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Antes los signos de ostentación se veían en la boda de la hija de un mexicano de Avión, en el número de Ferrari y Lamborghini que tenía Cristiano Ronaldo en el garaje o por las excentricidades de un jeque árabe. Ahora el estatus lo concede Abel Caballero: la Navidad es tanto más importante cuantas más luces se enciendan. Allá el alcalde de Vigo con su producto, su envoltorio y su fecha de caducidad, que será cuanto más pronto cuanto que las incomodidades acaben por motivar el fenecimiento del invento por una subida de éxito. Le han salido decenas de competidores, imitadores más bien, que se retan en los programas de la tele con los reporteros que hacen de agrimensores certificando en metros las dimensiones del invento. Esa obsesión de los alcaldes por el árbol más grande y más gordo es muy masculina, como si fuese un reto fálico. No hay, o no encontré, alcaldesa con la misma fijación sobre la turgencia del abalorio y las dimensiones de la estrella que lo corona. Mucho menos presumiendo de que las fiestas y su ambientación es cosa de cinta métrica. En estos retos se juega muy fuerte y el riesgo de gatillazo es alto, sino que se lo digan al alcalde de Ourense, Gonzalo Pérez Jácome, que el año pasado marcaba paquete navideño y este año se mete en el catre solo para cumplir, no para lucirse. Nadie le obligó a ir de milhomes y lleva tiempo justificándose en que le duele la cabeza.
En el grupo municipal del PP, hartos de yacer con el susodicho, proclaman ahora hasta por escrito que como amante político Jácome no vale gran cosa, aunque para joderles no lo hay como él, como saben bien en el partido. El puente de los festivos y las vísperas navideñas animan el cotarro. Hasta la hostelería y parte de los comerciantes (en contra de lo que suelen hacer), dicen estar satisfechos por el tintineo de la caja registradora, pero un sector empieza a sospechar de que el Concello poco tiene que ver ya en esta bonanza de quita y pon. Entre los desengañados, como queda dicho, el PP, que aprovechó las fiestas para el lloriqueo: “O goberno local converteu a Ourense nunha cidade de terceira división”, dice una nota que dijo una concejala. Un clásico, es la reacción que airea la flojera amatoria de la pareja, pero se queda. Debe ser por los niños.
Estamos haciendo con la Constitución lo que las dos Españas en La Vaquilla, célebre película de Berlanga, en la que los dos bandos de la Guerra Civil querían quedársela. La Carta Magna se está patrimonializando por una parte del espectro político, convertidos por un lado en custodios del grial, mientras desde la otra parte, se la torea sin disimulo retorciendo sus postulados hasta el esguince. La festividad queda para que los españoles, a su costa y a la de la Inmaculada, se den el piro dejando el engolado discurso institucional para el postureo. En Ourense, un muy acertado concurso escolar premia los trabajos que se basan en la Carta Magna y se entregaron el día 6. Fuera de eso, poca implicación, escaso interés social. Basta con echar un vistazo a la entrega de premios a los chavales. En las fotos están los de siempre, civiles y militares, por obligación. Deseosos de acabar pronto para irse de puente también o a comer. Ya se barruntaba en la cinta de Berlanga, muy al final, a punto de acabar con aquella España: “Cuidado mi Teniente, cuidado conmigo! ¿Eh? Hemos corrido un encierro, nos hemos tragado una misa, hemos llevado una virgen, hemos cargado con un marqués. Usted ha afeitado a un fascista, a mí me han pegado una cornada. Este se ha cagado, a este lo han vestido de sacristán, y a este le han puesto los cuernos. Y todo por la jodida vaca. ¡Que le den mucho por el saco a la vaca! Yo me voy a comer”.
Durante años dio la sensación de que en el Concello de Beade el calendario se detuvo el 20 de noviembre de 1975, cuando la muerte de Franco. 48 años después del óbito y 39 después del estreno de La Vaquilla, aún siguen en el pueblo con una calle a nombre del caudillo y el debate de si rebautizan el vial. No hubo acuerdo. Ya lo dijo el soldado Piporra en la peli: “!Estoy de esta guerra hasta el mismísimo…!”.
Pablo Sánchez Ferro es el director del Archivo Histórico, equipamiento cultural imprescindible, que se ubica en el conjunto cultural de San Francisco, posiblemente uno de los rincones más desconocidos para el gran público. A Pablo, siempre amable, te lo puedes encontrar por la calle, se para contigo y siempre tiene una invitación que hacerte para conocer un poco más el recinto, casi inabarcable dada la ingente cantidad de documentación que allí se almacena. El Archivo luce una singular exposición, “A cidade de Ourense nos seus documentos”, con 63 referencias originales que van desde la Edad Media hasta el siglo XX, que desvelan un Ourense inédito, como se contó en estas páginas. “É unha mostra imprescindible, pareceunos que a cidade carecía dun pequeno espacio expositivo que fale da súa historia, esta é unha oportunidade para cubrir ese oco”, detalla Sánchez Ferro describiendo la importancia del evento. El archivo cuenta con nueva sede desde septiembre del 2022, un lujo por el continente, pero sobre todo por el contenido, con documentación desde el siglo XI. Pablo es el custodio de semejante riqueza, que desea compartir. Hagámosle caso, merece la pena.
Entre la niebla aparecían los parientes. Se intuía su presencia por el crepitar de los zuecos sobre la escarcha del suelo y por la bocanada del Celta que venía fumando el señor Manolo, el matarife, también barbero. ¡Qué cosas! Copazo de aguardiente como tentempié y a la tarea. Ahorro el drama del sacrificio de los animales y pasamos a la sangre revuelta para que no se estropease. Atados de paja para quemar la pelambrera, afeitado con uno de los cuchillos que cortaban como catanas de samurai. Luego, vaciado de vísceras con la precisión del forense, lavado de tripas y demás tareas no aptas para los flojos de nariz y los veganos que vendrían décadas después. Cerdos colgados, disección al día siguiente, carne al arca para el salazón, chorizos al cabo de dos días. En fin, el ritual de la matanza cada diciembre se está desdibujando como las figuras de toda la familia (y tantas otras) que se marcharon tras la misma niebla por la que siempre venían.
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