David Justo Rodríguez se estrenó como cura con el corazón roto. Pocos meses antes, su tío José y su abuela María perdieron la vida en el mismo siniestro de tráfico.
“Ocurrió hace once años, en un mes de abril, ya era diácono y mi abuela, oriunda de Sandín (Monterrei), se iba con su hijo al País Vasco para pasar una temporada, con la intención de regresar para mi ordenación”, explica el sacerdote de Castrelo do Val. No llegaron a Bilbao porque la furgoneta en la que viajaban dio varias vueltas de campana, en las proximidades de Benavente. Fallecieron el conductor, que conocía perfectamente el itinerario que tantas veces había realizado, y la pasajera, la abuela de David. “Nunca puedes ir confiado -recomienda Justo Rodríguez- cuando te subes a un vehículo porque, aunque conozcas muy bien la carretera, no siempre estás igual como conductor”.
Este último recuerda el “shock tan fuerte” que sufrieron todos: él como nieto, los dos hijos de José, su viuda … “Salieron de la casa del pueblo y al día siguiente estábamos en el funeral”, recuerda.
Todavía están muy presentes cada vez que se producen reuniones familiares. En su caso, reconoce, la fe le ayuda mucho, sobre todo cuando el tiempo va solapando el dolor.
