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LA NUEVA OURENSANÍA
El tam-tam de los sabares senegaleses se deja oír en la pantalla de plasma de considerables dimensiones de Café África, un restaurante rincón en las galerías Unión Progreso. Al frente del negocio Gueme Yalla, originaria de un pueblo llamado Taif, hacia el centro del país. “Después viví en Dakar, ya casada”, aclara. Tiene cuarenta y un años, cuenta cinco hermanos y cuatro hijos de los cuales sólo uno nació aquí. “Es complicado conciliar la crianza con el trabajo”, intenta hacernos entender en un español trabajado con mucho esfuerzo, y poco tiempo para ser estudiado. El restaurante que regenta pertenció a su hermano, pero ahora ella es la propietaria y chef, ordenanta y esclava. Pesada es la cabeza del que lleva la corona, y más aún cuando se le suma la cocina. “Yo soy la dueña”, apostilla Gueme por si quedase alguna duda de lo que significa emprender en este país.
En su recorrido hasta aquí hace casi diez años, hace parada en las Canarias donde sólo estuvo unos meses. Ya en estas tierras, arropada por sus hermanos y tíos que habían venido antes, comenzó una andadura laboral que la llevó por Coren, Maderas Gómez y otras empresas ourensanas. Por aquel entonces su hermano, que se hace llamar Sergio en nuestro idioma, le ofreció un puesto en la cocina hasta el período de pandemia por la covid-19 que obligó a cerrar el negocio y como “ya no había nada”, se queda Gueme sin trabajo y concluye de paso su relato.
Cuenta que sólo uno de sus hijos está ahora aquí “el segundo, por problemas de vista”, aclara, pero tiene un porrón de familia que la ronda y a la que echa un cable. “Yo sola con cuatro niños es muy dificil y también hay que ayudar al resto de la familia”, admite. Hoy la acompaña Mama, su prima, que no llegará a los veinte pero con una piel fantástica que nunca se sabe. Lleva el nombre de la madre de Gueme porque es costumbre en Senegal darle a las niñas el nombre de sus abuelas. “El sábado me voy para allá”, comenta entusiasmada ante la idea de ver a su prole a la que visita cada seis meses. El mayor tiene dieciseis años y el más joven nueve.
Los silencios en un restaurante tan especial valen tanto como las palabras, sobre todo cuando son las justas por una cuestión idomática. Gueme mira hacia abajo cuando hay asuntos de los que no quiere hablar o no tiene nada que decir, paradójicamente la dirección contraria a la que tomamos los de aquí, que mayormente viramos los ojos hacia arriba cuando queremos darle un giro a la charla. Antropologías aparte Gueme se muestra tímida hasta el momento, a pesar de tener la presencia de una diosa de ébano que rondará el metro ochenta.
Hablamos de gastronomía. En sus platos tradicionales no falta el ‘thiéboudinne’ o cocido senegalés hecho con arroz, pescado y hortalizas varias, que sirve los sábados, y entre semana, el ‘mafe’, que es una especie de guiso con arroz y salsas. También elabora bebidas con jengibre e hibisco, ingrediente éste último que trae de su país. “Aquí no hay nada de alcohol”, aclara un poco sin venir a cuento, quizá por lo exótico de las mezclas, para no dar lugar a confusiones. “Soy musulmana, sí”, introduce siempre Gueme la pregunta en la respuesta para no perder el hilo. Por lo visto la carne de cordero ‘halal’, obtenida del sacrificio del animal de acuerdo a los preceptos coránicos la consigue de un proveedor a las afueras de Ourense.
Gueme habla wólof, que es la lengua nativa de la étnia del mismo nombre, pero de vez en cuando se le oye un ‘ça va’ francés. “No lo se”, confiesa, y señala a Mama indicando que el bilingüísmo es cosa de generaciones más jóvenes y ambas se comunican en ese idioma curioso y dinámico que parece que sale todo de la glotis. “Boutique sí… es cuando vas al supermercado”, confirma no obstante el uso del galicismo en versión africana.
“Los senegaleses son muy familiares, aquí vienen mucho, pero también españoles”, describe la clientela en su establecimiento. Se le nota cómoda sin echar cohetes en estas tierras ourensanas. “Es muy calmado…fue complicado al llegar, muy duro, al no tener el español bien”, razona la emprendedora ourensana.
Por fin vemos a la Gueme que se ríe cuando se le hace elegir entre patata y batata, pandeiro o ‘djembé’, y fluir más cómoda entre las preguntas absurdas, aunque entremedias reconozca con un acento casi gallego que del ‘idioma da patria’, “naaaada, ni una palabra”. Intenta Gueme explicar con las manos lo que es el ‘Laamb’ o lucha senegalesa que se parece bastante al sumo, y minutos más tarde invita a un encuentro entre compatriotas de allá en un bajo alquilado donde va a haber paparota y bailoteo. Empezó Gueme Yalla mirando al suelo ante cuestiones privadas y acabó el interrogatorio convidando una senegalesa entusiasmada.
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