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REPORTAJE
Nada más bajarse del coche en el viejo psiquiátrico de Toén, Manuel Cabaleiro no puede evitar recordar sus primeros años como médico. “Este sitio tiene mucha historia”, apunta con cierta nostalgia. Llegó allí para formarse, al igual que otros psiquiatras de todo el mundo, pero él estaba mucho más unido a aquel lugar. Su padre, el doctor Cabaleiro Goás, fue todo un referente de la especialidad en Galicia y en 1959 se convirtió en el primer director del sanatorio, un cargo que gestionó hasta su muerte en 1977.
Sin embargo, los orígenes de este hospital tenían poco que ver con la psiquiatría. “Aquí estuvo primero la Leprosería del Noroeste de España, por eso la lavandería está separada del resto de las instalaciones, para evitar contagios”, explica Cabaleiro señalando el edificio en el que ahora se encuentra el centro integral para la lucha contra el fuego, impulsado por la Xunta de Galicia en esa parte. Fue años más tarde, una vez que los casos de lepra disminuyeron, cuando su padre transformó el hospital en un psiquiátrico.
Frente al edificio que ocupa ahora Medio Rural, que han recuperado y aspiran en convertir en centro de referencia de la lucha antiincendios de Europa, Cabaleiro regresa a lo que un día fue su lugar de trabajo. En el primer módulo que se distingue en el amplio terreno forestal se encontraba la cocina, donde preparaban comida a diario para más de 200 personas. “La verdad es que aquí entré poco”, dice entre risas Cabaleiro. En cambio, metros más atrás se encuentran las ruinas de la clínica. Allí, tanto él como su padre pasaron consulta. “Seguramente mi despacho ya no existe”, lamenta.
A mano derecha, el pabellón de internos con planta baja y dos pisos es la estructura más elevada del recinto. “Como era un psiquiátrico solo podía tener dos pisos, para evitar suicidios”, señala el doctor analizando la arquitectura del hospital. Además, no pierde detalle al recordar la distribución de los habitáculos. “No podía haber ninguna habitación con menos de tres camas”, indica a la vez que explica el motivo: “Si está uno solo puede autolesionarse, si están dos es más complicado, pero querían evitar la homosexualidad, asi que ponían a un tercero para dar voz”.
La mayor parte de las inmediaciones eran para hombres, sin embargo, también había hueco para unas 30 mujeres. “La idea era tener a 200 hombres por un lado y a 200 mujeres por otro, sin embargo el edificio para ellas empezó a construirse, pero la obra nunca llegó a acabarse, así que tuvimos que meter a todos en el mismo módulo”, apunta Cabaleiro.
Adentrándose con cuidado en el interior del complejo, el psiquiatra refresca su memoria y retrocede en el tiempo hasta la época en la que acudía allí a diario para atender a los enfermos. “Mi consulta estaba hacia allí”, señala. Sin embargo, los escombros que quedan ahora solo permiten hacerse una ligera idea de como era aquello, aunque él parece tenerlo grabado en la mente. “Eran habitaciones pequeñas en las que entrábamos solo dos personas”, apunta el facultativo.
Desde que cerró en 2012 muchos vándalos se llevaron todo lo que encontraban a su paso dejando, a cambio, pintadas en las paredes
Avanza por los pasillos y a cada paso que da su sentimiento de decepción aumenta. “Es triste que esto esté así”, dice para sí, en tono bajo, aunque audible. Desde que el psiquiátrico cerró en 2012, muchos vándalos han pasado por allí llevándose todo lo que encontraron por su camino y dejando pintadas las paredes, de forma que en algunas zonas cueste imaginarse que aquello pudiese haber sido algún día un centro en el que se trataba la salud mental.
Pero el propio poder de la mente permite que Manuel Cabaleiro haya vuelto a aquellos años en los que el Hospital Psiquiátrico de Toén estaba funcionando a pleno rendimiento. “Por ahí fuera hay un edificio mucho más reciente, que no existía en un principio”, empieza a contar el doctor mientras camina hacia una de las puertas que da hacia la parte de atrás del edificio principal. “Ahí tenían talleres de pintura y escultura. Había un teatro, para hacer alguna que otra obra, y una pensión para los familiares que querían venir de visita”, enumera.
La zona que más impresionó al psiquiatra a lo largo de este recorrido fue la sala común del piso superior. A través de un pequeño pasillo en el que dominaba la oscuridad pudo llegar hasta ella. Sin embargo, una vez allí se quedó paralizado. Aquel gran espacio lleno de luz, en contraste con la zona por la que acababa de pasar, estaba lleno de escombros. Curiosamente, la barra para pedir bebidas seguía intacta. “Aquí venían a jugar a las cartas, beberse un refresco y a charlar”, cuenta Cabaleiro mientras mira por las ventanas los otros módulos.
Bajando de nuevo a la planta baja recuerda una anécdota que era bastante común. “Cuando les dabas su medicación, metían la pastilla en la boca, pero no la llegaban a tragar. Cuando no mirabas, la escupían”, relata el psiquiatra. “Doutor estoulle aquí por tolo, non por tonto”, dice que le reprochaban sus pacientes. Aprovecha el momento para hablar sobre la evolución de la medicina. “Ahora están en sus casas, les pones una inyección y vas a verlo cada ciertos días” , explica.
Antes de salir, por la puerta principal, a través de la que accedían los enfermos para su ingreso, el doctor cuenta que es tutor de uno de los pacientes que tuvo el centro. “Cuando estaba interno toda su familia falleció, por lo que, junto a otro compañero, decidimos hacernos cargo de él”, señala.
Desde el exterior, de regreso al coche, divisa en lo alto del monte una casa. Se detiene a observarla e indica: “Allí vivía mi padre. Se trasladaba un mes al año, en verano, para estar cerca del centro”, asegura Cabaleiro, quien recuerda haber pasado algunos días allí junto al resto de su familia.
Pensativo, retoma su camino para dejar atrás el Hospital Psiquiátrico de Toén que un día sintió un poco como hogar, porque “ayudar a la gente que lo necesita es satisfactorio”. Y sin volver a mirar atrás, vuelve a marcharse con la esperanza de volver a ver aquel lugar restaurado y en funcionamiento.
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