El laberinto… que fueron dos

El mito del laberinto hunde sus raíces en historias reales, dos en concreto, una de la Grecia minoica y otra anterior en el Imperio Medio egipcio. Hay mucha realidad tras una leyenda fascinante…

El laberinto enlaza con la Grecia minoica, la de los héroes, situada históricamente en la Edad de Bronce, hacia el año 1.200 antes de Cristo. La leyenda cuenta cómo Teseo, hijo de Egeo, rey de Atenas, decidió ir voluntariamente a la corte del rey cretense Minos, en Cnossos, para librar a su ciudad del monstruo Minotauro que periódicamente exigía la entrega de 14 jóvenes como sacrificio ritual. Minotauro era el hijo de la reina Pasifae y de un toro del que se enamoró la esposa de Minos a instancias  del Dios Poseidón, quien anhelaba vengarse del soberano por una vieja afrenta. Teseo logró entrar en el laberinto, matar a la bestia y salir con la ayuda del hilo de Ariadna, y  regresar a Atenas, aunque por el camino se olvidó de cambiar las velas negras del barco, de luto, por blancas, lo que llevó a su padre a suicidarse de pena tirándose desde Cabo Sunión, dando nombre al mar…

¿Qué hay de cierto? Laberinto llega de la palabra “labrys”, que significa “hacha”, o más exactamente “doble hacha”.  Como en el caso de Troya, se creía que era un puro mito, pero Arthur Evans, henchido de fe romántica, decidió viajar a Creta. Poco antes Schliemann había dado con el sitio arqueológico troyano guiándose sólo por la “Iliada”, Evans siguió su ejemplo y dio con Cnossos, donde excavó y encontró un palacio enorme, decorado con “hachas dobles” que acabó moldeando exageradamente según su gusto. También se dio cuenta de que el edificio estaba lleno de estancias, escaleras que suben y bajan, un lugar fácil para que cualquiera pudiera perderse. En definitiva, el palacio del “doble hacha” era precisamente un laberinto. En cuanto al Minotauro, es probable que se refiera al culto al toro, todavía visible en los restos de Cnossos. Minos también existió o era quizá un título real para los soberanos de Creta.

La idea de un lugar así, oscuro, subterráneo y de arquitectura compleja, es anterior y los griegos lo conocían. Hacia el año 2000 antes de Cristo en Tebas, al Sur de Egipto, floreció el llamado Imperio Medio, dominado por faraones poderosos. Uno de ellos destacó sobre el resto, Amenenhat (“El primero tras el Dios Amón”), quien construyó un palacio en Hawara, a medio camino entre Tebas y las pirámides de Guiza. Según algunos escritores la gran proeza de los egipcios no habría sido la construcción de las tumbas de Keops, Kefren y Micerinos, sino el imponente laberinto, de una superficie de 300 por 250  metros, la mayor parte invisible bajo las arenas. Apenas se ha excavado en Hawara, pero un estudio con geo radar detectó una gran estructura que coincide con las descripciones de los escritores antiguos. Según narraciones se podía visitar hasta el siglo II  y todavía hoy es uno de los “sancta santorum” de la arqueología, al lado del sepulcro de Alejandro Magno y las tumbas de Cleopatra y Nefertiti.

Sin saberse a ciencia cierta las causas, desapareció de los anales y nadie ha podido ubicarlo de forma precisa aunque todas las pistas apuntan a un lugar concreto, hoy señalado pero no estudiado. Heródoto, el padre de la Historia, afirmó haberlo visitado personalmente y según su descripción constaba de mil quinientas cámaras a ras de suelo y otras tantas subterráneas en una planta inferior. Estaba construido en piedra, y todas las salas estaban adornadas con relieves y pinturas. Heródoto asegura que recorrió las salas superiores, pero no las inferiores, donde estarían los sarcófagos de los reyes egipcios. 

La arqueología moderna está de acuerdo en que se encontraría cerca de la llamada Pirámide Negra, hoy casi desaparecida por efecto de la erosión, situada en la llanura de Dashur, un lugar fascinante y poco conocido…

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