Amazon, o cómo ganar con la ruina ajena

Reportaje

Mientras la mayor parte de los comercios del mundo eran obligados a cerrar sus puertas la multinacional que preside Jeff Bezos lograba facturar hasta 11.000 dólares por segundo, 845 millones de euros diarios

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Mientras la economía del mundo se resiente como principal efecto secundario de la crisis sanitaria del covid 19, Amazon ha conseguido facturar nada menos que once mil dólares por segundo, según una información publicada por el diario The Guardian, en la que hace recuento de los enormes beneficios que la multinacional de la venta por internet ha logrado durante el confinamiento de más de la mitad de la humanidad. Cada día que duró el confinamiento fue para Amazon como un “Black Friday” (viernes negro), el día en que más venden las tiendas online en el año. La tragedia global se convirtió en el gran negocio para Amazon y para su presidente, principal accionista y fundador, Jeff Bezos. El 16 de marzo cada acción de Amazon cotizaba en el índice NASDAQ de Nueva York a 1.689,15 dólares. En un solo día de la pandemia, el 14 de abril, Jeff Bezos, propietario del 11,6 por ciento de las acciones de la compañía, ganó más de 6.400 millones de dólares por la subida de más de 120 dólares en una sola sesión, cuando su curva ascendente ya alcanzaba los 2.283 dólares. El miércoles, 17 de junio, el valor de cada una de las 513 millones de acciones llegaba a los 2.653 dólares.

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Amazon encarna el arquetipo de las empresas tecnológicas salidas de la revolución digital de la última década del siglo XX. Fundada en un garaje, como otras muchas, de la mano de un ingeniero informático de 30 años, titulado por Princeton. Jeff Bezos, que ahora tiene 56, empezó vendiendo libros. Una actividad poco rentable, al principio, mientras diseñaba un modelo de negocio que rompería todos los moldes de aquel momento. De los libros dio el salto a discos y dvd, a equipamiento electrónico y actualmente vende prácticamente todo lo que se puede transportar, al margen de otras divisiones de la compañía que incluyen desde la ingeniería aeroespacial, sofware y servicios en la nube. Tras una imagen que comparte con la mayoría de las tecnológicas de aquel tiempo, de preocupación por el bienestar de sus empleados y excelentes retribuciones, se esconde una realidad mucho más cruda. El modelo de Amazon recuerda el del más duro capitalismo que denunciaba Fritz Lang en su película “Metrópolis”, hace casi un siglo, cuando dibujaba una sociedad futura llena de beneficios sociales y económicos para la elite mientras la masa laboral trabajaba hasta la extenuación por un salario muy bajo.

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Así lo denunció uno de los vicepresidentes de la compañía, Tim Bray, ingeniero y ejecutivo de Amazon Web Services, que presentó su renuncia el pasado 1 de mayo tras haber denunciado que una veta tóxica está atravesando la cultura empresarial de Amazon. “Yo he decidido ni beber ni servir ese veneno”, escribió ese mismo día en su blog.

Las razones que apuntaba para su marcha se centraron en la política llevada a cabo por la compañía durante la pandemia. En estos meses en los que más dinero ha facturado y más se han enriquecido sus accionistas, más se ha puesto en evidencia la precariedad de los trabajadores que desarrollan su actividad en los centros de logística y operaciones. Mientras todo el comercio de productos no esenciales cerraba sus puertas, tanto en Europa como en Estados Unidos, Amazon mantuvo operativos todos sus centros con unas medidas de seguridad que no fueron lo suficientemente consistentes como para impedir la extensión del contagio. La situación fue denunciada por representantes de los trabajadores, tras la muerte de un empleado por covid 19 el 30 de marzo. Incluso el Washington Post, periódico que forma parte del entramado empresarial de Amazon se hizo eco de la situación, de las protestas, de los despidos que sufrieron los líderes de esas protestas y del contagio que se había extendido a 74 de los centros de trabajo de Amazon en Estados Unidos el mismo día en el que Bezos ganaba 6.400 millones de dólares (algo más de cinco mil millones de euros) por la subida del valor de sus acciones.

