Carmen Rodríguez, ourensana misionera en Camerún: “Me llega al corazón que la gente viva con tan poco y sea tan feliz”
SOLIDARIDAD
La ourensana Sor Carmen Rodríguez lleva más de 25 años como misionera en un hospital de Camerún, ayudando a quienes más lo necesitan a hacer frente a una infancia vulnerable, movida por una empatía que va más allá de su religiosidad.
Son ya 26 años los que Sor Carmen Rodríguez ha dedicado a los más vulnerables en un hospital de Camerún. Fue la fotografía ganadora de un Premio Pulitzer en 1994 la que le hizo volcar a fondo su devoción con quienes viven en unas condiciones de extrema necesidad. En esta imagen, un buitre acecha a una niña desnutrida en Sudán, que perdió finalmente la vida. Sor Carmen empatizó de tal forma con la imagen que decidió dar un paso más en su vocación, adquiriendo el título de misionera: “El fotoperiodista que hizo la foto no pudo aguantar su remordimiento y al final se suicidó, entonces yo pensé que si él ya no podía ofrecer un vaso de agua, una caricia o un gesto de ternura, podría irme yo a África a hacerlo”. Con su hábito y toda su buena intención, emprendió Sor Carmen un viaje desde Santo Tomé (Cartelle) para dedicarse a servir, ayudando a quienes únicamente tienen acceso a la medicina tradicional y a los curanderos del lugar.
En un contexto donde lo material carece de valor, la ourensana pone todo de sí para sacar a relucir “esas sonrisas tan genuinas” que ve continuamente entre los niños a los que atiende en el hospital de Camerún en el que pasa sus días. “A mí lo que me llega al corazón es que la gente viva con tan poco y sean tan felices”, remarca la misionera, que se siente completamente agradecida por todo lo que aprende a miles de kilómetros de la que un día fue su realidad y que hoy ya no concibe como propia: “Pensamos que estamos en dos mundos y que este es el que está más adelantado, pero la felicidad no está ahí”.
“Quien tenga una inquietud misionera debe vivir esta experiencia, porque humanamente recibirá mucho”
Para Sor Carmen, “quien tenga una inquietud misionera debe vivir esta experiencia, porque aunque aporte mucho, también humanamente va a recibir mucho”. Regalo que Rodríguez ve como un ímpetu humano al que todas las personas deberían ceder en algún momento de su vida, ya que “de una forma u otra, la humanidad ha nacido para dar, cuidar a los demás y ser solidarios”.
La de Sor Carmen, al igual que la del resto de voluntarios que cooperan en hospitales o escuelas, es una labor que va más allá de un apoyo sanitario y de cuidados, en el que centran parte de su formación. En Camerún priorizan las necesidades que pueda tener la persona, independientemente de su raza, tribu, tendencia política o religión. Aunque es cierto que durante su experiencia, han sido muchos los católicos a los que Rodríguez se ha encontrado en el camino, también percibe con cierto temor la existencia de una peligrosa trama en la que cualquiera puede ser víctima, influenciado en gran medida por la vulnerabilidad: “Hay muchas sectas porque la gente se agarra a lo que sea, y estos grupos les dan falsas esperanzas”. La “religiosidad como medio de curación” es visto por muchas víctimas de la pobreza como única vía de escape a una realidad que les supera, limitando así el bienestar general de la población de estas zonas en las que la ayuda humanitaria se convierte en un bien necesario y altamente demandado.
Empatía, cariño y respeto. Estos son los tres pilares sobre los que se asienta el buen hacer de Sor Carmen y de sus compañeros, que esperan sean muchas más las personas que se sumen a su causa a través de cualquier forma de colaboración. Porque aunque en su caso, lo hace desde la religiosidad, la realidad en la que convive es un contexto en el que “lo primero no es la religión, lo primero siempre es la humanidad y el cariño. Porque todo lo demás es secundario”.
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