Acisclo Manzano: Siete décadas de escultura

Su obra le ha hecho inmortal. Lo prueba la exposición que recorre sus siete décadas de carrera. Pero él sigue trabajando para la siguiente, que será cuando cumpla 90

Entrevista a Acisclo Manzano

Hasta el 21 de mayo permanece abierta al público la exposición “Acisclo. Sete décadas”, una antológica que recorre los setenta años desde su primera escultura, cuando tenía doce y quería ser poeta. Setenta obras procedentes de museos y colecciones privadas relatan en la sala de Afundación de la Plaza Mayor el recorrido vital de Acisclo Manzano (Ourense, 1940), que comenzaría a pocos pasos de ese local, pues correteaba en su infancia por esa plaza al lado de la que nació hace casi ochenta y tres años.

Siete décadas son muchos años dedicado a la escultura

Yo empecé con doce años, siendo niño, a tallar madera. Trabajaba de ordenanza en Sindicatos y me dejaban tener allí una habitación como estudio para tallar. Ya me veían más como un artista, incluso me conseguían becas para que pudiese formarme. Una de ellas, en el año 1958 fue para ir a Santiago a estudiar con Asorey. Pero no hubo empatía y me derivó a su ayudante, Aldrey, y este a un ayudante suyo. Total que me encontré solo. Al final me fui con un gran tallista, Liste y allí aprendí las técnicas y tuve el primer encargo, un Cristo para la iglesia de Montealegre. Allí lo tallé y lo traje a Ourense en la baca del Castromil y luego en carro hasta la iglesia. En fin, que salí ganando a pesar de que Asorei no me hiciese caso.

¿Y después de aquel primer encargo?

Vino todo lo demás. La escultura me atrapó. Yo digo que me secuestró y me privó de estudiar. Yo quería ser poeta. Pero la escultura ya no me soltó. Y sentí ese síndrome de Estocolmo de los secuestrados porque acabé seducido por la escultura.

Su escultura es muy poética

En el fondo, ¿qué es la poesía, sino la expresión de sentimientos, de ideas, de historias, a través de muy pocas palabras, como si fueran trazos? Es una poesía de las formas. Y ahí tuve la suerte de haber nacido en Ourense, una ciudad con un gran peso cultural, llena de artistas, de poetas, de escritores y también rodeada de un paisaje en el que a poco que te escapases del centro podías ver prácticamente todas las formas. De niño subía al monte y podía ver las ondulaciones de las montañas, de las nubes, las luces y las formas. Yo creo que esa fue la visión que me inspiró siempre. Como luego, en Ibiza, me inspiraría la luz del Mediterráneo.

Hábleme de esta exposición, ¿siente representada su carrera en ella?

Poco tuve que ver con la elección de las obras, que fue cosa de Mercedes Rozas, la comisaria. Pero me siento muy satisfecho. Me parece un gran homenaje y creo que representa muy bien mi recorrido como escultor. Es más, ahora cuando paso por delante de cada una de esas setenta obras, puedo recordar perfectamente cómo estaba yo en aquel momento. Mi estado de ánimo, como estaba mi espíritu. Si estaba bien o mal de amores, mis pensamientos políticos, mis viajes, es como leer las páginas de un diario. Del diario de mi vida.

Siete décadas... ¿Después?

Todavía habrá otra exposición en mi pueblo, en Cea, yo creo que para el mes de mayo. Será en el multiusos. Me hace mucha ilusión también esa exposición. Y ya estoy trabajando en la siguiente gran muestra que espero montar para cuando cumpla noventa años. Porque a mí me gusta hacer exposiciones importantes de década en década. La de los noventa años ya tiene título: “Tocar e levar”. Porque voy a realizarla con obras para que el público llegue, las pueda tocar y llevar para casa.

Cuando ya se pasa de los ochenta, ¿se hace dura la escultura?

No tengo el ritmo y la dedicación de cuando era joven. Pero sí que sigo trabajando todos los días. Y lo hago porque me gusta, porque necesito seguir creando. Es una rutina que me viene muy bien y que no llevo muy a rajatabla. Quiero decir, que no madrugo para ponerme a ello. Prefiero trabajar por la tarde. Yo no echo siesta y dedico una media de cuatro o cinco horas cada día. El tiempo me lleva realizar una obra. Y además, me visto como si fuera un domingo. Porque siento mucho respeto por el trabajo.

La madera fue su primer material, luego el barro, tiene poca querencia por la piedra. ¿Por qué?

Empecé por la madera porque fue lo primero que tuve en la mano y cuando fui a Santiago me formé con un tallista. Luego, vino el barro, también porque surgió en el camino. La piedra también la trabajé, pero poco. No me gusta. Hay que vestirse un buzo, ponerse gafas… y yo quiero trabajar con traje y corbata. Es una manera de mostrarle mi respeto al material con el que me enfrento. También tengo obra en bronce, pero siempre a partir de piezas hechas, por ejemplo, en barro, sobre las que en la fundición hacen un molde. A mí me gusta trabajar los procesos en los que yo controlo todo. Incluso en el barro, les doy el color después de la cocción, porque así puedo determinar con total precisión los matices cromáticos, que de otra manera se verían modificados durante el paso por el horno.

¿Y ahora? ¿Barro o madera?

Estoy intentando volver a la madera. De hecho me trajeron un trailer de madera que tengo en casa, esperando. Pero el barro todavía me tiene secuestrado.

Antes decía que al ver la exposición podía recordar su estado de ánimo tras cada obra. ¿Están las emociones del artista siempre en su obra?

Van Gogh sufría mucho y eso se ve en su obra. Yo siempre sentí felicidad como escultor y creo que esto también se nota en la mía. Las emociones se transmiten.

Los otros acisclos también están en la exposición, los que le inspiraron. ¿Quiénes son?

Ya sabes que acisclo era el nombre de la maza de los escultores clásicos, los griegos. Así que cuando hablo de acisclos, pienso en escultores y los que me han inspirado son Fidias, Miguel Ángel, Oteiza y Faílde, el más cercano, el que me conecta con la escultura del Románico, del Maestro Mateo. Yo creo que los gallegos todavía no hemos sido capaces de superar el Pórtico de la Gloria.

Y usted, ¿piensa que podrá ser inspiración para otros artistas?

No me lo planteo. Mi hijo es escultor y sigue su propia línea. ¿Que alguien se inspire en mí? Es posible que pueda suceder, pero tal vez cuando yo tenga más de cien años o ya no esté aquí.

¿Todavía le quedan obras pendientes, cosas que le gustaría haber?

Yo sigo trabajando y la inspiración me guía hacia nuevas obras. No soy de los que piensa, “lo mejor de mí está todavía por llegar”. Intento que lo mejor de mí esté en cada una de las piezas que hago con mis manos. Incluso en las que se rompen, porque ese roto, al final forma parte de su historia.

Cuando sus obras se van, ¿las echa de menos?

Hay pintores, escultores que sienten que les arrebatan un hijo cuando venden una de sus creaciones. Yo siempre las hice para que se fueran, para que habiten otras casas, museos, espacios al aire libre. Cuando ellas se van, una parte de mí también se va con ellas.

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