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Reportaje
La enfermera Isabel Quintana Jambrina todavía lucha contra el covid, siete meses después de contagiarse. La PCR resultó negativa en mayo, pero la tos, los dolores musculares y el cansancio no se fueron. "Me costaba abrir un bote de mermelada, un brick de leche, tenía que coger el vaso con las dos manos para poder beber, me cansaba comer, tenía que subir los 16 escalones de mi casa en varios tramos...", explica.
Ocho meses después del inicio de la pandemia, todavía se desconocen muchas de las secuelas de la enfermedad. "La incertidumbre es lo peor", asegura Quintana. En su caso, los médicos no son capaces de decirle cuándo va a dejar de sentir dolor –actualmente toma un tratamiento "fuerte" para combatirlo–, ni cuándo cesará el cansancio. "Hay días mejores que creo que ya estoy recuperada, y de repente viene un día horroroso en el que parece que retrocedo dos semanas... Suponen que me voy a poner bien, pero no saben cuándo", relata.
Al margen de las secuelas físicas, Quintana habla también de la parte psicológica. "Hacer algo tan simple como organizar el día, la hora de la compra, luego un café, luego volver a casa, me costaba un mundo. Tenía que pararme a pensar, cuando es algo que haces de forma automática. Ahora, poco a poco, empiezo a ser yo, la cabeza funciona un poco más a su velocidad normal", cuenta.
El miedo a no recuperarse del todo de la enfermedad la acompaña, aunque intenta sobreponerse. "Todo el mundo me dice que soy muy positiva y lo intento, pero no sé de dónde voy a sacar las fuerzas para seguir autoanimándome", reconoce.
Isabel Quintana Jambrina trabajaba en la Unidad de Innovación del CHUO cuando la epidemia irrumpió. En pocos días, las necesidades del hospital cambiaron por completo y empezó a formar parte de la plataforma de teleasistencia (Telea) del Sergas. "Teníamos muchísimas dudas sobre cómo atender a los pacientes, todo era nuevo, y el virus era totalmente desconocido", recuerda.
Pero en pocos días, pasó al otro lado de la línea telefónica. "Al principio estaba animada, esperando que la PCR diese negativa para volver a trabajar. El tiempo que pasé con el virus activo no fue malo, me dolía la cabeza, tenía algo de tos", explica. La compañía telemática de los profesionales permitió hacerle más llevadera la enfermedad, así como entender que no era la única en sufrir secuelas en los meses siguientes. "Me sentí muy acompañada siempre, aunque solo sea a través de una llamada de teléfono. El hecho de meter tus datos en la plataforma y saber que hay alguien que te va a llamar si ve algo raro te tranquiliza", asegura.
La sanitaria destaca el esfuerzo de los profesionales por acompañar y animar, pese a la distancia y al desconocimiento de las primeras semanas, y las muchas incógnitas todavía sin resolver: "Está claro que la asistencia sanitaria debe ser presencial, pero esto es una riqueza que hemos aprendido a raíz de la pandemia. El virus es terrible, horroroso, y la situación es muy dura de llevar, pero nos tenemos que quedar con las cosas que hemos aprendido".
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