Jorge Vázquez
Por qué el éxito de 2026 no se construye trabajando estos días
EL ÁNGULO INVERSO
Es nuestra tertulia antes de Navidad. Todos los que estamos allí tenemos cierta melancolía en el rostro. Llega el abogado y dice: “¿Qué tal, colegas?” De inmediato, Ana, nuestra única contertulia, lo mira casi despectiva: “¡Vaya palabreja esa de colegas! Suena tan antigua como las maracas de Machín, que tanto le gustaban a mi abuelo”.
El abogado no encaja bien la frase. “La palabra colegas, querida, nació en el extrarradio de Madrid. En un comienzo era un término de los chicos del lado oscuro. Quizás no la hayas visto, pero Colegas también es una película de un director español maldito”.
Lo conocí en un local llamado “Plástico”, en el barrio de Malasaña. Qué gran tipo. Pienso ahora en él, siempre solidario, comunista acérrimo. En sus películas le daba cuartel a la canalla callejera. Recuerdo alguna alucinada noche con él, Pepe Risi y Toño Martín, los fundadores de Burning. Con ellos era cierto eso de “Vamos a quemar Madrid”.
En aquella noche etílica me dijo algo que me ha hecho pensar y que ciertamente comparto: “Lo que más me jode de tanta corrupción, de tanto desencanto, de tanta traición de quienes nos mandan es que me he dado cuenta que todo eso me ha hecho peor persona, un poco cabrón y más cínico”.
Ana dice, irónica: “Venga, ya estás con tus historias del abuelo Cebolleta”. El abogado no se viene abajo: “Pues te voy a seguir nombrando términos que no te gustarán. Este nació en los duros penales de El Dueso y Carabanchel, allá en el 76. Cientos de presos lograron sortear a los carceleros y subieron a la terraza pidiendo amnistía, acabar con los húmedos calabozos, los malos tratos… Fueron días salvajes. Los presos se autolesionaban, se cortaban las venas como protesta. Aún tardó en llegar la amnistía, sobre todo para presos políticos. Fue allá en 1977, con el presidente Suárez”.
Pero que no se me vaya la olla. El término que nació entonces es el de “tronco”. Saltó de las cárceles a la calle. Lo popularizaron Los Chichos. Sería algo así como compañero, cómplice furtivo.
Interviene el músico: “Habíamos quedado en hablar de Sabina, que se ha retirado. Como casi todo el mundo de Madrid, estuve en casa de Joaquín, allá en el barrio de Lavapiés. Ya te digo, un museo, incluso vi un estoque de José Tomás”. Pero permíteme, hermano lector, que haga un guiño. Estando una noche de bares con Javier Krahe, le pregunté por su colega Sabina. Cierto es que comenzaron y grabaron juntos en La Mandrágora. Se ríe: “¿Sabina dices? Es mi amigo, tratamos de llevarnos bien pero ahora tiene almorranas porque se le ha metido la cumbre por el culo”.
En aquella noche etílica me dijo algo que me ha hecho pensar y que ciertamente comparto: “Lo que más me jode de tanta corrupción, de tanto desencanto, de tanta traición de quienes nos mandan es que me he dado cuenta que todo eso me ha hecho peor persona, un poco cabrón y más cínico”.
(Al final de la tertulia hubo un silencio. Ya de pie, el abogado como si dictase sentencia añadió: “Creo que lo escribiste tú, Jaime: Debería ser obligatorio y urgente un manual de deseducación, un manual de desaprendizaje. Si no, vamos hacia el abismo”).
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