómago ya se había convertido en cuestión de Estado. Y si en la novela es O Milhomes quien guía hasta la bodega del Pazo para "comer coma abades", O Solteiro nos llevó hasta el bocata de moruno del Compagno. Sin duda, uno de los descubrimientos de la noche. Y regado con su salsa especial se transformaba ya en algo espectacular. Irremediablemente me recordó a los choricitos de la Cantina de Pedro. Deberían conocerse. Mientras disfrutábamos gastronómicamente (también de una acalorada discusión en la que participaron compañeros anónimos de barra), dimos tiempo a que todos los esmorgantes recuperásemos nuestros dineros; ya teníamos luz verde para continuar.

7. Bar Cortés

 

A partir de aquí los recuerdos de la noche ya no son tan nítidos. Eso sí, tengo en la cabeza los ojos de Miguel Ángel, Butragueño o Camacho mirándonos con desaprobación desde pósters viejunos mientras tomábamos más cerveza. Eso, unido a las banderillas del Eibar o a la guitarra española plantada en la pared pudo motivar, quizás, que Druso se ataviase con un sombrero burdeos del que no nos atrevimos a preguntar su procedencia. Al salir, por un instante pensé que me vería obligado a emular en plena calle de Lepanto determinadas conductas incívicas ("Na fonte de San Cosme bebimos a morro uns grandes grolos da auga da pía, que nos fixo baleirar, de alí a pouco, todo canto tiñamos dentro"), pero logré aguantar el tirón. Doblaría al día siguiente por la mañana, en el gimnasio.

8. Bar Sol

 

"Coas copas e veciñanza do lume, puxéranselles as caras grandes e vermellas coma carautas do antroido" . Así describe Cibrán las caras de sus compañeros de parranda, y más o menos esos rostros debió observar el responsable del Bar Sol cuando los cinco (se nos había unido el bueno de Edu) llegamos a pedirle con vehemencia más licor café. Arreciaron las exclamaciones de lo sabroso que estaba el brebaje, y después de sacarse una foto con la portada de La Región (en ese momento parecía una buena idea), en vez de irse a los brazos de Nonó, A Viguesa e A Costilleta, nosotros, buenos chicos, nos pusimos a jugar al futbolín. Pronto nos dimos cuenta de que no estábamos en las mejores condiciones para disfrutar del invento de Alexandre de Fisterra. En ese punto, con la ruta prevista agotada, nuestros "pensamentos" nos movieron a continuar, así que decidimos ir a hacerle una visita a Iago en El Pueblo, local que funcionaría a la vez como Taberna do Sacristán (donde nuestros antihéroes pillan las últimas botellas de aguardiente) y de Campo das Bestas. Pero aquí, sin Socorrito ni dramas, hubo más futbolín, más chupitos, más licor café y Matusalem con cocacola. Antes del fundido a negro, desgraciadamente ya sin Arcadio (que tenía que explicar a las 09.00 horas el legado de los presocráticos), nos tomamos unos Jagër con Kas de Naranja que nos harían dormir de fábula, reivindicando ante la almohada la amistad, Ourense, A Esmorga y que las borracheras entre semana son siempre las mejores. Aunque mejor no hablemos del día siguiente.

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