Vendido por 63.000 dólares un iPhone original

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photo_camera Una usuaria sostiene en la mano un iPhone antiguo.
Un iPhone de la primera generación de 2007 ha superado los 63.000 dólares en una subasta

Poca gente recuerda ya aquella "keynote" en la que Steve Jobs se sacó de la manga un pequeño cacharrito, un teléfono sin teclado físico que pondría en marcha una revolución en las comunicaciones y en las relaciones personales tal y como las entendemos ahora. Fue hace más de 15 años, en 2007 y lo que no tiene discusión alguna es que el primer iPhone es un aparato con valor histórico, un objeto de coleccionista. 

¿Cuánto pagarías por uno de aquellos iPhones? Para la mayoría de las personas la respuesta es entre cero y nada. Su utilidad ahora mismo es prácticamente nula y de basura digital, la mayoría de nosotros, vamos sobrados. Y sin embargo, alguien ha pagado la friolera de 63.356,40 dólares (algo más de 58.000 euros al cambio del día) por uno de estos primeros smartphones de Apple.

La afortunada protagonista de esta historia se llama Karen Green. Recibió el dispositivo en 2007 como regalo, y como el teléfono no funcionaba con su tarjeta telefónica, y no quería meterse en jaleos de portabilidades, lo fue dejando, sin abrir, en una esquina.

Sin abrir. Precintado. Esa es la palabra clave para que, 16 años después, un coleccionista anónimo haya pagado esa friolera de cinco cifras por el dispositivo. En esta cultura nuestra donde que la moda y la obsolescencia programada envían millones de aparatos electrónicos -muchos de ellos perfectamente útiles- a la basura todos los años, es una fina ironía que el iPhone más caro del mundo esté completamente obsoleto, no se haya usado y, con casi total seguridad, no se vaya a usar nunca.

Valor de colección

El mercado del coleccionismo funciona de forma completamente distinto a nuestra economía diaria. El valor de uso no tiene mayor importancia. El mercado de antigüedades es lucrativo, pero sólo al alcance de las mayores fortunas. Pero existe un punto intermedio, el de objetos cotidianos que se calcula que tendrán un valor histórico en 20, 50 o 200 años. La dificultad estriba en saber qué cosas perdurarán y cuáles serán olvidadas. Y quien tenga una bola de adivino bien pulida puede sacarse unos buenos beneficios.

El iPhone es un claro candidato, ya que es un aparato ampliamente reconocido, y además está estrechamente vinculado a esa figura profética de Silicon Valley, el desaparecido Steve Jobs, que también va camino de convertirse en el santo patrón laico de la industria tecnológica, si no lo ha hecho ya.

En cuanto al objeto en si, lo único a tener en cuenta es que lo único que separa 63.000 dólares de la nada es una finísima capa de plástico transparente.

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