sobre la amistad y los antiguos

De sí mismo se cuida el que vela por su amigo, nos recuerda Jenofonte. Homero lo dice con precisión: cuando dos marchan juntos, uno se anticipa al otro en advertir lo que conviene. Aristóteles, profundiza en la misma idea: Dos decididos compañeros, cuando marchan juntos, son capaces de pensar y hacer muchas cosas. Por su parte, el Qohélet dice: Más valen dos que uno solo, porque logran mejor fruto de su trabajo. Si uno cae, el otro le levanta; pero ¡ay del que está solo y se cae! No tiene a nadie que lo levante.
El verdadero amigo no puede tener dos caras. Los antiguos no olvidaban el carácter moral de la amistad, ni que la amistad no siempre es sincera o recta. El mismo Siracida, en el contexto de su elogio a la amistad sincera, previene: Hay quien es amigo cuando le conviene, pero que no te acompañará el día de la tribulación. Cicerón, por su parte, también recoge prudentes consejos: 'Sea, pues, la primera ley de la amistad no pedir cosas vergonzosas a los amigos, ni hacerlas si se nos piden.

Tampoco dejaban de lado la prudencia en la relación con los amigos. Así el Talmud invita a la discreción: Tu amigo tiene un amigo, y el amigo de tu amigo tiene otro amigo; por consiguiente sé discreto; ni tampoco el dejarse llevar por la adulación que produce falsos amigos: La complacencia nos produce amigos; la verdad enemigos (Terencio).

Basilio el Grande nos previene contra la envidia es la plaga de la amistad. La razón ya la dio Salomón: El hombre es envidiado por su propio compañero, en el sentido de que no existe envidia entre los que no se conocen, sino entre los muy familiares.

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