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Pensé que me iba a librar. Que estar retirado de la prensa del motor me evitaría este tipo de compromisos, en los que te llaman de cualquier sitio para que les escribas un texto laudatorio, a mayor gloria de cualquier rali que se celebre, y del que editen una revista especial. Y yo, que nunca fui muy propenso al halago gratuito, y que de hecho adolezco de cierta propensión a “hacer amigos” evitando las mentiras piadosas, tenía muy pocas ganas de hablar de un Rali de Ourense que, este año, me parece de un planteamiento bastante modesto (por no decir pobre) con respecto a lo que fue en años pasados. Cosas de la pandemia, supongo. La pandemia Aviñó y el Medinavirus… ¿para qué entrar en detalles?
Sin embargo el que me encarga el tema es Andrés Hermida Cachalvite, responsable de este suplemento y al que siempre he respetado mucho por su trabajo. Esa clase de gente tan tenaz para su trabajo como para conseguir que no les puedas decir que no. Su estrategia fue decirme “¿No estás retirado? Pues cuenta batallitas, como los jubilados con los que tratas ahora ¿No viniste nunca a correr aquí?”
En la época en que competí como copiloto (un período corto y turbulento, que llegó a su fin cuando pasé a ser profesional a tiempo completo en Crono Motor), llegué a disputar dos ediciones del Rali de Ourense. La primera de ellas surgió de absoluta casualidad. Alfredo Bárcena me promovió como candidato, cuando alguien le contó la típica historia de “copiloto ausente - piloto que busca sustituto”: Nacho Paz se iba a perder el rali de casa, y buscaba un suplente para sentarse a la derecha de Germán Anllo, piloto de origen ourensano afincado en Madrid, al que conocí el mismo día de los reconocimientos.
A Germán, veterano que salía sin más objetivo que divertirse, yo le recordaba por haber competido en años anteriores a bordo de un Subaru Impreza decorado completamente con la publicidad del diario “El Mundo” (típico coche que destaca). En esta ocasión iba a emplear un Renault Clio Sport, concretamente el de Javier Azcona, que se lo había alquilado y se iba a encargar de la asistencia.
La experiencia resultó muy didáctica (se pueden imaginar ustedes el potencial que ofrece alguien como Azcona a la hora de intentar aprender y “coger recortes” de él durante los días previos, en aspectos técnicos y de planificación del rali). Pero es que además Germán resultó ser un conversador excelente, merced a una trayectoria personal que incluía experiencias laborales en países como Japón. El resultado deportivo era francamente lo de menos, pero a pesar de ello me duele que el rali no nos saliese bien. En el segundo tramo cometí un error que terminó con trompo, y en el tercero, en la bajada final cerca de la meta de Cartelle-Albín, se nos acabó la carretera. Era una paella a izquierda en la que nos fuimos de frente, a muy poquita velocidad, golpeando una aleta contra un árbol. Creo que el coche no tenía excesivos daños (o al menos no me lo pareció a mí, que para entonces ya tenía experiencia en centrifugados y procesado de croquetas), pero Germán decidió decir basta.
Lo gordo vino después. Nos quedamos algunas horas esperando, viendo pasar a los coches durante la segunda pasada, advirtiéndoles de la presencia de nuestro coche chocado a la salida de la curva. Hacia el final de la mañana, caminando desde la meta, llegó mi amigo Emilio Llames, consolándonos por el mal trago y haciéndonos más amena la espera a la grúa. Lo que pasa es que antes de que ésta llegase, y después de que los últimos coches hubiesen pasado, varios aficionados bajaban caminando por el tramo, deteniéndose ante nuestro maltrecho Clio. A unos metros de ellos, percibí que muchos de ellos coincidían en mi diagnóstico inicial: El coche no tenía casi nada, tal vez sólo la rueda delantera derecha ligeramente desalineada por el golpe con el árbol.
En cuestión de minutos, se combinó el espíritu de servicio público con el “venirse arriba” de varios bravos locales, desencadenando una espontánea y rudimentaria operación de rescate. Arrimando el hombro, unos ocho o diez tipos se plantearon sacar el coche de la cuneta, devolverlo a la carretera a empujones, antes de que llegase la grúa y le restase épica al momento. Bravo muchachos, qué bonito queda eso en los vídeos finlandeses y qué bonita historia íbamos a poder contar. La formidable afición gallega, y tal.
