LA EJEMPLARIDAD DE LOS POLÍTICOS

Estamos controlados por los ejemplos de nuestra sociedad.
Nadie puede inhibirse totalmente de los ejemplos con los que conviven. Infundir el deber de la ejemplaridad debería ser una de las primeras tareas de la educación en valores políticos. La ejemplaridad presenta la cara de servir a los demás, como desearía que les sirvieran a ellos mismo; debería respetar los intereses de los demás y resistir las tentaciones de ser crueles o amenazadores con ellos y sus posesiones. Nuestra sociedad ha podido escapar de la ciénaga del odio muto, en que se había hundido durante la dictadura, porque algunos ciudadanos han asumido el deber de ser testigos ejemplares. La falta de ejemplaridad enturbia las relaciones y hace que la vida sea un erial prosaico y sin estímulos. Nadie se aventura a ensayar caminos nuevos sin la ejemplaridad que deben observar las autoridades y la instituciones. Ejemplaridad, transparencia y ética son la garantía de la sociedad cohesionada. La gran preocupación de los políticos no sólo debería asegurar el reconocimiento de la identidad de los ciudadanos, sino hacer que todos la compartan de forma activa y creativa. Necesita para ello promover las relaciones a través de la ejemplaridad en el respeto muto. La sociedad se blinda ante los efectos perniciosos de conductas no ejemplares. Y promueven así una secuencia de referentes morales personales.

El sufrimiento individual, más que estar adscrito a la injusticia o a un mal funcionamiento del todo social, en cuyo caso podría buscarse un remedio en la reforma de la sociedad, tiende cada vez más a ser percibida como el resultado de una ofensa personal y un ataque contra la dignidad y autoestima que exige una respuesta con ejemplos.

No son suficientes las respuestas ambiguas cuando se pide ejemplaridad. La respuesta a acontecimientos que causan estragos en una ideología centrada en la ejemplaridad de las personas tiene que ser fulminante mediante la ejemplaridad, la transparencia y el sentido ético cooperativo.

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