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Cada lunes, miércoles y viernes el gimnasio Trabazos tiene una alegría distinta. “¡Buenos días, don Javier!, ¿qué tal?”, exclama un joven desde el fondo. “¡Hola!”, le responde un hombre entre risas, antes de empezar su calentamiento de movilidad con las gomas. No es raro que se detenga entre ejercicios a hablar con el resto de atletas, conoce a todo el mundo. Javier Fernández nació un 26 de enero de 1958 en Santa Mariña de Augas Santas y desde entonces no ha parado quieto.
“Llevo practicando deporte toda la vida, hice judo y boxeo. Llegué a hacer combates”, cuenta, aunque se mantiene humilde. A sus 75 años acude “tres veces por semana” para mantenerse. “Bicicleta, cinta y musculación”, dice, y afirma que “hace de todo un poco”.
Al preguntarle si es abuelo lo certifica enseguida: “Sí, bisabuelo” y abre los ojos en advertencia: “Hace tres meses que nació el hijo de mi nieta mayor, de 28 años”. Javier tiene tres hijos, dos nietos de 10 años y 1 bisnieto, pero desconoce la celebración: “¡Ah, ¿es el Día del Abuelo?! ¡Pues felicidades!”, y echa otra carcajada. Asegura que lo que más disfruta de sus descendientes es “jugar con ellos, les hago bromas y me lo paso…”. Se nota el cariño que les tiene en la mirada. Cree que su bisnieto “va a ser muy traste” porque “es muy expresivo con tan solo tres meses”.
Javier trabajó para Banesto, cuando existía, durante 40 años. Antes de eso, vivió lo suyo. “Fui a la mili, aquí en Galicia, a los 21 años, que es cuando estás despegando y te corta un poco todo”. En su caso, fue el grupo de música que tenía con varios amigos “Los ever”. “Empezamos casi sin tener guitarra, tocábamos cosas rotas”. Él era el batería, pero lo tuvo que dejar para ir a cumplir el servicio militar.
Por casualidades de la vida, sus compañeros de banda “tuvieron un accidente contra un coche que les embistió yendo en autocar ” mientras él estaba en la mili. Afortunadamente, no murió ninguno, pero “uno se rompió la pierna y quedó cojo de por vida”. Cogió un permiso para venir a Ourense a ver a sus amigos a la “Clínica do Raposo”, un sanatorio de los años 50, cerca de Juan XXIII.
Pero no todo fueron desgracias, en la habitación en la que estaba su colega se encontró con la que sería la mujer de su vida. “Estaba allí porque también lo conocía, era del Bierzo”. Empezaron siendo amigos y después él le pidió “intentar algo más”.
Después de un año de permisos y, “viajes de cuatro horas de baches por la carretera de Trives”, se casaron y tuvieron a sus tres hijos, casi de forma consecutiva: “Al año el primero, al año el segundo y al año el tercero y ahí dijimos ya está”. “Y a luchar la vida”, concreta.
Como consejo a los jóvenes recomienda “dar mucho amor” y “rodearse de buen rollo”. Dice que “lo más gratificante del mundo es encontrarse con alguien que tenga un buen recuerdo de ti, después de mucho tiempo”. A sus incansables 75 quiere seguir cultivándose, y ha decido volver a tocar la batería y a juntarse con su grupo.
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