Esta no es mi izquierda

Cuando en este país se organizó una guerra, en lugar de organizar unas elecciones, sus habitantes supervivientes entramos en una época, en una era, o tal vez en un erial, vete tú a saber, en el que todo estaba claro. Sobre todo, quiénes eran los buenos, y quiénes eran los malos. Con el paso del tiempo, nos fuimos dando cuenta, poco a poco, que lo que siempre nos pareció claro, clarísimo, no lo estaba tanto, y llegaron las primeras dudas.
Los maestros empezaron a dudar de aquello de que 'la letra con sangre entra'. Los curas ya no estaban tan seguros de bendecir, con el hisopo del agua bendita, siempre a los del mismo lado, incluso, a los que iban bajo palio. Los policías ya no tenían tan fácil su trabajo al no poder desenfundar tan alegremente como antes. Los militares descubrieron dolidos que la Patria nunca les había pedido que dieran su vida por ella; entre otras cosas, porque los que tuvieran doble nacionalidad tendrían que morirse dos veces, y lo que no puede ser, no puede ser, y además, es imposible, decía el torero. Las mujeres empezaron a dejar a los hombres. Los machos ibéricos dejaron de reírse de los finolis amanerados. Y los niños empezaron a no creer en la cigüeña de París, al mismo tiempo que hacían preguntas impertinentes.

Los de izquierda -antes llamados rojos en recuerdo del bando perdedor de aquella estúpida guerra de las que nuestros padres no nos hablaban con mucho entusiasmo, tal vez porque cuando hay un millón de cadáveres sobre el campo, nunca se puede estar muy convencido de la victoria, en tal caso, pongamos un empate- pasaron de estar callados y escondidos, a salir a la calle, a gritar y resarcirse lo más rápido posible de los tiempos oscuros de la clandestinidad.

Pero la izquierda de aquellos tiempos estaba presidida por un sentimiento de ayuda a los más desprotegidos, en una época de miseria en la que no se hablaba de crisis, porque cuando hay miseria no se habla de crisis, de la misma forma que cuando hay cáncer, no se habla de catarro. Y los líderes de aquella izquierda tenían nuestra simpatía y en muchos casos, nuestra admiración. No tenían un duro, y lo que tenían, lo repartían.

Después llegó la nueva izquierda pesetera que se fue detrás de la panoja como un perro salido va tras los efluvios de su hembra en celo, y llegaron los izquierdistas millonarios a los que hemos tardado tiempo en convencernos de que también le teníamos que llamar comunistas o socialistas, aunque tuvieran más cartera que los de la derechona de toda la vida. Eso no tiene nada que ver, tío, te dicen; pero no puedes evitar el recuerdo de aquella izquierda honrada de Marcelino Camacho, Nicolás Redondo, Padre Llanos, Díaz Alegría, o en el Ourense de los Padre Silva, o los curas del Puente, o de Barbadás, Jesús Pousa, Don Serafín López, entre tantos y tantos otros héroes anónimos. ¡Qué buena gente! Gloria bendita.

Ya nunca podremos evitar la nostalgia de esa vieja izquierda que, como aquellas oscuras golondrinas, tampoco volverá.

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