Opinión

Blasfemias

Hace unas semanas un amigo me pasó una noticia sobre un chaval de siete años ejecutado por el Isis, por blasfemar en un partido de fútbol en Siria o por ahí. Ya me dirán ustedes lo que puede blasfemar un crío de siete años: nada. Yo creo que no puede blasfemar ni un adulto. Ni siquiera intentándolo con todas sus fuerzas. La blasfemia, una injuria a Dios, solo tiene sentido en la percepción del creyente. 

Si yo fuera, supongamos, un obrerete gallego excavando una zanja en una calle de Nueva York, me diera un golpe con el martillo en el dedo y me cagara en voz alta en la oveja Masclepia varias veces hasta que me oyera la policía, los vecinos, y lo publicaran los periódicos al día siguiente, nadie me detendría porque la oveja Masclepia me la acabo de inventar, no existe, y mis palabras no molestarían a nadie. No serían injuriosas. La blasfemia es un invento del creyente y solo está en la mente del creyente. Como aclara el Evangelio, el mal está en el ojo del que mira. Lo que ocurre es que los que leen las Escrituras o se arrogan el derecho de interpretarlas, nunca acaban de entenderlas correctamente. 

Así como nuestros políticos roban, algo a lo que estamos acostumbrados, nuestros religiosos mienten. O quizá son todos unos ignorantes, algo difícil de aceptar ya que la mayoría han estudiado. Es más lógico pensar que son mentirosos.

El niño está muerto. Ejecutado. La blasfemia no la sabemos. Quizá el chaval dijo desde la grada "me cago en Dios", "me cago en Alá", o "me cago en tu puta madre, Ahmed" que sería el árbitro del partido. En ese caso y como seguramente la madre de Ahmed era virgen, la sentencia fue adecuada.

Hace años en Santiago les conté a unos amigos romanos una historia que no conocían. Aunque se rieron y la celebraron, eran dos matrimonios jóvenes, todos negaron que pudiera ser cierta. No daban crédito. ¡Los italianos nunca diríamos eso de la Madonna!, dijeron. Pero era verdad, yo la conocía por un libro de anécdotas recopiladas por una historiadora romana. Es esta. 

En 1940, en pleno fascismo, Mussolini, el rey Vittorio Emanuele y las autoridades eclesiásticas de Roma en un momento dado quisieron refrenar las nocturnas y salvajes "Fiestas de Noantri" del Trastevere, porque eran demasiado oscuras, demasiado orgiásticas. Así que mandaron instalar miles de bombillas en el Viale Trastevere para iluminarlo, y carteles con estos versos: "Trastevere, Trastevere / splendi di tanta luce / ti fan corona il Duce / la Madonna e il Re." 

Esa noche los trasteverinos rompieron todas las bombillas con piedras, palos, hondas, etc., y a la mañana siguiente los carteles habían sido sustituidos por estos otros: "Stanchi di tanta luce / vogliamo essere a lo scuro / anatevene a fanculo / Duce, Madonna, e Re." 

Lo que yo decía: el mal está en el ojo del que mira. Y perdón por mi nefasto italiano. Salute.

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