Una carta al cielo
OBITUARIO EDUARDO ESTÉVEZ BLANCO
Sabíamos que llegaría este momento y ahora, que ha pasado, lo único que puedo sentir es agradecimiento. Agradecida a la vida por dejar que pudiésemos disfrutarte tanto tiempo y agradecida a ti abuelo, por todos los consejos vitales, aprendizajes y valores que me has inculcado mostrándome siempre la importancia de la familia. Si algo te ha caracterizado es el profundo sentido de unión y la entrega sincera hacia tus seres queridos.
Gracias por enseñarnos hasta dónde puede llegar el amor incondicional de un abuelo hacia sus nietos: Pablo, Xaime, Patricia, Edu, Iria y yo. Ninguno de nosotros olvidará las meriendas “na casa dalá” con “chourizas” a la brasa mientras nos contabas tus anécdotas, que no fueron pocas. Los paseos por Filgueira ubicándonos cada una de las pequeñas fincas, los domingos a Cortegada a por el pulpo, ese que, con el paso de los años, añadió a la tradición, la frase “o pulpo estase convertindo nun artículo de lujo”. Las noches de sobremesa en la cocina jugando a las cartas juntos, las vendimias y matanzas. Las cenas de navidad, los días de fiesta y las charlas de verano en el porche, al fresco, recordándonos una y otra vez lo afortunados que éramos y lo mucho que tenemos que valorar y agradecer.
Voy a echar de menos preguntarte de nuevo por mi historia favorita, esa en la que recordabas cada segundo de cómo conociste a la abuela, tu compañera de vida. Aunque me sepa la historia de memoria, me llenaba de amor ver la cara de ilusión que ponías cada vez que la empezabas a contar, las miradas cómplices que compartías con la abuela. ¡Menudo ejemplo nos has dejado de cómo querer a tu pareja! ¡cómo la admirabas! Las veces que repetías la suerte de que se cruzase en tu camino en aquel Hospital de Toén donde ambos trabajastéis de forma tan vocacional y fuisteis tan felices.
La última cualidad que descubrimos de ti fue la de bisabuelo, cuando pensaba que no podías superar el papel de abuelo, aparecieron Inés y Clara para corregirme
Me duele no compartir una última conversación contigo donde me hablases de tus tres hijos, tía Elida, tía Mer y en especial, papi. Gracias por no dejar de repetirme la suerte que tuvimos de tenerle, tu como hijo y nosotros, como padre. Gracias por confesarme que estás seguro que heredó toda la bondad que tiene la abuela, y enseñarme a través de él, la manera más bonita y pura de querer y cuidar. Sonrío al recordar cómo te emocionabas cada vez que te decía que no iba a casarme con nadie hasta que no encontrase a alguien como él.
La última cualidad que descubrimos de ti fue la de bisabuelo, cuando pensaba que no podías superar el papel de abuelo, aparecieron Inés y Clara para corregirme. Qué bonito ver reflejado en tu cara el orgullo y amor al estar con ellas.
Gracias infinitas por enseñarme a valorar las pequeñas cosas de la vida cotidiana, de tenerme siempre con los pies en la tierra y hablarme en momentos en los que necesitaba escuchar. Por mostrarme también la vida real y los problemas que debemos afrontar, siempre con esa elocuencia, ese humor irónico y esa forma tan única y tuya de ser.
Te quiero mucho abuelo. Siempre vivirás porque siempre te recordaremos. Cuídame desde el cielo.
Tu nieta, Elsa
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