El superviviente del crimen de Velle: “Ese día supe lo que era el dolor”

CRIMEN DE VELLE

El superviviente del crimen de Velle recordó la noche del ataque: “Ese día supe lo que es el dolor”. El padre de la víctima malherida cree que el inculpado actuó porque envidiaba a la pareja

M. Sánchez

Publicado: 19 nov 2024 - 18:15 Actualizado: 20 nov 2024 - 08:36

Álvaro Blanco, el superviviente del crimen de Velle, tuvo este martes que parar en varias ocasiones para coger aire y proseguir con el relato de lo acontecido en la madrugada del 19 de febrero de 2021. La suya fue una declaración plagada de silencios y traumas.

Los miembros del jurado que juzgan a Diego Rodríguez Torres (39 años) por el asesinato de la pareja de Álvaro y el intento de asesinato de este último no pestañearon mientras lo escuchaban pese a la hora, pocos minutos después de las nueve de la mañana.

Álvaro y su novia Ana (22 años) cenaron, montaron un mueble para una casa que intentaba ser un hogar familiar y se acostaron sobre las once y media o doce de la noche. Él había dejado aparcado el coche en rampa y cuando su vecino Diego llamó insistentemente a la puerta, en mitad de la madrugada, pensó en el vehículo. Nada más abrir la puerta se percató que eso de que el mejor y peor día de la vida de una persona amanecen igual es una absoluta patraña. “Abrí la puerta y en un microsegundo le vi los ojos y me di cuenta de que tenía clavado un cuchillo en el abdomen”. En ese instante, pudo conocer las intenciones de Rodríguez Torres: “Os voy a matar”.

A partir de ahí, muy malherido, tuvo momentos de consciencia e inconciencia en los que también vio y pudo escuchar la voz de su novia por última vez antes de morir a consecuencia de las 17 cuchilladas que le asestó el acusado. “Ana se levantó sin entender nada y oí como le decía a Diego: ‘Déjalo, que ya está muerto, llévate lo que quieras’”. En esos recuerdos hay mucho color rojo: la sangre que salía a borbotones por un cuerpo agujereado, como si quisiera vaciarse. Pero también son recuerdos de miedo: llamó a su padre para contar lo qué había sucedido -”Diego se volvió loco y nos acuchilló”- y ya de paso despedirse porque realmente creyó que se moría cuando su cuerpo comenzó a helarse. “Ese día descubrí lo qué era el dolor y pasar frío”, destacó.

Hasta ese momento, la relación con el agresor había sido cordial. Son primos segundos y vecinos. Álvaro señaló que nunca había notado nada anómalo en su comportamiento -”su madre y su abuela decían que padecía de los nervios”-. Diego les regalaba huevos, había cenado con su padre en una ocasión y Ana le había prestado 20 euros, un dinero que devolvió.

La vida de este superviviente, tal como confesó, cambió por completo desde esa madrugada. Estuvo 13 días en coma, 70 en el hospital y tuvo que aprender a vivir de nuevo. “A cagar, mear, ir a un logopeda para hablar, vivir con una malla en el estómago (…). Tengo 140 puntos en mi cuerpo”. Tres años y medio después, “el miedo”, “la tristeza” y “los recuerdos” le persiguen.

A día de hoy, tiene claro -remarcó a preguntas de las acusaciones- que “Diego era consciente de lo que hacía” cuando fue su casa.

En la segunda sesión del juicio, también declararon los padres del superviviente y la familia de la joven muerta (padres y una hermana). El padre de Álvaro no solo dijo que el acusado estaba en sus cabales cuando acuchilló a su hijo y mató a la novia, sino que apuntó a un motivo. “Tuvo que ser por envidia porque otra cosa no me lo explico”. Su hijo tenía pareja, planes de futuro con ella, y trabajaba con él en una empresa de construcción. Por contra, Diego estaba cobrando los coletazos de una prestación por desempleo y su última novia lo había dejado unos meses antes (según declaró su abuela, porque dormía con un cuchillo).

Lágrimas del jurado

Otro de los testimonios más duros fue el de la madre de la fallecida. “La familia se rompió desde entonces y le puedo asegurar que éramos una familia maravillosa, con discusiones como en todas las parejas, pero estábamos felices”. La progenitora admitió que, tras lo ocurrido, tuvo ideas suicidas y que aun hay días en que se sorprende a sí misma cogiendo el teléfono para llamar a Ana a las 07,30 para que vaya a clase. “Entonces me doy cuenta que ya no está, pero está Álvaro para contarlo”. Tras estas palabras, dos miembros del jurado, además de los familiares de las víctimas que estaban entre el público en la sala de vistas, se echaron a llorar.

El acusado era reacio a medicarse con antipsicóticos para no engordar

En la sesión de este martes, se habló de brotes, voces, delirios o descompensaciones. La cabeza y sus vericuetos. Comparecieron hasta cuatro psiquiatras que en algún momento trataron a Diego Rodríguez Torres en su periplo de ingresos o seguimientos en consultas ambulatorias del Sergas. Confirmaron que llevaba nueve meses sin retirar la medicación cuando acuchilló a sus vecinos y también lo reacio que era a tomar los fármacos antipsicóticos porque le preocupaba el aumento de peso. Además, “creía que no los necesitaba”.

David Simón Lorda, especialista que vio al paciente de forma ambulatoria, explicó a la sala que un enfermo psicótico, tras un brote, podría recordar claves numéricas (Diego, tras el crimen, secuenció los nueve dígitos de seguridad de su alarma a la empresa de seguridad cuando se activaron los sensores del galpón en el que vivía). “Puede haber aspectos con capacidad de manejo, porque el brote no te invalida a todos los niveles”. Según su experiencia, no todos los enfermos verbalizan la sintomatología alucinatoria (escuchar voces, por ejemplo). “Hay gente que oye voces y está trabajando y aprende a vivir con ellas”, destacó. Así como tan bien hay enfermos con esquizofrenia que saben discernir el bien del mal. En el caso particular de Diego, “se sentía amenazado, perseguido y minimizaba su estado”.

“Discurso aprendido”

El jefe de servicio en aquel entonces, Luis Docasar, destacó que el acusado “era consciente de que había algo delictivo” en lo que había hecho, porque, “al hablar del crimen, notabas que tenía el discurso aprendido, no quería hablar de eso”, en alusión a los días en que estuvo ingresado en la Unidad de Agudos del CHUO. Allí lo derivaron desde la cárcel para restaurarle la medicación y una valoración clínica de su enfermedad.

Otra de las psiquiatras, Elisabeth Balseiro, observó que a Diego cuando ingresó el 22 de febrero de 2021 le costaba “verbalizar” sus pensamientos y que tenía un “tinte paranoide” con respecto a Ana, Álvaro y su padre. “Puede aparentar normalidad, pero sin intervención médica es complicado que esas ideas disminuyan”, destacó la especialista, quien recalcó que al acusado “le costaba entender” su enfermedad.

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