“¿Es casualidad que los despedidos sean gente de color o mujeres?”, se preguntaba Tim Bray en su largo texto de despedida que justificaba su marcha de Amazon, reconociendo que era un privilegiado con una retribución que supera el millón de dólares anuales y un trabajo en condiciones sociales envidiables mientras la misma empresa “trata a los trabajadores de los almacenes como si fuera material consumible, únicamente destinado a recoger y empaquetar” hasta que exhaustos eran reemplazados por otros, denunciaba el ex vicepresidente de Amazon Web Services.

Estados Unidos no fue el único país en el que se dieron estas circunstancias. En España, en Francia en Polonia y en el Reino Unido, también hubo reacciones y críticas. Y en el caso francés, la respuesta de los tribunales fue tajante: la prohibición de venta y distribución de productos que no fuesen estrictamente esenciales, bajo pena de una multa de un millón de euros diarios. La sanción, con ser importante, apenas resulta irrisoria si consideramos que durante la etapa más aguda de la pandemia, Amazon estaba facturando 845,86 millones de euros diarios, lo que supone casi 80.000 millones de euros en el tiempo que duró el estado de alarma en España.

La política laboral y de negocio de Amazon durante la crisis del covid 19 fue la gota que colmó un vaso que llevaba ya tiempo llenándose. Denuncias por su política ambiental, nada comprometida con la lucha contra el cambio climático, o unas relaciones laborales más propias de la era de la primera revolución industrial son algunas de las críticas que esta empresa ya iba acumulando desde hacía años. Con una plantilla global que supera los 840.000 trabajadores en todo el mundo, existe un claro contraste entre los técnicos e ingenieros, su nivel retributivo y una organización del trabajo que les permite conciliar con su vida familiar y en el otro extremo, los trabajadores de los almacenes, con salarios en el nivel mínimo y una constante vigilancia de su actividad y sus movimientos por el centro de trabajo. Las mismas herramientas con las que pueden escanear e inventariar los paquetes que manipulan en su jornada laboral sirven para registrar los tiempos de descanso, localizar dónde se encuentran y cuánto tardan en realizar una tarea. La periodista galesa Zoe Williams, denunciaba en un artículo publicado el pasado mes de diciembre, condiciones infrahumanas, como que los trabajadores de almacenes en el Reino Unido llegaron a tener que orinar en una botella por no disponer de tiempo para ir al baño, “mientras Bezos cobra en un segundo lo que a un trabajador le cuesta 5 semanas”. Su artículo se titulaba “Quieres sentirte verdaderamente bien esta Navidad? Boicotea a Amazon”.

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El boicot se extiende ya por muchos países como Italia, Francia o España, donde hay movimientos sociales que animan a los usuarios de la compra online a no dejarse seducir por los precios de envío gratuito, basados en unas condiciones draconianas tanto para sus trabajadores como para las empresas de transporte. Incluso en Estados Unidos ha conseguido que tanto el presidente Trump como su adversario demócrata Bernie Sanders, ataquen a Amazon en sus cuentas de Twitter. A ello se suma la sórdida realidad en la que Amazon se lucra abriendo su plataforma de venta a empresas que comercializan falsificaciones o especulan con los productos más elementales. De lo primero, surgieron demandas por parte de firmas como Apple, que denunció en 2016 que prácticamente todos los cargadores de sus dispositivos que se venían como auténticos a través de Amazon eran falsificaciones, o Nike que en noviembre de 2019 decide retirar sus productos de Amazon al ver que al mismo tiempo también vendían productos falsos de la marca.

La más reciente fue publicada este mismo mes por el Wall Street Journal: una demanda del fabricante 3M que denunciaba que sus mascarillas eran comercializadas por un vendedor de Amazon con un precio 18 veces más caro. Mientras el precio de venta entre los 0,63 y 3,40 dólares por unidad, dependiendo del tipo de mascarilla, el vendedor Mao Yu las ponía a la venta en Amazon por encima de los 20 dólares. No se trata de un boicot violento, sino cívico que llama a los ciudadanos a volver al comercio tradicional, al que tiene al lado de sus casas, el que asegura a sus trabajadores unas condiciones dignas, paga sus impuestos y genera riqueza en el mismo entorno en el que desarrolla su actividad y lucha porque su negocio salga adelante. Nada que ver con un Jeff Bezos que solo con lo que han subido sus acciones en Amazon acaba de ganar 1.324 millones de euros mientras yo escribía esto.

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