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Siguiendo a un padre que vino de avanzadilla para dedicarse a la venta ambulante, Said Abdoun Bechiki (El Borouj, 2002) es un puntual peluquero que pasó más infancia en Xinzo que en su Marruecos natal. Llegó en 2009 junto con su madre y hermano. “Aquí estaba la familia materna, nos ayudábamos entre nosotros”, dice sobre las razones del patriarca de conquistar esta parte del mundo.
Suena en boca del manostijeras en sus primeras frases un “joe” aquí un “joe” allá, que denota integración y lozanía, y que va abandonando a medida que la entrevista se concreta. También así procedería el artista del cabello con las capas de un peinado con cresta que necesita comenzar por el pulido.
De su lugar de cuna habla con diminutivos, la forma digna de expresar lo humilde. “Es un pueblecito pobre que está a dos horitas de Casablanca”, y con un españolismo juvenil continúa la frase: “La verdad es que súper guay, no teníamos mucho pero estábamos felices”. De su niñez en Xinzo recuerda que “no hablaba, había coches, casas grandes que nunca había visto pero pasó todo muy rápido”. Nombra el trabajo de su padre: “Empezó de lo que había para poder traernos”, y concreta hitos: “Me apuntó mi primo a una carrera popular en Xinzo, corrí con sandalias de velcro y unos vaqueros, y gané”. Así narra Said sus inicios en el atletismo y describe la estampa sin darle mayor importancia a un súper logro obtenido a los seis años con un atuendo de turista termal. En esta disciplina llegó a ser subcampeón de España del medio fondo ya de adolescente y describe Bechiki un campeonato en Murcia “con mucho calor” en pleno Ramadán.
Dar la espalda a ese mundo fue una cuestión de pragmatismo. “Tenía que estudiar, trabajar, combinar bastantes cosas, al no ser español todo se complica, ya no se fijan tanto en ti, no tienes subvenciones”, aclara sobre este deporte de velocidad.
“Es una liga con nivel, pero normalita”, dice sobre las competiciones en las que participa ahora como baloncestista en el equipo de Xinzo, que está en segunda división. “Lo hago porque me encanta”, alto y claro, transmite Said que lo de las fintas son cosas del deporte, que no de la vida.
Decidió meterse de peluquero a raíz de la pandemia. Muchos amigos venían a su casa a dejarse acicalar. “Los rapaba, les cortaba”, comparte labores ejecutadas con una máquina comprada con su primer sueldo de camarero en el café Tragaluz. Pronto deja la hostelería y se pone a estudiar el ciclo en el Instituto 12 de Outubro. Meses después empieza a trabajar como asalariado y posteriormente hace prácticas de barbería en Italia. Allí recibe una llamada de su hermano instándole a alquilar un local en la calle Ramón Puga donde ahora tiene montado su negocio.
Decoloraciones, rulos y carreteras varias se pueden ver en las redes y las cabelleras de los asiduos a Barbería Bechhyto. “Menos las trenzas, hago de todo”, comenta Said, que ahora el caballero se riza, se decolora, se hace permanentes, o se alisa aunque el pedido estrella sigue siendo el corte. “La gente está ahora con la moda de poner el pelo blanco”, comenta la tendencia que le viene entrando por la puerta. “Latinos, marroquíes, pero más españoles”, describe a su clientela.
Se considera plenamente integrado en la ciudad con otros jóvenes de todas las partes del mundo, pero reconoce que su núcleo duro es con los de allí. En casa habla árabe marroquí. “Tenemos la mala costumbre de mezclar el idioma”, dice sobre las charlas con los colegas. ”Sobre todo los insultos”, puntualiza con pesar. Y es pedirle que profiera uno y entona el “oír, ver y callar son cosas de apreciar”, pero a su manera. Más tarde cuando se le pregunten por expresiones de allá sin connotación alguna, abrirá el tapón de los tacos y soltará una retahíla que empieza por “un escupitajo sin serlo, ‘tfo’”, y sigue con un trío: “’Lbar, nari y willy’”, un diccionario de vocablos para enmarcar. “En nuestro pueblo no se habla ni árabe ni francés”, explica para quizá justificar su falta de corrección en lo lingüístico, como si lo de la jeringonza no fuese algo propio de la juventud global.
Del tagine, el kebab, “el beixo” que es ese bico de un Xinzo más próximo a Portugal, y la busa que es lo mismo pero en árabe dariya, Bechiki es del beso en lo semántico no así en la práctica. “No soy de esos, la verdad”, ríe sobre la sola idea de morrear.
“Trabajador”, dice sobre sí mismo. Llega la traca final y es ahí es donde Said Abdoun lo borda y concede esas dos frases buenas que dan sentido a la entrevista. Fabrica un buen hijo marroquí un sueño bien diverso al que imaginaría un niño europeo consentido. “Como toda persona (querría) tener una casa en propiedad, no alquilada, para mi madre y para mí”, emociona escucharlo hablar de esa deuda que es motor de vida y más aún que él piense que tal práctica se estile ya sea en Casablanca que en Punxín. “Ellos nos criaron con lo poco que tienen y nosotros tenemos que intentar darles con lo máximo posible”, concluye Said.
Empezamos la entrevista con un joven barbero en pleno ayuno de Ramadán y acabamos con las sabias verbas que parecen las de un imán. Reza en la puerta del negocio, “soy un musulmán pero creo que Jesús tomaría una copa conmigo. Sería guay. Me halagaría”. Pude que eso sean palabras de Mike Tyson pero suenan como las de Said Abdoun Bechiki.
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