Francisco Lorenzo Amil
TRIBUNA
Lotería y Navidad... como antaño
En apenas unos días va a tomar posesión Donald Trump, y el anticipo que él y su equipo están brindándonos sobre sus planteamienos geopolíticos es atroz. Ni en nuestras peores pesadillas habríamos podido imaginar que el rencor, la ignorancia y los intereses más bastardos pudieran confluir de una manera tan desacarada y explosiva en este anciano visceral, en su Goebbels de saldo Elon Musk y en toda su banda irracional de enemigos de la Libertad y simpatizantes del neototalitarismo que encarna Vladimir Putin.
Además de la española, tengo por nacimiento la nacionalidad canadiense pero llevaba muchos años sin renovar ese pasaporte. Ayer pedí cita para hacerlo. Canadá es, como gran parte de Europa Occidental o como Australia, una de las mejores sociedades del mundo. Es una sociedad basada en los derechos individuales, el imperio de la ley y el debido proceso legislativo y judicial. El país que Trump quiere disolver y anexionar es un país enraizado en la Ilustración liberal que catapultó a Occidente desde la peste negra a transplantar corazones, desde el analfabetismo hasta Internet, desde el temor supersticioso hasta pisar la Luna, y desde la economía de subsistencia a la inédita explosión de prosperidad que sólo el capitalismo genera. El vecino del Sur, los Estados Unidos de América, siempre había sido parte fundamental de todos esos procesos. La Revolución Americana sentó las bases del gobierno limitado y, con el paso del tiempo, estableció un país que fue locomotora del desarrollo basado en la libertad económica, y que además impulsó y defendió las demás libertades. Fue ese país el que lideró a Canadá y a muchos otros cuando resultó necesario desembarcar en Europa para frenar los totalitarismos. Washington nos salvó a los europeos en dos guerras mundiales y una guerra fría. Trump es la alimaña que está destrozando ese marco. Trump amenaza con destruir el bloque occidental en lo económico y en lo geopolítico. Trump amenaza la soberanía de un país aliado en la OTAN, Dinamarca. Trump busca en realidad desmantelar la OTAN. Trump carga como un ariete contra el Derecho internacional construido desde 1945, buscando así regresar a la ley de la selva en geopolítica. Cuando Trump especula con incorporar Canadá, o amenaza con tomar militarmente el Canal de Panamá o Groenlandia, el efecto buscado va mucho más allá de hacerse con territorios concretos: lo que hace es sustituir el débil marco jurídico-internacional que fundó la Carta de San Francisco por un nuevo orden mundial basado en la fuerza. Eso beneficia principalmente a los regímenes chino y ruso. Si Trump puede anexionarse Groenlandia, ¿cómo no va a poder Putin anexionarse Ucrania, o Xi ocupar Taiwán cuando le dé la gana?
Mientras tanto, un altísimo cargo ya prenombrado del Gobierno Trump, Elon Musk, se dedica a injerirse en el proceso político británico o alemán, y el hijo mayor de Trump, además de pasearse por Groenlandia, ha apoyado expresamente al candidato fraudulento de Putin en Rumanía, Calin Georgescu.
Europa tiene que salir de su sopor. Trump está amenazando nuestra misma existencia. El ogro ruso se ha hecho de nuevo con la Casa Blanca y esta vez va a por todas. Enmascara de libertad de expresión su control masivo de los procesos de conformación de la opinión pública global: para eso Musk compró Twitter y se convirtió en el Goebbels de nuestro tiempo mientras simulaba un falso libertarismo. Trump está decidido a desatar una guerra comercial salvaje, no contra los enemigos de los Estados Unidos sino contra sus socios y aliados de siempre. Trump ha colocado al frente de la inteligencia a Tulsi Gabbard, una adoradora de Putin que va a desmantelar la capacidad de respuesta de su país frente al espionaje político e industrial y frente al hacking de procesos electorales y de otra naturaleza en el que se ha especializado el Kremlin. Trump, condenado en firme por abuso sexual, va a impulsar sin embargo desde el poder una involución cultural de Occidente hacia el moralismo pacato de épocas superadas por la liberación de los individuos frente a la tradición impuesta y el conservadurismo exigido. Trump es un bárbaro, es la antítesis de lo que cabe esperar de un dirigente occidental.
A Putin le está costando ganar en Ucrania pero ha ganado en Estados Unidos. A partir del día 20, el mundo entra en una fase de altísimo riesgo para la paz, para la libertad de comercio y, sobre todo, para el paradigma de libertades personales que tanto costó asentar, y que constituye hasta el momento el cénit civilizatorio humano. Enfrentarse a semejante monstruo puede ser suicida, sí, pero es la mayor exigencia ética de nuestro tiempo. Es él o la sagrada libertad que nos legaron los padres fundadores de su país y los ilustrados europeos. Es Trump o Jefferson. Es Trump o Jovellanos. Es Trump o la razón, la verdad y el individuo humano soberano. Es Trump o el bien. Quien crea, que rece lo que sepa, y que a los demás nos asista la razón en el trance más difícil de nuestra historia, porque el mal en estado puro está a punto de ocupar de nuevo el cargo más poderoso de la Tierra.
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