Las mujeres que lo sabían todo

Historia

Las sibilas de Delfos, en Grecia, y de Cumas, en Italia, estaban reconocidas como la voz de Apolo, capaces de descubrir el futuro de hombres y reinos. Ambos santuarios se mantuvieron durante siglos y fueron consultados por los más grandes.

Cueva de la sibila de de Delfos.
Cueva de la sibila de de Delfos.

Era una mujer muy anciana que vivía en una cueva cerca del monte Vesubio, cerca de Nápoles, desde donde era capaz de averiguar lo que los dioses habían previsto para los hombres, reconocida como la voz de Apolo ante los humanos. Un papel idéntico a sus colegas griegas de Delfos, las pitonisas, que alzadas en un trípode, y en contacto con los vapores que salían de la tierra, alcanzaban un trance profético. Las pitonisas de Delfos ya ocupaban el puesto antes de la llegada de los dioses olímpicos, cuando el primigenio culto femenino a madre tierra Gea, destronada por los dioses masculinos.

Pese a ello mantuvieron su puesto, pero eran los sacerdotes quienes se ocupaban de comunicar el contenido de los augurios, siempre retorcidos y sujetos a interpretaciones. Uno es bien conocido: en el siglo VI antes de Cristo, el rico Creso, soberano de Lidia, en la actual costa turca del Egeo, al conocer que el ejercito de Ciro de Persia avanzaba, envió un mensajero al Oráculo de Delfos para saber qué medidas tomar. La pitonisa contestó que si conducía un ejército hacia el Este destruiría un imperio. Convencido de su victoria, fue lo que hizo. Y lo que ocurrió: destruyó un imperio, el suyo.

Pero Delfos era para los griegos el centro de su civilización y allí se mantenían los tesoros de los distintos estados, alineados en la vía sagrada. También se celebraban unos juegos, los Píticos, de no menor importancia que los Olímpicos. El estadio todavía se conserva hoy. La voz de las pitonisas se mantuvo durante siglos, y todavía durante el Imperio cristiano estuvo abierto el santuario.

El emperador Juliano el Apóstata consultó a la Sibila délfica, que auguró el final del Oráculo, lo que en efecto ocurrió poco después cuando Teodosio prohibió todos los cultos, a finales del siglo IV.

La de Cumas, aunque quizá menos famosa tuvo mayor importancia, por cuanto se convirtió en la adivina oficial de Roma. La leyenda cuenta que siendo rey Tarquino el Soberbio, el último de los siete monarcas de la Urbe en su larga historia, se presentó la Sibila con nueve rollos con las profecías para el futuro. A cambio, le pidió a Tarquino que le pagara en oro el peso de su esclava. Como el rey se negó, la Sibila quemó tres rollos y repitió su oferta en los mismos términos. Tarquino esperaba que Cumas rebajara el precio, y volvió a negarse: tres rollos más acabaron en las llamas. Con los que tres quedaban, repitió la oferta, y en esta ocasión sí se avino El Soberbio, quedándose con ellos.

En adelante pasarían a un colegio conformado por diez hombres, encargados de velar y consultarlos cuando se produjera una crisis. Roma creía que los documentos eran ciertos y se sabe que en ocasiones especiales acudieron a ellos. Por ejemplo, cuando Aníbal derrotó a Roma en Cannas, y el desastre parecía asegurado, los libros exigieron un sacrificio humano para aplacar a los dioses. Y lo hicieron, enterrando vivos a dos griegos y dos galos, algo de lo que no había antecedentes. El año 80 antes de Cristo un incendio acabó con los libros, que llevaban 400 años siendo custodiados. Pero la República decidió buscar por todas partes profecías de la Sibila y con ellas confeccionó otro libro, que se conservó hasta el año 420, cuando el cristianismo triunfante decidió quemarlo por su contenido pagano.

Curiosamente, el libro anunciaba que cuando los romanos dejaran de creer en la Sibila y sus profecías también la Sibila dejaría de creer en Roma y así fue: medio siglo más tarde el ostrogodo Odoacro se proclamó rey de Italia, destituyó al último emperador, el joven Rómulo Augústulo, y remitió a Constantinopla las águilas y símbolos imperiales. Las profecías de la Sibila de Cumas habían terminado y también la historia de la Roma clásica.

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