Variaciones en torno a una conciencia cristiana

Carlos Soria Saiz es doctor en Derecho, periodista y cofundador del Innovation Media Consulting Group. Su última publicación, “Confidencias a media tarde”, es una serie de veinticinco relatos que giran alrededor de la moral y la vida plena.

Publicado: 10 dic 2025 - 05:10

Portada ilustrada por Joaquín Madina para “Confidencias a media tarde”.
Portada ilustrada por Joaquín Madina para “Confidencias a media tarde”.

Todo ejercicio de crítica literaria aspira a su vez a convertirse en literatura. Esto quiere decir: disociar y asociar, encontrar secretas conexiones, relaciones íntimas entre fenómenos, como sucede con los haikus japoneses. La riqueza de un libro podría medirse por su capacidad sugestiva, la riqueza de sublimes improvisaciones que puede provocar en la imaginación del lector singular.

Imagino en el primer y en el último relato de “Confidencias a media tarde” dos particulares utopías del autor

Será preciso proceder con cierta ingenuidad. Una vieja teoría asume que la obra estará más acabada en tanto nos haga olvidar los trucos del prestidigitador detrás del telón. Ahí comienza la tarea del hipnotista, Carlos Soria, en el trampantojo, esa mentira -que diría Picasso del arte- a través de la cual se nos revela una verdad.

Todos los protagonistas de “Confidencias a media tarde” - ya disponible en Amazon - son trasuntos de su escritor. El mismo Soria parece asomarse al final del relato catorce, “El ambonazo”, y hace un guiño al alpinista Carlos Soria bajo el nombre de Juan Trigo en el dieciocho, “Dobles por doquier”. Empleando una metáfora musical, podríamos decir que este es un libro de veinticinco variaciones sobre una conciencia, una conciencia cristiana, ya que Dios -el Dios de la fe, no el frío Dios de la deducción de los teólogos- hace su aparición en varias ocasiones.

Un mismo estilo, un mismo tema diseminado en veinticinco historias diferentes. Historias vertebradas por un anhelo de sinceridad y comprensión del otro, una vocación ética de construir un mundo mejor. Todos sus personajes son sometidos a alguna prueba moral y es aquí donde se encuentra algo especialmente interesante: la absoluta ausencia de ironía. Ningún asomo de corrosión, ninguna mala fe -el protagonista del séptimo relato juega con su imaginación para disculpar un robo; quiere, de algún modo, justificar el mal que le han hecho.

Lejos de retrotraernos a una época pretérita -pienso en los orígenes de los relatos en prosa de occidente, en Luciano, en Petronio, en Apuleyo, en su malicioso sarcasmo- el anhelo de trascendencia y rectitud de los personajes que habitan estas veinticinco historias no podría ser más actual. Lo vemos manifestarse en la película “Los domingos”, de Alauda Ruiz de Azúa -¿cómo no pensar en ello tras leer el segundo relato, “Las lágrimas de Magdalena”?- o en el reciente álbum de Rosalía. Es el particular zeitgeist de lo que algunos llaman Metamodernidad, una reacción contra las tendencias nihilistas de la Posmodernidad teorizada por Fredric Jameson en los años ochenta.

Tras la era del fin de la historia (Fukuyama), el adiós a la filosofía (Cioran), a la razón (Fayerabend) o a la verdad (Vattimo), y la hiperproducción de distopías, obras como la de Soria nos invitan al entusiasmo, la sinceridad y la posibilidad de deconstruir y volver a construir nuestro lugar en el mundo. “Confidencias a media tarde” parece querer decirnos que otro mundo es posible. La pregunta metafísica fundamental ya no es “¿por qué algo y no más bien nada?”, sino “¿por qué esto y no más bien otra cosa?”. Y es que corremos el riesgo de perdernos lo mejor de la vida si no sabemos procurar ese cosquilleo en cualquier compartimento del pensamiento o de la emoción que nos eleva y nos sacude el polvo del sentido común.

Imagino en el primer y en el último relato de “Confidencias a media tarde” dos particulares utopías del autor. E imagino que los veintitrés relatos que median entre ambos podrían constituir en gran medida un purgatorio, cierto periplo vital que los une, veintitrés ocasiones de poner a prueba la conciencia.

A menudo vemos como los medios de comunicación suponen un lector programado, de modo que terminan configurando a ese destinatario mediocre que postulan por anticipado. La tarea del crítico nunca deja de traicionar la singularidad del escritor y este nunca deja de traicionar la singularidad del otro al que se dirige. La clave se puede hallar en una tercera vía, el encuentro ideal entre escritor y lector al final del camino. Esta crítica, que nunca se agota, es la más fundamental. Yo la llamo lectura.

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