Esteban García Vazquez, de 36 años, es uno de los nueve okupas de la Plaza de Abastos. Pone como condición para marcharse "que me den una casa digna". El viejo y deteriorado puesto del mercado, asegura, es el primer techo que encontró para dormir desde que era niño y vivía con sus abuelos en la provincia de Lugo, de donde es natural. "Al morir mis abuelos me mandaron para Barcelona, donde solo me enseñaron, y obligaron, a robar". Su situación, explica, provocó que cayera en el mundo de las sustancias estupefacientes del que no ha logrado salir.
Esteban García es consciente de su historial delictivo, que le llevó a pasar más noches en el calabozo y la calle que bajo un techo rodeado de una familia. Esto último no sabía lo que era hasta que encontró su pareja, Meri, con la que reside en el antiguo puesto del mercado. "Sé lo que he sido y lo que hice, pero nadie se ha preguntado por qué", lamenta.
Solo en una semana del pasado mes de diciembre fue detenido en cinco ocasiones, una por robar productos y prendas de vestir en cuatro negocios del Paseo en menos de una hora. En otra ocasión, según la Policía Nacional, fue sorprendido adueñándose de jamones en un supermercado de O Vinteún. Sabe que ante cualquier robo que se registre en la ciudad está en el punto de mira de la Policía Nacional. "Pero esa vida se acabó. Le prometí a la jueza y al comisario que no volverían a detenerme por otro robo. Llevo dos meses sin ser detenido y creo que nunca más volveré al calabozo", asegura.
Esteban García nació en la provincia de Lugo y se crió con sus abuelos, a los que ayer recordaba, argumentando que su muerte fue su perdición. "Era un niño y me mandaron para Barcelona", recuerda. De su vida en la Ciudad Condal "mejor pasar página, todo me llevó a tener que delinquir, no podía hacer otra cosa, no había alternativa", comenta.
Un sin techo
Hace poco más de un año se desplazó a Ourense, junto con su pareja -oriunda de Xinzo- y un perro, que ayer paseaba por las inmediaciones de la Alameda y del que no está dispuesto a separarse ni un solo minuto. "Lo quiero porque me salvó en muchas ocasiones la vida. Y no solo a mí, también a mi pareja. Nunca lo abandonaré", apunta. En este tiempo, su actividad delictiva en la ciudad fue frenética y sin tomar ninguna medida de seguridad para no ser reconocido a la hora de ejecutar los robos.
Su lugar de residencia ha sido "la calle". Un sintecho que sobrevive con una pensión de 300 euros y con las limosnas que ofrecen los viandantes a su pareja, que suele pedir a lo largo del casco urbano. "Si alguien nos puede dar una ayuda se lo agradeceremos", comenta.
Enfermo
En el puesto del inactivo mercado asegura que encontró "al menos un techo" en el que pasar la noche y no está dispuesto ha dejarlo "porque no tengo a donde ir". A Esteban no le cuesta hablar abiertamente de su enfermedad, un cáncer contra el que continúa luchando pero "cada vez con menos fuerza", dándose ya por vencido.
"Solo quiero que cuando muera, mi pareja al menos tenga un lugar, una casa en la que residir, que no lo pase mal y que esté bien", asegura antes de puntualizar que "esto es lo único que me preocupa. Que mi pareja esté bien cuando me muera. Ella no recibe ninguna ayuda, pero sé que le va quedar la pensión que estoy percibiendo yo".
Cualquier ayuda
Esteban ve en el puesto del mercado una posible salida para encontrar una vivienda social, en la que "terminar mis días. Si alguien nos la puede ofrecer y permite que llevemos el perro le estaríamos agradecidos", comenta, al tiempo que recuerda que la vida no les trató nada bien y "tenemos muchas dificultades para salir adelante y precisamos ayuda".
En la noche de ayer, la pareja temía pasar la noche en el interior del puesto ante el temor de que le pudieran hacer algo a causa de, según explicaban, una pequeña deuda contraída hace meses. Argumentan que están dispuestos a saldarla pero carecen de dinero.