Lo malo es que fallaron los cálculos. Tras varias oscilaciones, el Clio se desempanzó, pero para caer por el terraplén y estrellarse de frente contra un gran árbol, multiplicando con ello el precio de la reparación. Si cierro los ojos todavía recuerdo ver bajar el coche (trágico y descontrolado, como el carrito de bebé por las escaleras en la escena del Acorazado Potemkin, o de los Intocables de Elliot Ness) y me parece volver a oir el trallazo final. También tengo grabada en el cerebro la magnífica velocidad con la que se esfumó todo el mundo. Fue como llegar a una casa abandonada, encender un interruptor y ver a las cucarachas esconderse. Incluso un tipo al que el coche le pasó por encima (menudo susto) emergió de los arbustos para volatilizarse en cosa de segundos. Para más inri, la grúa apareció un minuto después. Vaya lío.
La segunda participación resultó infinitamente mejor. Al año siguiente me llamó Luis Vilariño, que aquella temporada hizo el Desafío Peugeot. Y es interesante apuntar que, lejos de los grandes presupuestos que el piloto de Palas llegó a manejar en campañas posteriores, en aquel momento Luis maximizaba el rendimiento de recursos escasos. En este rali sólo tenía cuatro ruedas nuevas, más unas cuantas usadas que le compró la semana antes a Bruno Meira. Su equipo era la gente de Palas que estuvo con él desde el principio, y dormimos en el piso de un amigo ourensano (en su día también copiloto: Pablo Estévez) que nos acogió.
Explico todo esto para poner en claro que la posterior época de vacas gordas, con Vilariño pilotando las máquinas más modernas del campeonato bajo patrocinio de Antalsis, no se intuía siquiera. Lo cierto es que cuando retrocedo a mis años de copi, en los que nunca logré resultados brillantes y sí muchos sinsabores, al menos siempre me invade cierta sensación de privilegio, por presenciar los momentos más modestos e iniciáticos de la carrera de mucha gente: Con Yago Varela (que llegó a ser Subcampeón Gallego de Grupo N en un Mitsubishi) debutamos en un AX putrefacto. Y luego viví la “época siniestra” de Agustín Sousa (que años después casi le gana una Copa Driver a Adrián Díaz), compartí el estreno en ralis de Perfecto Calviño (en nuestra asistencia estaba Iván Ares, que creo todavía ni era mayor de edad) o hasta comprobé la deriva de 120 CV sobre unas Bridgestone de calle junto a Pipo López Salgado (que luego llegó a tener un Evo IX).
No quiero irme por las ramas: He aludido al presupuesto limitado de Vilariño porque creo es relevante, para poner en situación al lector de lo que supuso para nosotros haber terminado aquel Ourense en 5ª posición del Desafío. De hecho, Luis no llegó a mejorar nunca ese resultado. No es extraño si pensamos que corría frente a gente de trayectoria notable como fueron Esteban Vallín, Eloy Entrecanales, Josep Basols, Aitor Zubillaga o Isaac Guillén, entre otros. De hecho, casi un minuto y medio por detrás de nosotros se clasificó gente como Víctor Senra (que obviamente todavía estaba en proceso de empezar a convertirse en el piloto que es hoy), Miguel Arias o Sergio Pérez.
En este rali el inesperado ganador fue Óscar Mascaró, con mucha tensión entre tramo y tramo, y trifulca final en el equipo del RACC. Recuerdo que la escuadra catalana tenía a sus dos pilotos, Basols y Mascaró, como sólidos líderes antes de la última sección, y que más o menos se impusieron las “órdenes de equipo” para asegurar el doblete. Pero Mascaró decidió no relajarse en el Cañón do Sil y San Pedro de Rocas, birlándole el liderato a un Basols que al llegar al parque cerrado tenía cara de velatorio a la madrugada.
También recuerdo la cara de pasmo de mi amigo Diego Álvarez al verme llegar a Expourense (en nuestro 206 entraba tanto polvo, que me ponía la cara del color de la de Nasser Al Attiyah), después de culminar los dulces kilómetros del último enlace. Ahora que lo pienso, me apena también un poco que, años después, surgiesen con Luis diferencias de pareceres que hace mucho nos han apartado. Pero ésas, amigo lector, ya son otras batallitas.
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