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tribuna
No, no es un artículo más en el que vayamos a revelar que ahora sí, es el momento del rural, es su oportunidad (una más) para que, superado el duro confinamiento y ante la crisis que se avecina, pueda ofrecer la posibilidad de generar actividad económica y crear empleo. Ni tampoco es un artículo más que aborde lo complicado que es llevar los servicios públicos a los más de 30.000 núcleos de población que tenemos en Galicia, y al impagable trabajo que realizan los alcaldes de pequeños municipios para evitar que sus pueblos perezcan.
El terrible covid-19 ha hecho que estemos viviendo un encierro obligatorio, que según algunos expertos podrá servirnos para recuperar valores y sentimientos que quizá habíamos olvidado, y que en estas semanas, ha conseguido que haya aflorado ese cantante, cocinero o artista que todos llevamos dentro, y nos haga reflexionar sobre lo que realmente merece la pena.
Una vez más cobra fuerza lo natural, e inevitablemente pensamos en nuestro rural
Por eso, una vez más cobra fuerza lo natural, la vida saludable, la alimentación de calidad, e inevitablemente pensamos en la tranquilidad y la belleza de nuestro rural, y sus múltiples recursos. Y lo pensamos cuando en los supermercados vemos la inusual escasez de determinados productos, o cuando llegamos a casa y abrimos ese tomate, de un rojo brillante por fuera pero blanco por dentro, cuando lavamos esa lechuga de un verde perfecto pero de dureza y tacto artificial, o recordamos el olor del queso del país, la textura de una buena miel artesana o el amarillo de los huevos caseros.
Y claro, al recordar todo esto pensamos en el duro trabajo, el cariño y el esfuerzo que supone para el agricultor. Pero para que llegue a nuestras mesas, no podemos obviar la participación de los diferentes agentes que intervienen en la cadena desde la propia producción, transporte y comercialización, y en la responsabilidad que tendrían que tener todos para que hubiese una justa remuneración, acorde a la aportación que cada uno realiza. Y a lo mejor, es entonces cuando llegamos a la conclusión de que tal vez ese producto tendría que ser más valorado por el consumidor final, es decir, por nosotros.
Seguro que usted no es de esos, pero quizá tenga algún conocido, que cuando va a la compra elige determinados productos dependiendo de si cuesta unos pocos céntimos más o menos, obviando su procedencia o indicaciones de calidad. O que en alguna ocasión, no han terminado en la cesta de la compra por considerar que con un precio de 20 céntimos superior al de la semana pasada resulta abusivo y no merece la pena llevarlo.
Para nada pretendo organizar la economía familiar de cada uno, pero probablemente también, ese conocido tras hacer su compra, no ha tenido reparo alguno en pagar 4 euros por un paquete de tabaco, una copa o una bebida refrescante, sin tan siquiera cuestionarse ese gasto.
En pleno confinamiento conocíamos el acuerdo de la Consellería de Medio Rural con importantes empresas distribuidoras de alimentación para comprar todo tipo de productos a pequeños agricultores y ganaderos, y ayudarles en su venta a través de la red Mercaproximidade, debido al cierre de sus habituales canales de comercialización. Una medida excepcional, que a buen seguro tendrá continuidad en el futuro con nuevas estrategias, estímulos e instrumentos públicos de gestión que permitirán la puesta en marcha de nuevos e interesantes proyectos para el rural.
Pero no será suficiente, si no van acompañadas del compromiso de los consumidores. Por que, ¿estamos dispuestos a darle el valor que merecen estos productos y el trabajo que tienen detrás? ¿Pagaremos por ello la cantidad que merecen?
No sé, si el paso del covid-19 realmente cambiará o no nuestra escala de valores, y si es así, cuanto tiempo nos durará. Tampoco sé, si es cierto que más allá de los aplausos de las 8 habrá un antes y un después. Pero evitar que dentro de unos años o en una futura crisis volvamos a decir que ahora sí, es la oportunidad para el rural, depende en buena medida de esos valores renovados y reforzados.
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