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Albina Nesterova aún moribunda fue encontrada por casualidad a las diez de la mañana de ayer. Luis González Rodríguez escogió esa estrecha carretera para ir a su casa a por los tablones que iba a cortar Emilio, el carpintero de Cima de Vila, para la mesa de estudio del niño en la casa de Malburguete. Por ahí se llega antes, pero no es un camino demasiado transitado. Eran las diez de la mañana y hacía muchísimo frío. Luis lo ejemplifica con estados y colores: no solo se encontraba “helado” sino también “blanco”.
La mujer -en un principio creyó que era un hombre- estaba boca abajo en medio de la calzada. “Vi un bulto desde lejos y pensé que era una animal, hasta que paré y me bajé”, relata el testigo que halló a Nesterova con un hilo de vida.
Al percatarse que era una persona colocada boca abajo y con el cuerpo semidesnudo, las pulsaciones se le aceleraron. “El corazón se me puso a mil, no sabía qué hacer, no hay cobertura telefónica en ese lugar y decidí enseguida regresar a la carpintería de Emilio para pedir ayuda”, relata. Ya los dos juntos, actuaron con dos cabezas. Cubrieron el cuerpo, aún con vida, con una manta de tapar muebles, en una mañana gélida con el termómetro de la camioneta del carpintero a cero grados, mientras no llegaba la ambulancia y la patrulla de la Guardia Civil.
En ese momento, Luis, con las pulsaciones menos aceleradas, ya pensó que algo muy malo le había ocurrido a la extraña del camino. El pelo estaba ensangrentado, tenía hojas por encima del cuerpo y había barro. De cintura para arriba estaba completamente desnuda, y la ropa desperdigada por los alrededores: “Un sujetador, una camiseta de tirantes, una chaqueta de lana larga y un anorak de color negro”. De cintura para abajo llevaba “unas botas altas de montar a caballo y un pantalón ajustado”. Le calcularon unos cincuenta y pico años.
Cerca, a uno dos metros del cuerpo, también había más hojas y más sangre. Pero, según explicaban los testigos, sin rastro de un posible bolso de la víctima ni de ninguna documentación.
Tanto a Luis como a Emilio la mañana se les fue volando, pero no así “la profunda impresión” del hallazgo. Los dos optaron por bajar a Ourense, cada uno por su lado, para comer allí y tratar de encajar. Poco después se enteraron de que la mujer desconocida que ayudaron a subir a la ambulancia aún con vida -“respiraba fuerte, como si roncase”- había fallecido.
La tranquilidad duró poco, ya que la Policía Judicial de la Comandancia de Santa Mariña llamó a declarar a media tarde a Luis para que quedase constancia oficial de todo lo que él vio a las diez de la mañana de un día festivo por una carretera poco transitada.
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