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Los penúltimos de Niñodaguia
José Vázquez lo tenía todo en contra para ser la cuarta generación de cacharreiros. “Nunca o pensei, ninguén pensaba nesta familia que eu, sobre todo eu, ía acabar nisto”, cuenta mientras equilibra la diminuta tabla que sujeta decenas de queimadas. “A ver se me secaran hoxe…”, desea el alfarero en la puerta del taller. Mira al cielo y confía en que salga el sol. José es uno de los últimos de Niñodaguia, la pequeña aldea de la Ribeira Sacra en la que resiste una de las cerámicas tradicionales más importantes de la Península Ibérica. La alfarería aún lleva el nombre de su padre, Agustín, con el que comparte taller. ¡Y qué taller! Allí, a un lado de la carretera, se levanta un museo en el que están todas las piezas de barro amarillo que los etnógrafos documentaron en los libros hace un siglo. Padre e hijo las recuperaron todas. Hoy luchan para que el oficio que les hace libres también les dé de comer.
“Cheguei aquí de rebote. O bacharelato non me ía ben e dixen: ‘Pois volvo a casa’. O xefe, que é meu pai, dicía que había traballo. E volvín a Niñodaguia. Mereceu a pena, pero pasámolo moi mal eh”. El rebote fue hace dos décadas. Aquel niño de 17 años, mal estudiante, es ahora un artesano de 38, el ceramista más joven de Galicia. Y probablemente de los más jóvenes de España. “Nas casas dos compañeiros da miña xeración ninguén buscaba nin pensaba que se quedaría a traballar no oficio. Non quedou ninguén. Só estou eu. Son o máis novo en Galicia, quedará algún en Buño se cadra. E no ámbito nacional, cóntanse cunha man os mozos que se adican a isto”.
El de cacharreiro es un oficio que en Niñodaguia pasó de generación en generación. Los nietos de aquellos hombres que llegaban a tener decenas de trabajadores en sus talleres son los que ahora miran a José Vázquez, el único que continuó, con esperanza. José es esa especie de última bala que le queda a Niñodaguia para que la alfarería no desaparezca. El oficio que nadie quiso. “Tiven moitas ofertas de traballo doutras cousas. Non sei porque dixen non. Sería o destino?”, se pregunta el cacharreiro mientras domina el torno. Al lado está su padre, Agustín, toda una referencia de la alfarería gallega y nacional. Él le dejó un buen consejo: “Meu fillo é coma min. Para ser libre, esta é a única liberdade que terá”.
Agustín y José Vázquez (FOTOS: JOSÉ PAZ)
Y como un mantra, cuando a José le preguntan por qué se dedicó al oficio de su padre, repite: “Pola liberdade. Fas o que queres. Moitos téñenme envexa. Empezas ás 10 da mañá e bendita es la gloria! Pero ás veces boto ata as dúas da mañá, eh. Pero un día collo e non veño. Teño un horario entre comillas. É unha boa cousa que non che amargue o que fas”.
José sabe que tiene detrás la “presión” de todo un pueblo. ¿Qué se siente sabiendo que puede ser el último alfarero de Niñodaguia? “Síntome moi agradecido do que fago día a día, do que coñezo, do que me falta coñecer… Fodidoé a palabra idónea tamén, porque isto vai desaparecer”. A pesar de todo, para el artesano siempre hay luz: “Eu teño dous fillos, non sei que pasará. Non lles vou obrigar porque non sería bo, pero se non queren estudar non estou preocupado porque para min unha das mellores carreiras do mundo é un oficio. E o futuro vanno ter aquí, en Niñodaguia, na súa casa”. Y al final, las queimadas secaron. Toca otra hornada. Volver a empezar.
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