Navidad en el comedor social de Ourense: mesa y mantel después de dormir al raso

LA OBRA DE CÁRITAS

La Navidad en el comedor social: de Ourense roti de pavo, gulas con gambas y dignidad. Cáritas ofertó a doscientas personas un menú especial tanto en el servicio de táper como presencialmente

M. Sánchez

Publicado: 26 dic 2024 - 06:25 Actualizado: 26 dic 2024 - 07:51

A las 12,40 horas estaba todo listo para abrir el comedor.
A las 12,40 horas estaba todo listo para abrir el comedor.

A las ocho de la mañana de ayer, la cocinera Leonor Batán sabía que iba a sudar el delantal en una mañana sin tregua entre los fogones del segundo piso de la sede de Cáritas en la calle Mestre Vide. El menú de Navidad en el comedor social, el único de la ciudad, exige un plus de sabor -hay más platos que en un día normal- y de dignidad. Al igual que ocurrirá en Fin de Año y Reyes, en el comedor se prodigan los pequeños detalles. Los usuarios presenciales, personas que duermen en la calle, residen en infraviviendas o el albergue del transeúnte, comen con mantel, copa, servilletas con elegante doblado y hasta brindan con sidra. Sin alcohol, claro.

La importancia de los detalles

La artífice de los detalles es Marta Dasilva, la responsable del comedor los fines de semana y festivos junto a Zoilo González. “Me encargo de la decoración, porque me gusta prepararles una Navidad bonita y digna y la mesa debe estar a la altura”, asegura. Ella también se viste para la ocasión: en los últimos siete años enfunda el mismo jersey azulón con mucho brillibrilli. Este año, además los mayores de los programas de Cáritas prepararon unos abetos con fieltro para colocar el tenedor y el cuchillo. Todo muy coqueto y resultón.

Leonor Batán reparte la salsa del roti.
Leonor Batán reparte la salsa del roti.

Pero para que el comedor rutile, horas antes, no paran en la cocina, aunque Leonor es previsora y el roti de pavo ya lo dejó casi listo un día antes. “El 25 hay mucho estrés porque todo tiene que ir perfecto y no puedes equivocarte; mueves menús más variados”, comenta. Junto a Olga Andriuscenco, ayudante de cocina, y un voluntario, el colombiano Martín Torres, preparan 12 kilos de patatas para asar, el caldo de verduras y los revueltos de gulas con gambas. Sin olvidar las 250 hamburguesas con ensalada que llevarán los usuarios del servicio de táper (tienen casas, pero Cáritas les echa una mano por sus escasos recursos económicos). A estos últimos también se les entrega el menú especial de Navidad para llevar a casa junto al pan y la fruta habitual. Así queda cubierta la comida y la cena.

En la dependencia anexa a la cocina, los voluntarios, la joya de la corona de Cáritas, según aseguran sus responsables, se afanan en preparar los postres (hay piña y bica) y las bandejas con los dulces navideños antes de que empiecen a desfilar los usuarios del táper. Después intervienen en la cadena humana para agilizar la entrega de los menús que se llevan a casa, montan las mesas para los comensales presenciales, sirven las comidas y hasta friegan la loza. Hoy (por ayer) le tocó a Silvia. Algunos de ellos, como Toño, lleva desde las ocho en el comedor porque ayuda ya con los desayunos.

Aunque es mañana de Navidad y hace sol, los voluntarios no fallan. Es un día en que se precisan muchas manos y Marilia -trabajadora de Cáritas-y su marido Luis acuden para que todo sea más llevadero.

"En la calle lo pasas muy mal"

Cuando a las 12,40 abre el comedor presencial, todo está perfecto. Emma, Pilar, Julia y Toño sirven con mimo las mesas. Todos ellos tienen sobrada experiencia porque son bregados veteranos en estas lides.

Uno de los primeros usuarios en entrar es Enrique (18 años). Se sienta en el plato con un abeto morado porque, según dice, es su color preferido. Hasta hace un mes, dormía en la calle en un parque próximo al pabellón de Os Remedios. Ahora, está en un piso. “Un conocido me deja una habitación y yo le ayudo”, señala. La calle es la peor opción -”se pasa muy mal”- y todo lo que mejore dormir en el saco a la intemperie es un avance importante en su vida.

Muy cerca de él se sienta Carolina (58 años), quien conoce bien los sinsabores de la vida en la calle. Estuvo dos años durmiendo a la intemperie junto a la plaza de abastos, pero ahora su familia le da cobijo nocturno. “Siempre estás con ojo abierto, no duermes bien porque tienes miedo”, asegura. A ella ya le dieron una paliza para robarle 70 euros cuando caminaba por la Alameda de madrugada. Lleva tiempo comiendo gracias a Cáritas. “Así no adelgazo -no pesará más de 45 kilos- y la comida, además, está muy rica”, comenta.

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