Opinión

Aylan Kurdi

A ver si puedo encontrar un enfoque distinto para este tema. Supongo que me saldrá el fotógrafo que fui hace tiempo. No sé. Ahí va.

Los miles de personas que entran en Europa cada día desde Siria, Irak, etc., como bien sabemos son refugiados políticos, no inmigrantes. Hombres, mujeres, jóvenes, niños y niñas, familias enteras que huyen de guerras o países, los suyos o los de al lado, que se han vuelto imposibles. Una razón más que suficiente para ofrecerles ayuda y soluciones cuanto antes. No vienen en busca de trabajo aunque también, vienen en busca de su vida. O quizás huyendo del fin de ella.

A veces oigo argumentar que no se pueden abrir las fronteras libremente porque también nosotros estamos mal. Cierto. Si no fuera porque otros están peor y nuestros políticos siguen estando genial, con sus sueldazos y privilegios intactos. Sus niños no van a ser nunca Aylan Kurdi, salvo que se ahoguen en el Támesis en la regata Oxford-Cambridge mientras hacían un máster. Imbéciles, por no decir algo peor.

Cuando los políticos hablan de la vergüenza que supone el drama de la inmigración y que el Mediterráneo se esté convirtiendo en un cementerio, no entiendo bien si se refieren a que debería avergonzarse el Mediterráneo propiamente o no les entra en la cabeza que deberían avergonzarse ellos. Y echándole un cable ideológico a mi amigo Pepe Fernández, un tipo que inteligentemente piensa al revés que la mayoría, no digo eso por Ángela Merkel que no es santo de mi devoción, Alemania es el país de Europa que más inmigrantes acoge desde siempre.

No sé si se habrán dado cuenta ustedes pero en los innumerables videos de internet en que aparecen refugiados saltándose las inútiles y repulsivas concertinas que ha instalado Hungría a lo largo de 175 kilómetros ocurre algo curioso. Los adultos las pasan arrastrándose trabajosamente por debajo, un poco bajo tierra casi, excarbando como topos, ayudados por familiares y amigos con mantas que los cubren por encima para evitar las heridas de las afiladas cuchillas. Pero los niños no. Fíjense. Los niños las pasan en un pis pás. Por debajo pero como saltando. Como magos que hicieran un truco imposible y de pronto están sonrientes al otro lado de la frontera, con el conejo blanco fuera del sombrero. ¿Aun queda algún idiota que crea que esto es imparable? Por cierto que los 175 kilómetros de concertinas de Hungría se fabricaron en Málaga. A eso lo llamamos aquí I+D o internacionalización empresarial.

En una canción satírica de Pablo Guerrero "Ecos de sociedad" que retrataba una boda entre la hija de un empresario catalán y un aristócrata español (ella ponía la fábrica, él el título) hay unos versos geniales al final, cuando la madre de la novia se echa a llorar en la iglesia. Son estos: "Y un caballero enjuto / de cultura esmerada / deposita un pañuelo en la mano enguantada diciendo / España y yo somos así, señora".

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