El general San Martín, los huesos de su madre y la trama que Franco y Perón desarrollaron en Ourense

HISTORIA DE UN FRAUDE DE ESTADO (i)

El mayor fraude social protagonizado por Franco, Perón y Evita, en 1947, tiene como protagonista a la ciudad de Ourense; una historia que se mueve entre la geopolítica, la fake news gubernamental y lo macabro.

Ourense, Perón, Franco y el libertador San Martín: un engaño histórico al descubierto

El envío de los restos mortales de la madre del general San Martín de Ourense a Buenos Aires fue una farsa en la que se implicaron políticos, la Iglesia y ambos gobiernos: Franco necesitaba alimentar a España y abrirse al mundo, y Perón, colmar su ego con “el Libertador de América”.

La gran mentira oficial se elevó a asunto de Estado y los gobiernos hicieron partícipe a la ciudadanía con desfiles, paradas militares y miles de personas aclamando el paso de unas urnas que contenían, en parte, restos medievales sin acreditar.

En el asunto llegó a implicarse el Congreso Nacional de Argentina, pero la maquinaria mediática de Perón logró ocultarlo todo durante más de 70 años

La historia de este engaño pervive aún hoy como algo real, con un mausoleo donde el pueblo argentino venera, sin saberlo, un puñado de tierra procedente de Ourense en lugar de los restos de la madre de San Martín

La iglesia de Santo Domingo, donde fue enterrada en 1813 Gregoria Matorras, custodia sus restos, sin que la Iglesia haya constatado, en más de 200 años, que el levantamiento de sus cenizas hubiese tenido lugar.

El pacto Franco-Perón

“Total, ¿la gente qué sabe?”, decían los geniales Les Luthiers en una de sus mejores parodias, llamada Himnovaciones. En el show, dos políticos urden una estrategia para modificar la letra de un supuesto himno nacional colando subliminalmente un mensaje proselitista sin que los ciudadanos se enteren.

Algo parecido ocurrió hace casi 75 años, pero con los restos de la madre del Libertador José de San Martín: Gregoria Matorras, cuyos restos permanecen enterrados desde 1813 bajo el suelo de la iglesia de Santo Domingo -en pleno centro de la ciudad de Ourense-, sin que la Iglesia haya constatado que se hubiese producido su levantamiento.

Los protagonistas de esta historia son Franco, Perón y Evita. Los tres formaron un triángulo perfecto para cambiar trigo por restos mortales, grosso modo. La operación tenía como objetivo llevar a Argentina las cenizas de los padres de San Martín. Pero mientras que, en el caso del padre, Juan de San Martín, todo se pudo acreditar (sus restos aparecieron en una iglesia de Málaga), no fue así con la madre del general. Sus cenizas nunca fueron halladas, aunque el destino (y la política) hicieron que fuesen trasladadas a Buenos Aires en una urna que jamás se abrió y que contenía restos de una fosa común medieval, cuya autenticidad jamás pudo (ni quiso) acreditarse.

Todo comenzó en 1947, cuando Juan Domingo Perón -que acababa de alcanzar la Presidencia argentina- ordenó preparar los fastos del centenario de la muerte de San Martín como nunca antes se había conmemorado nada en su país. 1950 era el año mágico. Hasta tal punto debía ser magnánimo el acontecimiento que el Gobierno lo declaró “Año del Libertador”, en recuerdo a su “tránsito a la inmortalidad”, estableciendo que todas publicaciones que se editasen hiciesen referencia a tal evento. El documento más importante fue el de­cre­to n° 14.721, que ordenaba ini­ciar los trámites necesarios para el trasla­do de los res­tos de los padres del Libertador.

Perón pidió permiso a Franco para que dichas cenizas retornasen a Argentina. Ambos dispusieron que una comisión de científicos, historiadores, diplomáticos y altas jerarquías eclesiásticas se encargase del asunto. Para el Generalísimo -que ya había demostrado sus habilidades negociadoras con Hitler en Hendaya-, la cosa era dibujos animados, y aceptó la propuesta de Perón a cambio de que Argentina siguiese enviando a España toneladas de trigo, carne, huevos y lentejas, como así fue.

