¿Por qué A Bola teme a Antonio Gali?

UN VECINO INCÓMODO

Este hombre pasó por prisión por tres asesinatos: el de un pastor al que asestó 17 hachazos y el de una niña de 11 años de la que había abusado, ambos en Zaragoza; y el de una mujer a la que asfixió en Maside. Ahora reside en una aldea bolesa

Publicado: 09 oct 2025 - 06:45 Actualizado: 09 oct 2025 - 12:18

Expectación en la rueda de prensa sobre Antonio Gali, en la imagen de la derecha, en A Bola
Expectación en la rueda de prensa sobre Antonio Gali, en la imagen de la derecha, en A Bola | La Región

Durante más de tres décadas, el nombre de Antonio ha estado asociado con una estela de violencia, mentiras y muerte. Nacido en Valencia hace más de 70 años, este hombre se convirtió en uno de los criminales más temidos del país, un depredador que alternó periodos de encierro con nuevas oleadas de crímenes en cada lugar donde se establecía. Tras su último periodo en prisión, ahora vive en San Pedro (A Bola), lo que ha desatado la alarma social.

Su historial comienza durante 1979 en la provincia de Teruel. La Justicia lo condenó por intentar abusar sexualmente de tres menores en la localidad de Calanda. Pese a la gravedad de los hechos -dos niñas y un adolescente-, la pena apenas superó los cuatro meses de prisión.

Gali volvió a actuar en 1982 en el municipio turolense de Alcañiz. Atacó a una joven de 17 años y a una mujer de 39, a la que golpeó brutalmente con un tubo de hierro dejándola sin sentido y la llevó posteriormente a las afueras de la localidad. La sanción volvió a ser leve. Tan solo seis meses de arresto y una multa. Paralelamente, se le relacionó con varios robos cometidos en camiones de Tabacalera.

Ese mismo año se trasladó a La Zaida, un pequeño municipio de Zaragoza. Allí inició una relación con una mujer casada, cuyo marido, pastor de profesión, acabó descubriendo la infidelidad. Poco después, desapareció sin dejar rastro. Años más tarde se conocerían los hechos: Gali lo había asesinado con 17 hachazos, la mayoría en la cabeza. Enterró su cuerpo en una cuadra, bajo una capa de cal y ladrillos.

Yo lo que quiero es morir tranquilo

El asesino logró convencer a la viuda de que su esposo había abandonado a la familia y ambos se mudaron con los hijos del matrimonio a Zaragoza sin que nadie sospechara que convivían con un homicida que guardaba el secreto de un cadáver oculto.

En 1984, durante unas fiestas patronales, desapareció una amiga de una de las hijastras de Gali, de apenas 11 años. La pequeña había ido a buscar a su amiga a casa, donde solo estaba el agresor. Él la hizo pasar, abusó de ella y, cuando la menor lo amenazó con contar lo ocurrido, la ató con cinta aislante en manos y pies, la amordazó y la ahogó en una bañera. Después, sepultó el cuerpo bajo cemento.

El asesino participó incluso en las batidas vecinales que buscaban a la niña, fingiendo angustia y preocupación. La investigación se resolvió gracias a un detalle insólito: tanto la víctima como Gali presentaban picaduras de pulgas. Aquella coincidencia condujo a la Guardia Civil al domicilio, donde hallaron el cuerpo de la menor. Al ser interrogado, Gali confesó también el crimen de La Zaida y guio a los agentes hasta el lugar del enterramiento.

Durante la reconstrucción, mostró una frialdad perturbadora. Cuando vio el cadáver del pastor, sepultado años antes, se limitó a decir: “Todavía está el cigarro que se fumó antes de morir”.

Condena cumplida

Por estos crímenes fue condenado a 68 años de prisión. Beneficiado por la legislación vigente en ese momento, solo permaneció 20 años en prisión, saliendo en libertad definitiva en 2001, a pesar de los informes que advertían que no estaba rehabilitado.

Lejos de reinsertarse, Gali reapareció poco después en Portugal, donde fue arrestado por tráfico de drogas. Tras cumplir condena, se instaló en Galicia. Apenas 20 días después de salir de la cárcel portuguesa, en noviembre de 2005, volvió a matar, en este caso en Ourense.

La alcaldesa dijo en rueda de prensa que le “alegraría que no lo fuera” y alentó a “no subir a su domicilio” a pesar de la condición de movilidad reducida que padece en estos momentos el exconvicto

Aquella noche recogió detrás de la Alameda de la ciudad a una mujer para tener un encuentro sexual. Condujo su coche hasta una pista apartada de Maside. Allí la estranguló con sus propias manos. Luego, dejó el cuerpo abandonado en una cuneta, se detuvo en un bar a tomar una copa y regresó a casa como si nada hubiera ocurrido.

En el juicio, su defensa alegó alcoholismo y trastornos psicológicos, mientras él narraba los hechos con una serenidad casi clínica. Los peritos, sin embargo, fueron tajantes: sabía perfectamente lo que hacía.

La investigación se resolvió tres meses después gracias a la denuncia de otra mujer que logró escapar con vida de un intento de asesinato similar. Su testimonio permitió detener al criminal, que fue condenado a 19 años de prisión, pena que cumplió en los centros penitenciarios de Pereiro de Aguiar y A Lama.

Ayer, la alcaldesa de A Bola, Teresa Barge, organizó, ante la alarma social, una rueda de prensa para hablar sobre este nuevo residente de la localidad. Dijo que le “alegraría que no lo fuera” y alentó a “no subir a su domicilio” a pesar de la condición de movilidad reducida que padece en estos momentos el exconvicto. Él, por su parte, se limitó a decir desde su balcón: “Yo lo que quiero es morir tranquilo”.

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