Opinión

Abdicación, divina palabra

Ayer, 2 de junio, asistí asombrado por televisión, y creo que toda España y parte del extranjero también, al infructuoso intento de abdicación del rey don Juan Carlos I. Y digo infructuoso porque desde el momento en que se filtró la noticia por la mañana en internet, y desde la una del mediodía del día 2 hasta la madrugada del día 3 el pobre hombre lo intentó, sin éxito, unas cuatrocientas veces (me dediqué a contarlas). Supongo que ustedes lo vieron igual que yo.

Haciendo gala de su carácter borbónico y de la paciencia y tranquila pero decidida voluntad que siempre lo ha caracterizado, el rey de España procedió a abdicar con convicción cada diez minutos desde la mañana a la noche, durante todo el día, a través de los medios. Cambiabas de canal a la hora que fuera y allí estaba el rey, abdicando de nuevo. ¡Maldita sea! Yo pensaba que cuando uno abdica lo hace una vez y punto. Pero ese no parecía ser el caso. En repetidas ocasiones me pregunté si es que la clase política o los ciudadanos no entendíamos exactamente lo que nos estaba diciendo nuestro monarca. De otro modo no tendría sentido que nos repitiera lo mismo una vez tras otra.

Las reacciones de todas formas, no se hicieron esperar. Excepto la del Príncipe, claro, que no asomó la cabeza. Pero Rajoy y Rubalcaba unieron sus voces para loar, también cada diez minutos, al ex-rey (aquí en cuanto te conviertes en ex, todo son halagos). Además el suceso le vino de perlas a ambos para reivindicar solapadamente el bipartidismo que tan mala prensa está empezando a tener. Cayo Lara se envolvió rápidamente en la bandera tricolor, como si esa bandera tuviera algo que ver con él. Y el simpático Pablo Iglesias aprovechó para explicarnos que ese día él había tenido que ir a Bruselas en bici, porque ¡los aviones son para la casta! Este chiste no es mío, sino de la Ser pero es tan bueno que lo pongo igual, y de paso aclaro que me cae muy bien Pablo Iglesias y su Podemos. Sorry, solo era una broma.

Me sorprendió, eso sí, que entre la multitud de personalidades y tertulianos a los que se pidió su opinión al respecto en innumerables programas de esos tipo "Sálvame" pero que hablan de política, nadie le preguntara por ejemplo a Carlos de Inglaterra, que estaría supongo solo en Balmoral, abandonado de la mano de Dios y mesándose desesperadamente los escasos cabellos que le quedan. Y cuya opinión al respecto sí que hubiera resultado interesante. Pero no. Eso no ocurrió.

Hasta mi madre, en un alarde de lúcida observación me hizo notar que el de Juan Carlos había sido un reinado larguísimo, 39 años. "Eso antes no ocurría -señaló inocentemente-, es que la gente antes no vivía tanto..."

-No, mamá -respondí yo-. No es eso. Es más sencillo: antes se mataban entre ellos cuando aun eran más jóvenes.

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