Teodora Quispe: duelo entre la patata de Xinzo y su chuño boliviano
LA NUEVA OURENSANÍA
Teodora Quispe Gómez confiesta que a su país no vuelve porque se siente feliz y adaptada en Ourense. Morriña poca, aquí ve un mundo mejor, especialmente para las mujeres. Respecto a las patatas, (y el marido), no obstante, se queda con lo de su tierra. “Rojas, azules, y de distintos tamaños y formas”, dirá de los tubérculos.
Nos cruzamos en la biblioteca pública, en el pabellón de los Remedios, o en el parque de San Lázaro, en Ourense; allí donde hay niños o actividades extraescolares observa silenciosa Teodora Quispe a sus hijos, y los de los otros, mientras montan un ‘jari’.
Llegó hace dos décadas a Ourense, con un programa laboral, directa de La Paz, Bolivia, a Madrid, y de ahí hacia el norte. “Ya llevaba siete años trabajando, y escuché un anuncio en la radio”, comenta. “Gente que traían, cumpliendo unos requisitos, el Ministerio de Trabajo”, explica.
“En Bolivia sigue existiendo esta realidad de niños que sirven desde los ocho años, como empecé yo, tienes que sobrevivir”, comenta. Se siente afortunada Teodora porque pese a esto sus experiencias fueron buenas tanto allá, como de este lado del planeta.
La joven Quispe, cumplidos sus veinte años, pensó que su futuro sería mejor aquí que en Bolivia, y se unió a otras cuarenta y nueve chicas dirección España. “Allí no podía estudiar, teníamos una vida muy apretada”, confiesa.
Ahora el objetivo es que lo hagan mis hijos, que sean mejores que yo
Hija del Reino Aimara
Nació ella en el medio rural, en un pueblecito llamado comunidad Mollapongo, provincia Camacho, en una familia campesina.
“Se cultiva mucha patata, quinoa, frutas y también hay ganado, vacas y ovejas”, revela; nos descubre también Teodora el ‘chuño’, la papa deshidratada de origen andino, un producto ancestral con el que se conserva el tubérculo y no se desprecia comida debido a la extrema climatología.
Confiesa que su fe en Dios -es evangelista practicante- fue la que le dio las fuerzas para pedir un préstamo en el banco y lanzarse, con toda su inocencia aimara, a la aventura. ¡Qué poco sabemos de ese lado del mundo!, habla Teodora también una lengua ancestral propia de los Andes y que es cooficial en Bolivia.
“En 2006 empecé a trabajar con una familia con la que he estado hasta este año”, explica. Se encargaba de dos chavales gemelos que hoy cuentan dieciocho, la abuela, y las cosas de la casa. Estamos en medio de la entrevista y pasa un adolescente asombrado. Mira de reojo y se acerca a ella, y le planta un beso de lado. “Luego te cuento”, dice ella en bajito, “nos vemos ahora”, añade; marcha el muchacho silencioso y pausado. “Es uno de los chicos, es muy educado”, comenta sonriente Teodora; la escena tiene su encanto.
“Mi jefe siempre me animaba a salir a tener familia propia, pero yo al ver a mi madre sufrir tanto y el machismo que hay en Bolivia, me quedé con esa imagen, y nunca tuve muchas ganas de pareja”, reconoce, “los hombres solo aparecen para hacer hijos”, espeta.
Un tiempo tuvo una hermana en Ourense Teodora, a la que no le cuajó quedarse, “yo, sin embargo, ya no me podría acostumbrar allí”, explica. Viajó a ver a los suyos todos los años durante sus vacaciones hasta que montó su propia familia, y toca el retorno en años alternos. ¡Ay Teodora, torres más altas cayeron, aquí también pasa un poco lo que cuentas con los hombres, viene la prole y a andar de los pelos!
“Mi marido es un boliviano que estuvo en Argentina, Brasil… nos conocíamos de allí de niños, de la iglesia, pero contactamos por internet”, explica. “Era un amigo más”, revela, sobre el que Teodora animó a vivir a Ourense.
“Ahora con un niño de seis y otro de cuatro hay que atenderlos, hago unas horas aquí y allá por las mañanas, y por las tardes, estoy con ellos”, comenta. “Intenté por dos ocasiones formarme en educación infantil, pero no me vi capaz”, comenta. “Ahora el objetivo es que lo hagan mis hijos, que sean mejores que yo”, concluye.
Y así fue como Teodora y yo nos cruzamos un día y nos contamos la vida. “Walikisktate”, me pregunta Teodora en aimara, ¿cómo estás?, viene siendo. Como un chuño… pienso yo al mirarla; allá donde hay niños pequeños, reinan las ojeras y la fatiga, ella lo sabe. Sin embargo, Teodora luce apacible y sonriente, sentada en una sala infantil de lectura, no será porque no haya trabajado; mirarla es un ejemplo de temple, en el que inspirarse cuando una anda queriendo lanzar platos al aire.
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