Rosario González, superviviente del Lérez: “El conductor me ayudó, él no tuvo la culpa”

Rosario, junto a la hija con discapacidad que cuida sin ayudas, porque la compañía aseguradora del autobús se la retiró en verano.
photo_camera Rosario, junto a la hija con discapacidad que cuida sin ayudas, porque la compañía aseguradora del autobús se la retiró en verano.

La única pasajera que sobrevivió a la caída en el Lérez, que hoy declara ante el juez, soporta múltiples secuelas sin ayudas

 

Rosario González cumplió 49 años en la UCI del hospital Montecelo de Pontevedra, con múltiples magulladuras por todo el cuerpo, fracturas y sin dientes para hincar una hipotética tarta de cumpleaños. Un día antes, en la Nochebuena de 2022, iba en el autobús de Monbus que se precipitó al río Lérez, desde 40 metros de altura, cuando regresaba a Vigo. Había ido a Monterroso para acompañar a una amiga que iba a visitar a su pareja en el centro penitenciario,  antes de la cena familiar en el piso de esta última. Dos mujeres que hacían piña en fiestas y celebraciones.

Tuvo suerte porque fue la única pasajera que sobrevivió al accidente de Cerdedo-Cotobade en la N-541 (Ourense-Pontevedra). En ese siniestro, en el que también se salvó el conductor, murieron las siete personas que se habían subido esa tarde-noche de lluvia torrencial el autocar de Monbus que cubre la línea Lugo-Vigo. Viajaba al lado de su amiga María Luz, Malu, que también falleció y a la que buscaron en el río gracias a la insistencia de Rosario porque nadie la echaba de menos.  Su cuerpo fue hallado en el lecho del Lérez a las 11,35 horas del día 26. El autocar, según sostienen las acusaciones, carecía del sistema SAE de control de viajeros en tiempo real y eso demoró su búsqueda.

La superviviente, todavía con múltiples dolencias, declara hoy, casi un año después, como testigo en el Juzgado de Pontevedra número 1 que instruye las diligencias por siete homicidios imprudentes. El pasado día 3 lo hizo el conductor, Carlos Monzón, pero como investigado, resaltando ante el juez que el autobús tenía deficiencias. A uno de los viajeros, según asegura Rosario, le llegó a comentar que al bus le costaba tomar las cuestas porque se quedaba sin fuerzas.

 Atenazada meses después por el dolor que recorre todo su cuerpo, físico y psíquico, recuerda el accidente a cámara lenta, muy nerviosa. Iba sentada detrás del conductor, próxima al pasillo. Su amiga María Luz Álvarez iba a su lado. Ambas se habían subido al autobús en Monterroso a las 19.35 horas. Antes de la caída al río, a las 21.35 horas, acaba de hablar con su hijo para ultimar la cena. Solo recuerda que sintió “un topazo” a la salida de una rotonda y que al preguntarle al conductor qué sucedía le contestó -precisa que sin gritar-: “No controlo el bus, se me va de las manos”. Después, sobrevino un volantazo a la derecha, un exabrupto -”me cago en …”, un fuerte impacto y la inconsciencia al aterrizar en el lecho del Lérez. Quedó, pese a que llevaba el cinturón de seguridad, junto a las escaleras del autocar, pero su amiga ya no estaba a su lado.  Había salido despedida en la oscuridad, real y metafórica. 

El conductor sangraba -según recuerda- y estaba en shock por lo que acabó ella hablando con Emergencias para pedir ayuda. “Le estoy muy agradecida porque me ayudó; entraba agua y se preocupó también por el resto de viajeros; él no tiene la culpa, se portó de maravilla; un accidente puede tenerlo cualquiera”.  Rosario atribuye el siniestro a una conjunción de culpas; el mal estado de la carretera N-541 y al mal tiempo. “El autobús marchó como en una plancha de hielo; no iba nada rápido, a 90 kilómetros por hora es imposible -la velocidad que calcula la Guardia Civil que reconstruyó el suceso-”, y ayudaba a viajar y subir a la gente, asegura esta víctima.

El conductor no circulaba deprisa, aunque “a ciegas por la carretera”: “No se veía ni una mosca, ni las rayas ni las vallas, nada de nada porque llovía muy fuerte y había muchas balsas en el asfalto”. 

La vecina de Ponteareas sobrevivió al accidente del Lérez y ahora sobrevive a una situación personal muy complicada, con una pensión pírrica que no llega a los 700 euros al mes (tiene una minusvalía del 58% por patologías vasculares) y recurriendo a la generosidad de la familia y vecinos. Tiene que cuidar de ella y de su hija de 18 años con apenas 20 kilos  y en silla de ruedas por una minusvalía del 86%.  El único pago que ha recibido -14.591, 36 euros- fue en marzo y ya está más que amortizado. 

La aseguradora le puso en un primer momento una persona de ayuda a domicilio y asumió los costes, pero en julio dejaron de sufragar ese gasto al entender (sin ningún amparo médico y pendiente de intervenciones quirúrgica) que ya no era necesaria la asistencia de una tercera persona. Desde entonces, Rosario se ocupa a duras penas, pide favores y hace esfuerzos contraproducentes para su salud al tener que asistir a su hija cuando tan siquiera puede “coger un vaso de agua”. Las pesadillas no le dejan descansar e incluso grita en sueños.  Hoy, la jueza también la escuchará.

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