Por supuesto, el pacto tenía mucho más calado: Franco necesitaba alimentar a la España de la posguerra, hambrienta y afectada, y salir del aislamiento internacional provocado por su alineamiento con las potencias del Eje durante la Segunda Guerra mundial. Para Perón, en cambio, el acuerdo solo suponía tramitar un crédito de rico a pobre. Argentina vivía años gloriosos. El mandatario justicialista pensó, con acierto, que dándole de comer a España alimentaba también su ego como político: nunca nadie estuvo tan cerca de parecerse a San Martín en espíritu, y claro, eso de brindarle al pueblo los restos mortales de los padres del «Redentor patrio» era algo que inflamaba la vena argentina hasta límites delirantes.

Así pues, Perón, quien ya se veía aclamado en el atril junto al mausoleo del Libertador, le dijo a Franco que, si había cenizas, habría trigo; a barcos llenos. Por supuesto, tales transacciones no eran gratis: Argentina cobraba en dólares y seguía engordando sus arcas, aunque para Perón el meollo estaba en saberse reconocido como “El Conquistador” del corazón argentino.

Cartel de propaganda sobre el traslado de los restos .

Evita, el reclamo

Y ahí es donde entra Evita. El papel de la esposa del presidente Perón en esta historia fue sobre todo efectista. Un reclamo. Semanas antes de perpetrarse el fraude social, Eva Duarte de Perón hace su único viaje oficial a España y a otros países de Europa. Franco no simpatizaba mucho con aquella mujer que arengaba en defensa del obrero, las mujeres, y el poder proletario; todo lo contrario de lo que propugnaba el Régimen, pero como dice el refrán: “Amigos, si, pero a vaquiña polo que vale”, y tragando sapos, el Caudillo se encaminó por la pista del aeropuerto de Barajas junto a su esposa, Carmen Polo, y su hija, para recibir a pie de avión a la primera dama argentina. Era el 8 de julio de 1947.

Previa a su llegada, el avión había hecho escala en Villa Cisneros (antiguo Sahara español), donde la primera dama argentina fue recibida con honores, es decir, carreras de camellos, danzas saharauis, manjares y alojamiento de una noche en el Parador. Al día siguiente, breve vuelo a Canarias y de allí a Madrid. 18 días estuvo Evita en España. Recorrió Andalucía, Galicia, Aragón y Cataluña, y en todos los lugares el recibimiento fue apoteósico. Las masas aclamaban: «¡Evita, Evita, Evita! ¡Franco, Perón, un solo corazón!». Hubo condecoraciones -Franco le impuso la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica- y actos multitudinarios, además de corridas de toros y cenas de gala como la Sevilla, donde incluso dos artistas salieron del interior de una tarta gigante arrancándose por bulerías; era la pareja de moda entonces: Narci Díaz y Naranjito de Triana.

Gregoria Matorras, óleo de Etna Velarde.

Todo exceso era poco. Ni siquiera su equipaje llamó la atención: 19 baúles con ropa, zapatos y sombreros, una insignificancia teniendo en cuenta la importancia de su visita: Evita era, junto al doctor Fleming -descubridor de la Penicilina-, la gran salvadora de una España llena de hambre y sabañones en los oscuros años de la posguerra.

Franco y Evita hablaron mucho durante esos días: de confraternidad, de la paz de los pueblos, de todas esas cosas…, pero también de trigo y restos humanos; fue cuando ella le pidió que le entregase al pueblo argentino las cenizas de doña Gregoria Matorras y de don Juan de San Martín.

Dicho y hecho: a los pocos días de irse Evita aparecieron en la iglesia de Santiago, en Málaga, los restos del padre del Libertador, bajo una inscripción con su nombre y la fecha de su fallecimiento -1796- Dicen que fue el hijo del sacristán quien, casualmente, dio con la sepultura.

Pero no ocurrió lo mismo con doña Gregoria Matorras, y aquí comienza la farsa.

