Jenaro Castro
31 de diciembre
TINTA DE VERANO
Fuenteovejuna es, probablemente, la obra más conocida de Lope de Vega. En ella, se narra la infamia del comendador Fernán Gómez de Guzmán, representante de la Orden de Calatrava, que ejerce un poder tiránico, abusando de su autoridad y maltratando a los vecinos, en especial, atentando contra el honor de las mujeres del pueblo. Estas conductas generan un creciente malestar entre los habitantes, que ven vulnerados sus derechos y su dignidad.
En concreto, uno de los conflictos centrales se produce cuando el comendador intenta forzar a la bella Laurencia -una joven del lugar que es además la hija del alcalde Esteban-, aunque logra finalmente escapar. En uno de los momentos cumbre de la obra, Laurencia reprocha a los hombres del pueblo su pasividad y su cobardía por no haber defendido el honor de las mujeres, impulsando con su discurso a que los vecinos actúen.
Movidos por la indignación y el deseo de justicia, los habitantes de Fuenteovejuna se levantan colectivamente contra el comendador y lo matan. Tras el asesinato, llegan al pueblo los jueces, enviados por los Reyes Católicos, para investigar lo ocurrido; pero, incluso bajo tortura, todos los habitantes responden lo mismo, cuando se les pregunta quién fue el responsable de la muerte del comendador: “Fuenteovejuna lo hizo”.
Hoy transitamos con pasmosa facilidad del “todos a una” al “cada palo que aguante su vela”.
El asesinato del comendador no se presenta como un acto legal ni individual, sino colectivo y brutal. Ante la imposibilidad de identificar un culpable individual y considerando los abusos cometidos por el comendador, los monarcas deciden perdonar al pueblo, restableciendo la justicia y el orden. Así, la unidad ciudadana frente a la tiranía puede llegar a ser legítima, cuando la autoridad se revela como injusta.
Desde una ética basada en la ley o en el respeto absoluto a la vida humana, la actuación descrita es condenable. No obstante, el autor la expone como forma de justicia popular, surgida cuando todas las vías legales han fracasado; sugiriendo en este drama que, en ausencia de solución institucional, la comunidad se ve empujada a actuar por sí misma. En la lógica de la obra, la respuesta colectiva supone un acto de solidaridad radical.
Fuenteovejuna es un clásico que ha perdurado a lo largo del tiempo, aunque no tanto su espíritu. Como muestra, un botón: tras tocar el premio Gordo de la lotería de Navidad en un pequeño pueblo leonés de apenas mil habitantes, un exceso de la comisión de fiestas en la venta de participaciones ha acabado poniendo en entredicho la empatía y la solidaridad del vecindario, merced a la incomprensible avaricia de unos pocos. Pura carne de Netflix.
Reaccionar frente a la injusticia -o actuar solidariamente- supone un riesgo como mínimo incómodo, cuando no una heroicidad peligrosa, en la hedonista sociedad actual. Si esto es así a nivel individual, hacerlo colectivamente se antoja una hazaña propia del siglo XVII. Hoy transitamos con pasmosa facilidad del “todos a una” al “cada palo que aguante su vela”. Y, por desgracia, el abuso de poder florece cuando falla la unidad.
Ciertamente, la disolución de la responsabilidad individual -es decir, cuando nadie asume personalmente la culpa- plantea problemas evidentes, pues, sin ella, no hay rendición de cuentas posible. Pero, cuando todo un pueblo unido protege a cada uno de sus miembros, aun a costa de sacrificar la verdad singular, lo hace en favor de la supervivencia colectiva. Quizás merezca la pena, entonces, brindar por un 2026 del “todos a una”. Como en Fuenteovejuna.
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