Opinión

Alberto Santana

Alberto Santana, peruano, sería un personaje del realismo fantástico si no fuera porque es de verdad. Se autotitula pastor de una iglesia que inventó él hace años y que, lógicamente, es de su propiedad. 

La iglesia se llama "El Aposento Alto" y tiene masas de fieles enardecidos en Perú y por toda Latinoamérica. Fieles que se tragan y creen a pies juntillas las absurdas e histriónicas representaciones del señor Santana, que se considera a sí mismo el mayor apóstol del mundo de la palabra de Dios desde Jesucristo. 

El tipo se desplaza en limusina por Lima y tiene una fortuna multimillonaria gracias a las aportaciones de sus crédulos fieles, que le sueltan la pasta sin hacer preguntas. Además también lo persiguen unas cuantas denuncias por abusos sexuales y psicológicos de muchas de sus chicas (tiene un pequeño ejército femenino y otro masculino) que se han salido de "El Aposento", ¡qué apropiado es el nombre! 

Para colmo este tipo tras fundar otras dos iglesias más, intentó comprar al contado o no se sabe, es todo confuso, por un millón de dólares el Alianza Lima, el "Matute", famoso estadio de fútbol de la capital del Perú. La cosa no salió como él quería, la compra fue un tanto rara y discutible así que mandó a sus hordas de fieles para que lo invadieran, a lo que se opusieron hinchas y socios del club que se enfrentaron a los de El Aposento Alto y consiguieron expulsarlos del estadio.

Santana es un hombre de origen modesto y sin estudios que se viste a veces de rey con capa de armiño y corona. Y tiene actualmente una fortuna considerable. Además, aparte de la vida eterna promete a sus seguidores por ejemplo curarles la disfunción eréctil mediante imposición de manos. Curioso ¿no?

Pero lo sorprendente de él y de otros pastores evangélicos que tanto proliferan últimamente en Sudamérica y África es que y lo digo desde mi ingenuidad, el tipo es feo con ganas, regordo, asqueroso, desagradable, ignorante, un payaso, no sabe hablar, solo sabe insultar y en sus intervenciones se tira al suelo y patalea como una cucaracha para regocijo de sus seguidores que entran en trance al verlo. 

Pero eso a sus fieles les fascina. Tiene miles de abducidos, como esos seres imaginarios de los que habla a veces Iker Jiménez en Cuarto Milenio y que supuestamente estuvieron entre nosotros antes de que aparecieran los antiguos sumerios o egipcios.

Vale. Puedo entender algo de eso. Santana predica otra cosa que también ha inventado él: la Teología de la Prosperidad. Algo así como la Teología de la Liberación pero al revés, la prosperidad es solo la suya. Y sin embargo a pesar de lo absurdo de esa idea miles de personas, generalmente pobres claro, le dan dinero todos los días para que él, su mujer y sus hijos se sigan comprando limusinas y abrigos de visón.

¡Menudo elemento! ¿Eso es una religión? Que venga Dios y lo vea.

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