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Manuel A.M. (58 años) es un vecino de la ciudad del montón. Cumplidor con su trabajo como chófer de una línea de transporte interurbano, rutinario, maniático tras años viviendo solo, paciente, agudo para trazar un plan con éxito pero también capaz de sufrir cuando la vida no se pone de cara (tras ser detenido por maltrato animal continuado mostró gran abatimiento por las repercusiones sociales y laborales del caso). Pero, según el equipo policial que le detuvo, está tremendamente obsesionado con los perros. No los soporta.
Fue arrestado el sábado en el marco de las operaciones Alfinete (alfiler en gallego) e Inu (el Akita Inu es una raza canina originaria de Japón) por supuestamente esparcir por distintos puntos de la ciudad cientos de cebos (con carne para mascotas y gominolas) con alfileres para dañar a los perros que los ingerían. “Optó por un tipo de envenenamiento mecánico, pero si llega a ser químico estaríamos ante un desastre de proporciones muy gordas”, asegura un mando. Tras la pista de este vecino de la margen derecha del Miño estuvo estos últimos años un equipo multidisciplinar comandado por la Policía Nacional con la colaboración del Seprona de la Guardia Civil y la Policía Local de la ciudad.
La investigación, iniciada en 2017 cuando dos bares del barrio de O Vinteún recibieron dos cartas con amenazas por permitir la entrada de canes, se encontró con muchos atrancos, máxime con una pandemia de por medio que dificultaba, debido al uso de las mascarillas, el reconocimiento facial. Pero también porque Manuel A.M. no lo puso fácil y comenzó de menos a más. Sin prisas. “Acostumbraba a poner cebos, una actividad que desplegó a partir de 2019, durante un tiempo y luego paraba durante meses”, aseguran fuentes policiales.
Los trozos intervenidos en la detención.
La jueza de guardia, la titular de Instrucción 3, lo dejó en libertad el domingo pero encartado en un delito continuado de maltrato animal. También se inhibió a favor de Instrucción 2 dado que fue el juzgado al que llegaron con anterioridad denuncias por este tema.
En estos casi cinco años, a las fuerzas de seguridad le consta un perro muerto debido a la ingesta y otros muchos con daños físicos importantes. Pero no son optimistas: “Puede haber casos de mascotas muertas por esta causa y no fueron al veterinario”, añaden desde la Policía Nacional. En el atestado constan cientos de horas de vigilancia y varias denuncias a las que se adjuntan las facturas por importes entre los 172 y 1.000 euros. Los agentes también manejaban cartas mecanografiadas dirigidas al domicilio de dos personas “en unos términos que se interpretan como amenazantes” por la defensa que los receptores de las misivas solían hacer en defensa de las mascotas y en contra de la aparición de los cebos cárnicos con alfileres.
Este último año, la Policía Local se incautó de numerosas trampas con alfileres hallados en diferentes puntos de la ciudad como Quintián, Ramón Piñeiro, Sánchez Arteaga, Parque de la Chapa, Río Mao, parque de O Peco y el camino peatonal del colegio Salesianos. La mayor parte fueron localizados en O Vinteún, barrio que se peinó a más a fondo en las vigilancias. Estas últimas se intensificaron desde septiembre de este año los fines de semana con la participación de los tres cuerpos.
Los alfileres utilizados para elaborar cebos.
Manuel, que carecía de antecedentes, fue pillado “in fraganti” el pasado sábado, cuando aún no había amanecido, arrojando 18 cebos en el parque Sánchez Arteaga. Los investigadores ya sabían quién era antes de colocarle las esposas. Aparecía en las imágenes de las cámaras de vigilancia que instalaron en el operativo. “Se identificó a un varón que por su peculiar forma de caminar (el modo de pisar) aparecía en los lugares con cebos”, precisan fuentes policiales sin entrar en detalles. Aunque, también rastrearon sus nueve perfiles de la red Facebook en los que no ocultaba la antipatía que sentía por los perros.
En el registro domiciliario autorizado por la jueza de Instrucción 2 este último sábado, con la oposición del ministerio fiscal al entender que era una medida desproporcionada, máxime cuando ya había elementos de prueba -los cebos incautados al sospechoso-, los agentes se incautaron de ropa y zapatillas similares a las observadas en las vigilancias, una barra de chopped para perros, patés, dos cajas de alfileres con cabeza metálica plana y de cabeza con perla blanca y dos carteles de “prohibición de perros” con frases manuscritas -”Porque no le coméis su kaka (sic) y le bebéis su orina, eso no, mejor la acera pública”- , una máquina de escribir así como una carta mecanografiada con la misma tipografía que las recibidas por dos denunciantes “donde se observa la clara y manifiesta animadversión hacia los perros y dueños de los mismos”.
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