Opinión

Consúltalo con la almohada

Cada día se critica más la comunicación entre personas en las redes sociales porque es irreal, falsa, impostada. Tú me cuentas algo por el Facebook, correo o wasap, yo me tomo un tiempo para pensar la respuesta y después contesto. Nada que ver con una conversación de tú a tú, en la que tienes que responder en el momento y mantener el diálogo vivo. Aparte de tener que sacar una sonrisa si viene al caso, una que quizás no te apetece o no te sale en ese momento. En las redes sociales no tienes que sonreír. Incluso hay un emoticono sonrisita para eso, aunque cuando lo envías tú tengas cara de perro.

Pero las redes sociales tienen una ventaja que es precisamente esa. Como los japoneses, que cuando reciben un regalo lo agradecen pero no lo abren en presencia de la persona que regala. Lo abren después, a solas, deciden si les gusta o no, se lo piensan y cuando se vuelven a encontrar con aquella persona se lo agradecen otra vez aunque el regalo les hubiera parecido un espanto. Las relaciones en las redes sociales son también así, un poco en diferido a pesar de la aparente inmediatez.

En los ochenta hice de cicerone durante una semana para un gran fotógrafo americano, Les Krims, porque me lo pidieron unos amigos que lo habían invitado para hacer una exposición suya e impartir unos talleres de fotografía en Vigo. A mí me gustaba Les Krims, y aunque él era bastante mayor que yo, con el trato (pasábamos todo el día juntos), nos caímos bien y nos hicimos amigos. 

Semanas después de que Les Krims se hubiera ido de vuelta a su casa en Búfalo, New York, me llegó un paquete cilíndrico a casa remitido por él. Contenía una foto en color de una serie suya, de unos cuarenta por cincuenta centímetros. Espectacular. Dedicada a mano con su firma. Me encantó recibirla, me sentí halagado. Yo era un chaval, aprendiz de fotógrafo, y él uno de los grandes de la fotografía americana. Pero el tema de la foto me horrorizó. No me gustó así que la envolví cuidadosamente en papel vegetal con PH neutro, la guardé en una carpeta ad hoc a su tamaño, en plano, y la mandé al trastero. Allí se quedó durante casi veinticinco años, de trastero en trastero siguiendo las siete mudanzas que hice en ese tiempo entre Madrid, Coruña y Vigo.

Un día curioseando en internet descubrí que las fotos en papel de Les Krims de esa época y de esa serie como la que tenía yo, se cotizaban a dos y tres mil dólares la copia. Lógicamente subí al trastero de inmediato, rescaté la foto, la hice enmarcar cuidadosamente y la colgué en el estudio. Ahí sigue.
Pues las redes sociales son igual. Te dan tiempo para pensar y adoptar la resolución adecuada. Es una ventaja. 
Ya nos decían nuestros padres sabiamente: consúltalo con la almohada, niño.

Te puede interesar