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No vamos a hablar de sanidad ni de medicina. O tal vez si, pues a veces resulta inevitable. Hoy vamos a hablar de valores. Y me pregunto ¿cómo es posible que un profesor con el que solamente compartí un curso de la antigua E.G.B., haya podido dejar en mi una huella tan profunda?
Estos días son demasiado tristes, tras el fallecimiento de Don Gonzalo Bernardo, singular maestro salesiano. Desde hacía tiempo conocía el quebranto de su salud, porque así él mismo me lo había confesado. Don Gonzalo es el responsable de mi pasión por la literatura. Y eso que su tarea no fue sencilla, pues para su asignatura cargábamos diariamente con un grueso libro, denso, enciclopédico, llamado Consultor, y otro pesado volumen auxiliar, las Fichas, en las que teníamos que plasmar lo aprendido en forma de deberes. Si la memoria no me falla eran de la Editorial Santillana. Esos libros viajaban ida y vuelta a pie dos veces cada día, desde el Jardín del Posío hasta el Colegio María Auxiliadora, dentro de una bolsa de deportes anaranjada de la marca Puma, formando parte de un equipaje escolar repleto de ilusiones. Dicen que en el hogar nos enseñan educación y en el colegio cultura. Quizás tengan razón, pero a los de mi generación también nos educaron en valores en el colegio. Y Don Gonzalo fue uno de los más empeñados en ello.
El primer día de colegio recuerdo un patio dividido en varias canchas de mini-basket y baloncesto. Y en el medio de toda aquella chavalada, un joven salesiano pretendiendo enseñarles cómo se encesta una canasta en suspensión. Decidí probar. Un auténtico desastre. Pero con mucha paciencia y entusiasmo, poco a poco Don Gonzalo nos adiestró en los fundamentos de un deporte puntero en el colegio. La historia le fue dando la razón: los mejores jugadores del basket ourensano han salido de la cantera de los Salesianos. Y todos ellos reconocen su deuda con Don Gonzalo.
Todavía conservo una vieja fotografía en blanco y negro, que suelo repasar con nostalgia. Nos la sacó él mismo en una jornada victoriosa defendiendo los colores del colegio: camiseta y pantalón blancos, con el nombre del colegio sobre una franja verde horizontal a la altura del pecho. Mucho disfrutó aquel día Don Gonzalo, convertido en improvisado entrenador del equipo más anárquico que jamás he visto. Quizás, si tienen la oportunidad de leer estas líneas, algunos esbozarán una sonrisa al recordarlo: Pepe Serantes, Isidro Montoto, Cesáreo Rodríguez Barjas, Luis Mariano, Pepe Folgoso y un servidor, con el número 4 a la espalda. Faltaba Juan Luis Rodríguez, uno de los habituales que no pudo competir aquella mañana de sábado de primavera. Y ahí está también el malogrado José Carlos Sánchez, con sus inolvidables gafas de pasta.
La amistad, el compañerismo, el altruismo, el esfuerzo por ser cada día mejor alumno, persona y deportista. Y además descubrir la poesía gracias a aquellos fragmentos de Baudelaire y Rimbaud, de Miguel Hernández, Dámaso Alonso, Blas de Otero, Celso Emilio Ferreiro, Vicente Aleixandre y Pedro Salinas, mientras Don Gonzalo, con su maestría habitual, iba componiendo aquellos retratos de jóvenes estudiantes y deportistas. En infinito agradecimiento, vaya hoy todo esto en su recuerdo.
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