PREMIO FORQUÉ
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VITICULTURA
La primera vez que recorrí la Ribeira Sacra fue hace más de cuarenta años, por carreteras que nada tienen que ver con las de ahora. Era entonces un destino difícil por sus accesos y al llegar uno no podía sustraerse al pensamiento de qué habría atraído hasta allí a los monjes de distintas órdenes a instalarse en los albores de la Edad Media en un territorio tan hostil para el hombre. Y no solo eso: a convertir un lugar tan alejado de las cosas humanas en la mayor concentración de cenobios y monasterios que se puede encontrar en toda España.
En San Pedro de Rocas nació la Ribeira Sacra de manos de monjes trogloditas que labraron la roca viva para crear el monumento más antiguo que se conserva del cristianismo en Galicia, cuando Galicia era el reino de los suevos. Luego se irían extendiendo los cenobios por las orillas del Sil (Santa Cristina y Santo Estevo de Ribas de Sil, San Vicente de Pombeiro, San Paio de Abeleda) y más allá: desde San Salvador de Ferreira de Pantón hasta los de Santa María de Xunqueira de Espadanedo y Santa María de Montederramo, donde se acuñó el término Ribeira Sacra en un documento escrito hace novecientos años.
La Ribeira Sacra era, en las últimas décadas del siglo pasado, un rincón apartado de todo interés turístico, salvo para los amantes del románico y de la arquitectura religiosa, por esa singular densidad que conforman desde pequeñas iglesias a grandes monasterios. Pero llegó la recuperación de la viticultura, de la mano de las ferias del vino: Sober, Chantada, Quiroga… y luego de la denominación de origen que tomó el nombre de este territorio.
A lo largo de los siglos, el hombre tuvo con esta tierra una relación épica. Primero por el esfuerzo que supuso la construcción de los monasterios, después por el trabajo denodado de la plantación de viñedos en lugares donde aparentemente nada podría ser aprovechado de un suelo pedregoso y de difícil acceso. El paisaje ha vuelto a reverdecer con los viñedos recuperados en estos últimos cuarenta años. El término viticultura heroica podría parecer una definición de puro marketing para vender el vino, pero quien conoce in situ las empinadas laderas, a veces verdaderos precipicios, comprende que el vino que luego se bebe ha nacido en unas viñas trabajadas con esfuerzo y sudor.
Como región vinícola, la Ribeira Sacra se extiende por una veintena de municipios de las provincias de Lugo y Ourense, bañadas por los ríos Miño, Sil, Cabe y Bibei. Está dividida en cinco subzonas: Amandi, Chantada, Quiroga-Bibei, Ribeiras do Miño y Ribeiras do Sil.
La superficie cultivada es de algo más de 1.300 hectáreas, con 2.169 viticultores que trabajan en su mayoría pequeñas parcelas. En los cañones de los ríos, se organizan en bancales de difícil acceso, ayudados por ingeniosos maquinillos que permiten subir y bajar desde la carretera o el río para cuidar la viña y la vendimia. La mayoría de las cien bodegas inscritas son de pequeño tamaño, con producciones que no superan las diez mil botellas.
Además del paisaje, otra singularidad de esta denominación de origen es que predomina el cultivo de variedades tintas, siendo la mencía la mayoritaria, aunque también hay brancellao, merenzao, sousón, caíños tintos y garnacha tintorera. Entre los blancos domina la godello, acompañada de treixadura, albariño, blanco legítimo y loureira.
El envejecimiento de la población en el interior está reduciendo el número de viticultores, y el minifundio y la complejidad del cultivo dificultan la rentabilidad. Además de heroica, la viticultura en esos paisajes agrestes requiere rendimientos adicionales como el turismo, que justifica que la Ribeira Sacra atraiga a miles de visitantes cada año.
Si la DO abarca veinte municipios, la versión extendida de la Ribeira Sacra como geodestino incluye veintiséis municipios, la mayoría en Ourense: A Peroxa, A Pobra do Brollón, A Pobra de Trives, A Teixeira, Bóveda, Carballedo, Castro Caldelas, Chandrexa de Queixa, Chantada, Esgos, Manzaneda, Monforte de Lemos, Montederramo, Nogueira de Ramuín, O Pereiro de Aguiar, O Saviñao, Pantón, Parada de Sil, Paradela, Portomarín, Quiroga, Ribas de Sil, San Xoán de Río, Sober, Taboada y Xunqueira de Espadanedo.
Las rutas de senderismo son numerosas, más de treinta homologadas, para todos los públicos: desde las pasarelas del Mao, la ruta por los viñedos de Belesar, el Bidueiral de Gabín o el Camino Real de San Pedro de Rocas, hasta rutas de dificultad media y alta, como el PR-G 218 circular del Montouto.
Tanto las rutas a pie como en coche ofrecen paisajes espectaculares, con miradores como Los balcones de Madrid, As Penas de Matacás, Doade, Vilouxe, geomirador de Vilariño, O Cabo do Mundo, y vistas desde castillos y almenas. También destacan los paseos en catamarán por el Sil o Miño.
El patrimonio histórico complementa la riqueza natural: Monforte de Lemos, con el castillo, el colegio de Nuestra Señora de la Antigua, el museo de arte sacro de las clarisas, el ferrocarril de Galicia, el Centro del Vino y el malecón del Cabe, así como museos, pazos, castillos y fiestas etnográficas en Parada de Sil, Castro Caldelas, Quiroga, Trives, Os Peares y Pantón.
La Ribeira Sacra es extensa, con paisajes diversos y sorprendentes, y aunque aún candidata ante la Unesco, su valor patrimonial y natural la hace única en Galicia.
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