Opinión

Uno de los accidentes más impactantes

El periódico La Región del día 23 de abril de 2014 da a conocer la celebración de un homenaje a los voluntarios de la Cruz Roja de la comarca de Monterrei que el día 3 de julio de 1987 acudieron a uno de los más terribles accidentes, tragedia que costó la vida a 39 personas, con 6 supervivientes gravemente heridos, ocurrido en el descenso del puerto de Estivadas.

En aquella fecha, el que suscribe, Federico Justo Méndez, subteniente de la Guardia Civil, destinado como jefe de los servicios de investigación de la Compañía de Verín, fue uno de los primeros en acudir al rescate de aquellas personas jubiladas, atrapadas en el autocar en que viajaban hacia la comarca de Los Monegros (Huesca). Después de transcurridos casi 27 años, para los que actualmente desconocen lo sucedido, haré un breve resumen de una de las tragedias más impactantes.

Aquel 3 de julio de 1987 era un día que se celebraba la feria de Verín. Hacia las 13.00 horas de aquella mañana una pareja de la Guardia Civil del destacamento de Tráfico de Verín, de servicio en la carretera N-525, desde el lugar conocido por mesón Las Farrapas, telefónicamente informaba del riesgo de un autobús con viajeros, posiblemente sin frenos, bajaba a toda marcha el descenso del puerto de Estivadas. Pensando en lo peor, de inmediato sale del cuartel hacia las curvas de Revolea Grande todo el personal disponible; en pocos minutos otra llamada confirmaba haberse precipitado por un terraplén.

Los primeros en llegar al lugar del suceso fuimos yo mismo con personal de mi grupo, encontrándonos con dicho autocar volcado en la parte baja de un pronunciado terraplén, a unos 150 metros de la carretera N-525. En en su interior, la casi totalidad de los viajeros se encontraban amontonados en la parte delantera del mismo, teniendo que romper el cristal de la parte trasera para entrar a socorrerlos; momento en que llegaban al lugar el comandante del puesto de Verín con todo el personal disponible, guardias del Destacamento de Tráfico, voluntarios de la Cruz Roja y, algo más tarde, varios vecinos de los pueblos cercanos de Albarellos, Infesta y Guimarey, así como feriantes que coincidían de regreso a sus domicilios.

Aquel rescate fue muy desagradable, pues la mayoría de los pasajeros aparentemente estaban muertos, otros agonizantes y los menos, heridos de gravedad. Lo que más me impactó fue la muerte en mis brazos de una joven de 27 años, joven con la que tuvo unas palabras antes de fallecer, así como la colaboración con el forense, Julio Rodríguez, en la composición de muertos destrozados, marcados en féretros para reconocimiento posterior de sus familiares, realizado en la capilla ardiente instalada en el pabellón de deportes de Verín. En ese lugar precisamente se me encomendó recibir a las apenadas familias de las víctimas, pues entonces no se disponía de psicólogo ni de hospital en Verín.

En una fotografía publicada al día siguiente en el periódico La Región aparezco de espaldas, metiendo a uno de los muertos en la caja. A mi lado se encontraba uno de aquellos soldados que voluntariamente cumplían dignamente el servicio militar en la Cruz Roja. A todos ellos les felicito y les deseo que el merecido homenaje de mañana les sirva de reconocimiento satisfactorio de un deber cumplido, sin olvidar que una recompensa moral vale mucho más que el dinero.

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