Opinión

Berta Álvarez Cáccamo

El otro día se murió Berta Álvarez Cáccamo, muy joven, una pintora gallega fabulosa a la que supongo que yo podría llamar amiga, aunque la verdad es que nos tratábamos poco. Breves y esporádicos encuentros en inauguraciones y/o presentaciones de libros y cosas así. Además me unía otra cosa a Berta, una que ella no sabía, su hermano José María había sido mi profesor de literatura en un COU nocturno de Ourense en el año setentayocho y fue, al menos yo lo recuerdo así, uno de los mejores profesores que he tenido en mi vida.

A Berta la conocí en los ochenta, en aquella movida viguesa en la que todos estábamos un poco locos y pasábamos de una disco a otra durante toda la noche hasta las tantas, desde la calle Lepanto a Nigrán, y acabábamos en el famoso bar Bayona a las seis de la mañana desayunando callos, cocido o espaguettis con tomate, que era lo único que tenían allí. El Bayona abría a las cinco y cerraba a las diez. Tiempo después yo me fui a Madrid y solo unos años más tarde volví a encontrarme con Berta en Vigo.

El destino inesperado que no se entiende ha querido que Berta, a pesar de conocernos poco ya digo, casualmente estuviera en mi casa la semana pasada. En los ochenta como yo me sentía rico (no lo era) y tenía un buen sueldo (más o menos) inicié una colección de arte que mi economía enseguida se encargó de aclararme que no era posible. Entonces compré, entre otras obras de artistas jóvenes, un dibujo suyo, pequeño, mide unos cuarenta por cincuenta centímetros. La mitad del cuadrito que está con otros cuadros y fotos en una pared de mi salón la tapan las hojas de un tronco de Brasil de más de dos metros de altura, razón por la que un amigo mío al que le gusta mucho ese dibujo me riñe siempre, diciéndome que debería cambiarlo de lugar para que la planta no lo tape. 

Ese día que digo, la semana pasada, yo estaba con este amigo en un bar y nos encontramos con Berta y otra amiga común que venían de una inauguración. Una vez hechas las correspondientes presentaciones yo le comenté a mi amigo que Berta era la autora de aquel cuadro que tanto le gustaba a él. Hablamos de eso y tras unas cañas y risas subimos todos a casa a ver el dibujo, ya que Berta no lo recordaba. Tras apartar el macetón de la planta para que se viera el cuadro entero, Berta me preguntó si podía hacerle una foto y por supuesto le dije que sí. Así que le hizo la foto con su smartphone. O sea que ahora y ahí es a donde quería llegar, supongo o quiero suponer o debo suponer que además de su talento y su maravillosa simpatía, Berta se habrá llevado también mi cuadrito suyo al cielo, seguramente... para enseñárselo a Dios.

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