Levantamiento de los supuestos restos mortales de Gregoria Matorras en la Iglesia de Santo Domingo.

Entierro en Ourense

Resulta que la madre de San Martín había sido enterrada el 29 de marzo de 1813 en la iglesia del convento de Santo Domingo, ubicado en los terrenos donde hoy se levanta la Delegación de Hacienda de Ourense. Tenía 75 años. Según consta en su partida de defunción “recibió los santos sacramentos de confesión, comunión y extremaunción”, y en su testamento reflejó que quería ser sepultada en una iglesia parroquial, “amortajada con el hábito de Santo Domingo de Guzmán”, al que la familia profesaba gran devoción desde su infancia en Palencia.

Aquel día de primavera, su hija María Elena y su yerno, Rafael González de Menchaca, de profesión administrador y alto funcionario de Hacienda, son testigos de la inhumación de sus restos en la iglesia de Santo Domingo, de la que doña Gregoria era feligresa, pues vivía con su hija, su yerno y su nieta en el número 33 de la Rúa Nueva (vivienda que hoy en día se corresponde con el edificio que hace esquina entre las calles San Miguel y Lamas Carvajal, frente a los Jardines del Padre Feijoo). En aquellos años, esta calle era la más emblemática de Ourense, siendo sede de la banca local y anteriormente de joyeros, prestamistas y del convento de los Jesuitas, llegando a albergar en el siglo XIV una sinagoga.

Tras la muerte de su marido, doña Gregoria había vivido con su hija en Madrid y luego en Ourense, ciudad a la que fue destinado su yerno y en la cual la madre de San Martín se dedicó al cuidado de su nieta, Petronila, quien llegaría a ser una pintora especializada en miniaturas, lo que valió ser nombrada «Académica supernumeraria» de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Sin embargo, el verdadero cuadro de esta historia aún estaba por pintar.

San Martín, en Ourense

Años antes de su muerte, doña Gregoria recibió en Ourense en varias ocasiones la visita de su hijo, el general San Martín, quien aún no era libertador ni general y luchaba con España en los frentes del Norte de África y la guerra contra Napoleón. Según el historiador Norberto Galasso, San Martín venía a Ourense cuando sus destinos militares se lo permitían, algo que podría estimarse, al menos, entre 1809 y 1811.

Cuando San Martín se enfundó el uniforme de “Libertador” uniéndose a la causa contra el colonialismo español, ahí se terminó su vínculo con Ourense. Hubo algún intercambio de correspondencia, pero doña Gregoria no volvió a ver a su hijo, quien, curiosamente, alcanzó su mayor logro un mes antes de fallecer ella: al ganar la Batalla de San Lorenzo, un enfrentamiento a sable y lanza que supuso el gran paso hacia la independencia de Argentina y la consagración de San Martín como estratega y líder patrio.

Poco tiempo después de enterrada doña Gregoria, su familia regresó a Madrid y allí murió tras una larga vida en la que su hija, su yerno y su nieta pudieron disfrutar de ciertas comodidades gracias a la buena posición de Rafael Menchaca, mientras bajo las losas de la iglesia de Santo Domingo los restos mortales de la matriarca fueron olvidados, y así permanecieron durante 134 años hasta que un día, en 1947, se puso en marcha la farsa macabra y política protagonizada por Franco y Perón, que dio origen a uno de los mayores bulos de Estado.

Mañana, segunda parte:

Oíd, mortales, el fraude sagrado

Ourense, siglo XIX

De aquellas, la capital era una pequeña ciudad de provincia con poco más de tres mil habitantes, con artesanos, comerciantes, hidalgos y religiosos, y donde todavía se vestía capa y sombrero de ala ancha, entre otras cosas, para protegerse de las “aguas sucias” que se lanzaban desde las ventanas al grito de: “¡Agua va!”, como ocurría en la mayoría de las ciudades en el siglo XIX, donde las redes de saneamiento apenas habían comenzado a construirse.

Contenido patrocinado

stats