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AFILANDO INCONFORMISMOS
Manuel Outumuro (A Merca, 1949), ha inaugurado esta semana, en Ourense y en A Merca, dos exposiciones donde conviven lembranzas y glamour. Este fotógrafo, reconocido internacionalmente, ganó el prestigioso Premio Lucie en 2022, el mismo año en el que se le concedió el de Ourensanía. “No renunciaría a ninguno por nada, por respeto a quien me los dio”, asegura. Dejó el diseño gráfico por la fotografía y se prometió no volver a hacer nunca concesiones, “y lo conseguí, aunque reconozco que he perdido grandes trabajos por eso”. Lo ha hecho todo o casi todo en la moda y los retratos, pero no ha conseguido saldar sus cuentas pendientes: Geraldine Chaplin y Ángela Molina, “aunque he estado más a punto con Ángela”.
Sí, sigo creyendo. Más en los ángeles que en otras identidades de muchas de las religiones que hay.
No tanto. Pienso más, quizás por mi tendencia a ser positivo, en los ángeles que en los demonios. Creo que no tengo demonios con los que luchar. No tengo luchas, ni me busco enemigos que considero que me hacen perder el tiempo.
Es difícil y me preocupa que, sobre todo representantes políticos, crispen tanto la situación para que nos busquemos enemigos donde no los hay.
Hombre, deja un desarraigo del que no empiezas a ser consciente hasta que llegas a una edad. Yo hasta ahora no lo fui y, quizás por eso, no había hecho antes una exposición en la que me implicara tanto personalmente. Creo que tiene algo de terapia contra esa ausencia y ese desarraigo. A los diez años me sacaron de aquí, y si bien me crie rodeado de un gran afecto, en una situación nada extraña, porque todos los niños en el pueblo estábamos igual, con los abuelos, sí que con el tiempo puede que esta muestra sea una recuperación de algo que quedó pendiente.
Creo que la fotografía y la verdad es imprescindible en el fotoperiodismo, en fotos que, aunque desgraciadamente está pasando, no deberían ser nunca manipuladas
Creo que no criarme con mis padres hasta los diez años tuvo su lado positivo, que fue crecer sin la presión que los padres suelen poner a los niños a esa corta edad. Eso me hizo crecer como un alma libre en ese pueblo de A Merca. Después, cuando fui a vivir con mis padres, ellos nunca dejaron que perdiera esa procedencia. Así que nunca me perdí, ni cuando vivía en Nueva York.
Que el retratado llegue al estudio con una idea preconcebida, casi siempre equivocada, de cómo quiere verse representado. Hay que desposeerlos y limpiarlos de esa actitud, que la cámara detecta, antes de disparar. Un retrato tiene que tener alma, si no hay algo que te emocione en él, es un retrato vacío.
No pienso tanto en la seducción como en la naturalidad, aunque mis fotos tengan mucho artificio. Están muchas veces construidas antes de disparar. Eso no impide que el día de la sesión prescinda de lo que he hecho, si hay cosas que superen esa construcción, como la luz, porque sería absurdo no aprovecharse de ellas. Pero no pienso en la seducción como algo imprescindible del que está retratado.
Creo que la fotografía y la verdad es imprescindible en el fotoperiodismo, en fotos que, aunque desgraciadamente está pasando, no deberían ser nunca manipuladas. Pero cuando se trata de una fantasía, de una recreación, de una foto construida que después la llevas al papel, ahí se permite todo, y eso forma parte de la fotografía y de su historia.
Cuando oímos nuevos términos y nos enfrentamos a nuevas tecnologías y nuevas situaciones lo primero que nos da, al menos a mí, es rechazo y miedo. Pero tengo que reconocer que después, y tengo la experiencia del paso del analógico al digital, te mejoran la vida en muchos aspectos. Cualquier cosa puede ser un arma hoy en día, incluso la información, pero yo quiero creer en el ser humano y que todos estas nuevas propuestas que nos brinda la tecnología serán usadas por el lado bueno y positivo que nos ofrecen.
Nunca he tenido la sensación de que Galicia me debía algo, más bien de que me había dado
Creo que vamos para adelante, sobre todo en la capacidad que hay hoy de integrar a más gente. También hay más facilidades para dar a conocer su talento. Antes eran capillas muy cerradas en todos los aspectos, había las siete artes y eran esas siete capillas. Era muy difícil entrar y salir, sobre todo, para alguien que viniera de una clase más baja y de una que no tuviese acceso a la cultura que le facilitase poder crear y expresarse.
Estamos cambiando. Si miro de lejos la fotografía, me abstraigo y olvido que soy fotógrafo veo que, entre las generaciones más jóvenes hay un culto por la fotografía que antes no notaba, era más de coleccionista. Este es el lado amigo. Por otro, en el lado enemigo, veo el exceso de su uso, es decir, la propia fotografía puede devorarse a sí misma con tanto exceso de imágenes.
Nunca he tenido la sensación de que Galicia me debía algo, más bien he tenido la sensación de que me había dado. Sobre todo, esos diez años que para mí son una continua fuente de inspiración, de fuerza creativa. Siempre he tenido una sensación de agradecimiento.
Es una obligación hacerse inconformista. Forma parte de eso que decía antes, de crecer como un alma libre, que te agiliza, quizás de alguna forma, pensar también de una forma libre, pero a la vez respetuosa. Sí, soy inconformista, pero sé hasta qué punto puede llegar mi lucha para no dañar a los demás.
Eso es muy confuso para mí. A veces pienso que sí lo sabemos y otras que hay una generación que no lo sabe y eso me produce cierta tristeza.
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