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LA NUEVA OURENSANÍA
Con un pasado como docente de bellas artes en Argentina, Gabriela Lionetti, hoy vive en el rural ourensano, y se dedica al negocio inmobiliario. De cómo sucedió todo esto, da para una bonita novela, y como ella se explica cual profesora, ahí vamos con la narración entera. “Soy porteña, trabajé en las escuelas de mi país, una vez jubilada decidimos venir para aquí porque tanto mi marido como yo tenemos antepasados de acá”, aclara. De fondo su esposo la desmiente. “Tú no eres de la capital, eres de la periferia”, ella le ríe los desplantes y le mira embelesada, soy yo y le lanzo un tiesto. Otro día hablaremos de él que tiene también mucho cuento, pero hoy la página le corresponde a ella. “Me echan de todos los sitios”, repite el hombre sin cesar, a ver Juanillo, te lo estás ganando a pulso con esa precisión, ‘morra o conto’, diríamos en gallego.
Tiene Gabriela una bonita casa, que han reformado detalle a detalle, con sumo gusto y mirando bien la moneda. “Estamos alquilando con opción a compra”, puntualiza. La causalidad los trajo a Ourense porque su familia política está en la zona de Sanxenxo. “Una amiga de la dueña nos habló de esta propiedad, que era la antigua escuela de A Cubeliña”, comenta. “La piedra y la madera es lo que traía la casa, lo demás es todo nuestro”, detalla. Hicieron un magia potagia con el espacio, y la vivienda se ve muy coqueta.
Recorriendo todas estas aldeas rurales descubrieron el nicho de su negocio. “Las casas y las fincas son hermosas y se están deteriorando”, advierte. “Tenemos agua todo el año, los veranos son divinos, tenés contacto con la naturaleza y además han llegado los avances que mejoran la vida”, apunta. Enumera Gabriela la fibra óptica, el ave y las carreteras. “Lo mejor de los dos mundos”, resume una entusiasta del rural gallego.
“Aquí la mayoría de las casas no están registradas, todavía hay mucho papelito escrito a mano, pero se pasa por el notario y todo se vuelve legal y transparente”, anima al lector. ¡Qué sueño sería repoblar las aldeas!. Patrimonio, la confederación hidrográfica, carreteras y otros son un poco tostón, comentamos, pero reconocemos que los precios son muy convenientes. “El problema es el propietario muy apegado al tema emocional, que se queda con ese recuerdo, pero el comprador no se lo va a pagar”, explica. “La primera casa habitable que vendimos costaba 18000 euros”, añade.
“La despoblación es una realidad, pero además no hay gente que haga oficios”, explica. Estima Gabriela que ese perfil sería el idóneo para colonizar los pueblos. “Algunos compran una finca que hay que demoler por valores muy bajos y usan esa piedra para construir en otro lado”, denuncia. Opina Gabriela que debería haber un control a este respecto.
Imparte también clases de arte en el centro sociocomunitario de Celanova. “Sentimos que fuimos muy bien acogidos”, reconoce. Sus clases son un todo vale en las que cada alumno, de niños a ancianos, hace lo que más le apetece. “Dibujo, pintura, el grafito…”, enumera. Es ya el tercer año que están enseñando en las cocinas del Monasterio. “Me encantan esas estructuras de piedra que parecen eternas”, comparte. “A veces no me creo que esté allí, en un lugar del siglo X, me pongo a pensar si falta algún palito en el período… me parece un privilegio”, añade. Se nota que Gabriela bebe del arte, y sabe valorar lo que procede.
Ponemos a prueba su ourensanía preguntándole por una palabra en gallego, pero está Gabriela un poco verde con el léxico, no así con la conciencia de que Galicia es lluvia, un goteo que viene de lejos. Llega ahora la parte más emocionante de la entrevista, se enrojecen los ojos de Gabriela. “¿Perramus?, Mi bisabuela materna lo decía todo el tiempo, ella nació en Rubín, A Estrada, en vez de decir ‘piloto’, como decimos allá, para referirnos al chubasquero, ella venga con el perramus a vueltas, que descubrí que es una marca”, relata G. Lionetti. “Bisabuela, abuela, madre y yo vivimos en la misma casa, y la mayor, que llegó a los 94 años, nunca dejó de hablar gallego”, continúa la anécdota.
“Acá me reencontré con todas las flores y las plantas que mi bisabuela tenía allá, en su jardín”, explica. Desde el helecho a las calas, el limonero, las vides, la higuera o el ciruelo”, enumera. “Recrearon una pequeña Galicia allá, en Buenos Aires, la quinta provincia gallega”, concluye.
El olor verde y húmedo que traen sus palabras invita a contemplar el musgo del exterior, cubriendo las piedras. Nuestra leña da calor a un hogar argentino, y su aroma inunda la estancia con notas de bosque gallego. Susurran las meigas desde fuera, quien sabe si alguna ancestra. La tierra nunca se olvida, cuando hay genes de por medio.
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